sábado, 31 de agosto de 2024

Lección 244 No estoy en peligro en ningún lugar del mundo.

 



1. Tu Hijo está a salvo dondequiera que se encuentre porque Tú estás allí con él. 2Sólo con que invoque Tu Nombre recordará su seguridad y Tu Amor, pues éstos son uno. 3¿Cómo puede temer, dudar o no darse cuenta de que es imposible que pueda sufrir, estar en peligro o ser infeliz cuando él te pertenece a ti, es bienamado y amoroso, y está por siempre a salvo en Tu Paternal abrazo?

2. Y ahí es en verdad donde nos encontramos. 2No hay tormenta que pueda venir a azotar el santuario de nuestro hogar. 3En Dios estamos a salvo, 4pues, ¿Qué podría suponer una amenaza para Dios, o venir a asustar a lo que por siempre ha de ser parte de Él?



Comentario:

Quien yo he creído ser está en peligro en cualquier lugar del mundo. Continuamente nos asaltan señales de peligro. Fumar puede matarme, incluso lo que queda del humo es mortal. El agua no es segura, necesito un purificador. Los conservantes y colorantes de la comida producen cáncer. Mantente alejado del microondas mientras lo tienes enchufado. No te sientes demasiado cerca de la pantalla del televisor o del ordenador. Ten cuidado con los virus del ordenador, y todavía más cuidado con el virus del SIDA. No des de comer a los osos mientras estás acampado. No uses el teléfono en una tormenta en la que haya rayos. Si conduces, no bebas; y ten cuidado con los que lo hacen.

Para empezar a aceptar la idea de hoy, tengo que darme cuenta de que no soy quien he creído ser. Esta pequeña identidad de Jose , envuelto en un cuerpo frágil, no es el que no está en peligro en ningún lugar del mundo: “Tu Hijo está a salvo dondequiera que se encuentre” (1:1). Es el Hijo Quien está a salvo, el Hijo Quien es amado por Dios “y está por siempre a salvo en Tu Paternal abrazo” (1:3). Hoy en mis momentos de quietud quiero recordar que Esto es Quien yo soy y, al menos en estos momentos, abandonaré mi sensación de peligro, bajaré mis defensas, y disfrutaré de la consciencia del Amor y protección del Padre (1:2). Me daré cuenta de que Quien Yo soy no puede “sufrir, estar en peligro o ser infeliz” (1:3).

Hoy voy a intentar sentir mi seguridad. ¿Cómo me sentiría si supiera de verdad, hasta lo más profundo de mi ser, que no puedo sufrir, estar en peligro o ser infeliz? ¿Qué efecto tendría en la tensión en mis hombros, el nudo en mi estómago, o el acelerado latir de mi corazón? Voy a pensar en esto con detenimiento. Voy a intentar imaginarme la paz que sentiría. Voy a sentir la relajación en cada parte de mi cuerpo y, lo que es más importante, voy a sentir que se derrite la dureza de mi mente. Pienso que me sentiría como un niño pequeño que cuando mamá o papá le dicen: “Ahora todo está bien”, lo cree de verdad. El temblor del miedo cesa, el cuerpecito se relaja, y el niñito se queda dormido en los brazos de su mamá.

“Y ahí es en verdad donde nos encontramos”, “siempre a salvo en Tu Paternal abrazo” (2:1, 1:3). “En Dios estamos a salvo” (2:3). Sí.




¿Qué es el mundo? (Parte 4)

L.pII.3.2:4-7

El mundo es donde nació la percepción falsa (2:5). Nació porque el conocimiento no pudo ocasionar los pensamientos de miedo, el conocimiento únicamente conoce la paz de Dios. En el Curso, el conocimiento siempre habla del Cielo y de su unidad; por otra parte, la percepción es el único medio de “saber” en este mundo. Los dos se comparan a menudo en el Texto. La percepción de por sí no es fiable: “los ojos engañan, y los oídos oyen falsedades” (2:6). Todos sabemos que esto es verdad. Uno sólo tiene que empezar una discusión conyugal acerca de lo que se vio y se dijo la noche anterior para demostrárnoslo a nosotros mismos. (Por supuesto, ¡siempre es la otra persona la que parece estar percibiendo falsedades!)

En todas las veces que mis sentidos me han engañado, ¿se me ha pasado por la cabeza que se hicieron precisamente para eso? “Pues los ojos fueron concebidos para que viesen un mundo que no existe, y los oídos, para que oyesen voces insonoras” (T.28.V.5:4, el resto del párrafo es también importante).

“Los ojos del cuerpo ven únicamente formas. No pueden ver más allá de aquello para cuya contemplación fueron fabricados. Y fueron fabricados para fijarse en los errores y no ver más allá de ellos. Su percepción es ciertamente extraña, pues sólo pueden ver ilusiones, al no poder ver más allá del bloque de granito del pecado y al detenerse ante la forma externa de lo que no es nada”. (T.22.III.5:3-6)

Con nuestra dependencia de nuestros ojos y oídos, nos hemos hecho muy fáciles de caer en el error: “Ahora es muy posible cometer errores porque se ha perdido la certeza” (2:7).

La percepción engañosa y nada fiable le permite al ego hacer que este mundo parezca real. La percepción nos muestra la vista de un mundo lleno de peligros, que exige defenderse y vigilancia continua contra el ataque. “El mundo es una percepción falsa” (1:1). Únicamente la visión de Cristo, que ve la Luz de Dios, puede mostrar algo diferente.

El propósito del mundo que ves es nublar tu función de perdonar y proveerte de una justificación por haberte olvidado de ella. Es asimismo la tentación de abandonar a Dios y a Su Hijo adquiriendo una apariencia física. Esto es lo que los ojos del cuerpo ven. (L.64.1:2-4)

Nada de lo que los ojos del cuerpo parecen ver puede ser otra cosa que una forma de tentación, ya que ése fue el propósito del cuerpo en sí. Hemos aprendido, no obstante, que el Espíritu Santo tiene otro uso para todas las ilusiones que tú has forjado, y, por lo tanto, ve en ellas otro propósito. Para el Espíritu Santo el mundo es un lugar en el que aprendes a perdonarte a ti mismo lo que consideras son tus pecados. De acuerdo con esta percepción, la apariencia física de la tentación se convierte en el reconocimiento espiritual de la salvación. (L.64.2)






















viernes, 30 de agosto de 2024

Lección 243 Hoy no juzgaré nada de lo que ocurra.

 


1. Hoy seré honesto conmigo mismo. 2No pensaré que ya sé lo que no puede sino estar más allá de mi presente entendimiento. 3No pensaré que entiendo la totalidad basándome en unos cuantos fragmentos de mi percepción, que es lo único que puedo ver. 4Hoy reconozco esto. 5Y así quedo eximido de tener que emitir juicios que en realidad no puedo hacer. 6De esta manera, me libero a mí mismo y a todo lo que veo, de modo que pueda estar en paz tal como Dios nos creó.

2. Padre, hoy dejo que la creación sea lo que es. 2Honro todos sus aspectos, entre los que me cuento. 3Somos uno porque cada aspecto alberga Tu recuerdo, y la verdad sólo puede derramar su luz sobre todos nosotros cual uno solo.






Comentario:

Intentar la práctica de hoy me mostrará que mi mente está juzgando constantemente. Por supuesto, el objetivo final es abandonar todo juicio y permitir al Espíritu Santo que juzgue por nosotros. Abandonar todo juicio es un factor muy importante para dejar el ego de lado: “El ego no puede sobrevivir sin hacer juicios, y, por consiguiente, se le abandona” (T.4.II.10:3).

“Hoy seré honesto conmigo mismo” (1:1). El Curso nos enseña que abandonar todo juicio es ser honestos con nosotros mismos. Esta lección también se expone en el Manual:

“Es necesario que el maestro de Dios se dé cuenta, no de que no debe juzgar, sino de que no puede. Al renunciar a los juicios, renuncia simplemente a lo que nunca tuvo. Renuncia a una ilusión; o mejor dicho, tiene la ilusión de renunciar a algo. En realidad, simplemente se ha vuelto más honesto. Al reconocer que nunca le fue posible juzgar, deja de intentarlo” (M.10.2:1-5).

Por eso abandonar los juicios es simplemente ser honesto acerca del hecho de que no puedo juzgar. Para juzgar con exactitud tendría que saber muchas cosas que están “más allá de mi presente entendimiento” (1:2). Tendría que conocer “la totalidad” de lo que mi limitada percepción me está diciendo. Y no puedo conocer eso. Así que cualquier juicio que yo haga tiene que ser una ilusión, no más válida que una simple adivinación.

A pesar de ello, ¡obsérvate a ti mismo haciéndolo! Nuestra mente cataloga a cada persona que vemos de manera automática. Examinamos su ropa, si está bien arreglada, su atractivo sexual, lo apropiado de su comportamiento, la manera de andar, y así sucesivamente. Nos levantamos, vemos el sol en el cielo y decimos: “¡Qué día más estupendo!”, o vemos la lluvia y decimos: “¡Qué día más horrible!”. Leemos un libro y le decimos a un amigo: “¡Es un libro maravilloso!”. Le damos el primer mordisco a un alimento y al instante lo juzgamos. La mente ego parece que no hace otra cosa que juzgar. Sólo obsérvate a ti mismo.

Eso no va a parar de la noche a la mañana, si es que alguna vez lo abandona. Sin embargo, lo que podemos hacer es darnos cuenta de estos juicios que están sucediendo constantemente y darnos cuenta de que no significan nada. Podemos decirle al ego: “Gracias por compartir”, y elegir que no queremos saber lo que algo significa o cómo reaccionar a ello, a pesar de lo que nos diga el ego. En lugar de eso, podemos volvernos a nuestro Guía interno. Podemos dejar “que la creación sea lo que es” (2:1) sin nuestra continua interferencia. Podemos llevar nuestros juicios al Espíritu Santo y pedirle que sane nuestra mente. Y, quizá lo más importante de todo, podemos desear que ese juicio sea deshecho. A fin de cuentas, ese deseo es todo lo que se necesita:

“La visión no sería necesaria si no se hubiese concebido la idea de juzgar. Desea ahora que ésta sea eliminada completamente y así se hará”. (T.20.VIII.1:5-6)

“Deshacer no es tu función, pero sí depende de ti el que le des la bienvenida o no”. (T.21.II.8:5)

No te preocupes por cómo pueden ser deshechos tus juicios. Únicamente desea que sean deshechos, dale la bienvenida al deshacimiento. Eso es todo, y el Espíritu Santo lo hará por ti.




¿Qué es el mundo? (Parte 3)

L.pII.3.2:1-3

“El mundo se fabricó como un acto de agresión contra Dios” (2:1). Ésta es probablemente una de las afirmaciones más fuertes de Un Curso de Milagros. Manda a paseo cualquier idea de que el mundo fue, al menos en parte, creado por Dios; Dios no pudo crear un ataque contra Sí Mismo. El mundo es el intento del ego de sustituir y expulsar a Dios, y proporcionarnos otra satisfacción diferente.

En el Capítulo 23, Sección II, el Texto habla de “Las Leyes del Caos”, las leyes del ego. Nos dice que estas leyes son las que hacen que el mundo parezca real, dice: “Éstos son los principios que hacen que el suelo que pisas parezca firme” (T.23.II.13:5). Las leyes del ego son las que inventaron el mundo.

¿Y qué hay de la belleza del mundo? ¿Y el brillo de las estrellas, la belleza frágil de una flor, la majestuosidad de un águila volando? Nada más que un destello, una superficie brillante que oculta la putrefacción de la muerte que hay debajo de todo ello. “O matas o te matan” es la ley de este mundo. Debajo de la hermosa superficie brillante del océano hay un mundo de dientes afilados, engaño cruel y guerra constante, donde la vida consiste en comer unas cosas y evitar ser comido por otras.

“¿Puedes acaso darle vida a un esqueleto pintando sus labios de color rosado, vistiéndolo de punta en blanco, acariciándolo y mimándolo?” (T.23.II.18:8)

“Fuera del Cielo no hay vida”. (T.23.II.19:1)

El mundo es el símbolo del miedo, que es la ausencia de amor. “El mundo, por lo tanto, se fabricó con la intención de que fuese un lugar en el que Dios no pudiese entrar y en el que Su Hijo pudiese estar separado de Él” (2:4). El ego fabricó el mundo como un lugar para esconderse de Dios, para escapar de Él. Sí, podemos encontrar símbolos de Dios en la naturaleza, y deberíamos; la percepción verdadera ve únicamente amor en todas las cosas. Pero eso significa que Le vemos en los tornados y terremotos así como en las flores y pájaros. Significa que Le vemos en todo porque Él está en nuestra mente. Pero en sus cimientos, este mundo es “un lugar en el que Dios no está”. Por eso lo inventó el ego. Ése es nuestro propósito al venir aquí como egos. Y nosotros, como egos, hicimos un buen trabajo, durante miles de años la gente ha estado intentando “demostrar” la existencia de Dios dentro del contexto de este mundo, y nadie lo ha conseguido excepto para unos pocos que estaban dispuestos a creerlo. Encontrar a Dios en el mundo es toda una hazaña. El mundo hace un mejor trabajo en ocultar a Dios que en mostrarle.

¿Cuál es el mensaje de todo esto para nosotros? Recuerda: “El mundo es una percepción falsa” (1:1). No es la verdad. La imagen del mundo es el símbolo del miedo y del ataque, es la representación de los pensamientos del ego. “Nació de un error” (1:2). Este mundo no es lo que queremos. No podemos aferrarnos a su “mejor” parte y olvidar el horror a nuestro alrededor. O lo tomamos por completo o lo soltamos por completo. Y así, podemos aprender a contemplar al mundo con amor, a contemplar a todo con amor. Amarlo es el único valor que tiene (T.12.VI.3:1-3). Mediante el perdón, pasamos de largo los mensajes de odio y miedo que constantemente intenta enviarnos, y vemos ahí, y en los aspectos más “agradables” la llamada universal al amor.

“Tú no deseas el mundo. Lo único de valor en él son aquellos aspectos que contemplas con amor. Eso le confiere la única realidad que jamás tendrá. Su valía no reside en sí mismo, pero la tuya se encuentra en ti. De la misma forma en que tu propia estima procede de extenderte a ti mismo, de igual modo la percepción de tu propia estima procede de extender pensamientos amorosos hacia el exterior. Haz que el mundo real sea real para ti, pues el mundo real es el regalo del Espíritu Santo, por lo tanto, te pertenece”. (T.12.VI.3:1-6)



























jueves, 29 de agosto de 2024

Lección 242 Este día se lo dedico a Dios. Es el regalo que le hago.

 


1. Hoy no dirigiré mi vida por mi cuenta. 2No entiendo el mundo, por lo tanto, tratar de dirigir mi vida por mi cuenta es una locura. 3Mas hay Alguien que sabe qué es lo que más me conviene. 4Y Él se alegra de tomar por mí únicamente aquellas decisiones que me conducen a Dios. 5Pongo este día en Sus manos, pues no quiero demorar mi regreso al hogar, y es Él el que conoce el camino que me conduce a Dios.

2. Y así, ponemos este día en Tus Manos. 2Venimos con mentes completamente receptivas. 3No pedimos nada que creamos desear. 4Concédenos tan sólo lo que Tú deseas que recibamos. 5Tú conoces nuestros deseos y necesidades. 6Y nos concederás todo lo que sea necesario para ayudarnos a encontrar el camino que nos lleva hasta Ti.





Comentario:

“Hoy no dirigiré mi vida por mi cuenta”. (1:1)


En un día que parece acelerado y sobrecargado de cosas que hacer, es un alivio recordar que no necesito dirigir mi vida solo. Puedo cargarme con miles de pequeñas decisiones, o puedo relajarme en Sus manos. Puedo hacer una lista de las cosas que hay que hacer, pero puedo abandonar todo apego a hacer cualquiera de ellas. En cada momento, puedo confiar en que sabré qué hacer a continuación, y que mi elección será perfecta.

Sin embargo, lo que es importante no es la dirección del Espíritu Santo sino Su compañía. Hoy no estaré solo, aunque no tenga ninguna otra presencia humana conmigo. De manera consciente puedo estar con Dios, y Dios conmigo. En lugar de hablar en voz alta conmigo mismo, ¿por qué no hablar en voz alta con Jesús? Él es un compañero mucho más sabio que mi mente limitada.

“No entiendo el mundo, por lo tanto, tratar de dirigir mi vida por mi cuenta es una locura”. (1:2)

Hay una gran resistencia en mí, en todos nosotros, a darnos cuenta de que no entendemos ni podemos entender el mundo. No entiendo nada, Mi consciencia de lo que está sucediendo es una parte infinitamente pequeña de nuestro planeta y su gente. No sé nada de otros planetas y galaxias, y desconozco casi por completo los muchísimos reinos más allá del físico: seres espirituales, ángeles, Maestros ascendidos, lo que quiera que exista. No sé que el empleado de la lavandería necesita una sonrisa, o lo que está sucediendo en mentes aparentemente separadas de la mía. ¿Cómo puedo por mi cuenta ni siquiera pensar en decidir qué hacer, a dónde ir, qué decir?

Algunos acontecimientos tienen lugar, como una cita que se retrasa para otro día y finalmente se fija para el momento que menos quería (según mis preferencias). Si pienso que entiendo lo que está sucediendo, si pienso que mis preferencias es lo más importante, podría sentirme disgustado. Si me doy cuenta de que no entiendo el mundo, abandono mis preferencias, acepto la situación y confío. Y me presento en la puerta de mi amiga unos minutos después de que ella se haya enterado de la muerte repentina de una amiga, y me encuentro allí para consolarla cuando lo necesita. Y, no es por casualidad, preparado por la charla acerca de la muerte con otro amigo la tarde anterior, cuando yo no tenía ni idea de por qué accedí a esa charla cuando tenía otras cosas por hacer que a mí me parecían más importantes. ¡Qué insensato no dejarme guiar por Él!

Así que hoy, de nuevo, renuncio a ser mi propio maestro y me afianzo más profundamente en la consciencia de que no sé, de que no entiendo, y saber eso es sabiduría. Pongo este día en las manos de Dios: “Es el regalo que Le hago”. ¡Éste sí que es un buen trato! Abandono todos mis planes para este día, y ¡Él lo llena de milagros! Para eso es para lo que Él lo quiere. Se necesita un gran esfuerzo al principio para abandonar lo que creo saber. Pero cuando lo hago, sólo llega la alegría.

“Mas hay Alguien que sabe qué es lo que más me conviene. Y Él se alegra de tomar por mí únicamente aquellas decisiones que me conducen a Dios. Pongo este día en Sus manos, pues no quiero demorar mi regreso al hogar, y es Él el que conoce el camino que me conduce a Dios”. (1:3-5)

“Lo que más me conviene” no significa necesariamente que haré todo lo que yo creo que tengo que hacer, o que respecto a la forma todo saldrá a la perfección (en mi opinión). A menudo eso es lo que significa, pero otras veces no. “Lo que más me conviene” significa “las cosas que me guían a Dios”. Significa “regresar al hogar” y avanzar en el “camino a Dios”. Porque para eso es la vida en este mundo. “El único propósito de este mundo es sanar al Hijo de Dios” (T.24.VI.4:1), y nada más. Si Le doy mi día a Dios, al Espíritu Santo, acabaré el día más cerca de Dios, más cerca del hogar; ése es mi propósito cada día de mi vida. Nada más. Todos los demás acontecimientos son accesorios del escenario para esta obra que se está representando.

No importa qué otra cosa pueda suceder, si paso este día más consciente de la compañía de Jesús, en paz más a menudo, un poco más feliz en cada minuto o durante más tiempo, eso ya es un triunfo.

“Y así, ponemos este día en Tus Manos. Venimos con mentes completamente receptivas. No pedimos nada que creamos desear. Concédenos tan sólo lo que Tú deseas que recibamos. Tú conoces nuestros deseos y necesidades. Y nos concederás todo lo que sea necesario para ayudarnos a encontrar el camino que nos lleva hasta Ti”. (2:1-6)

“Mentes completamente receptivas”. Sin ninguna idea de antemano acerca de lo que debería suceder. “Completamente” significa totalmente abiertas, completamente receptivas. Y en cuanto a lo que esperamos que suceda, cualquier cosa puede fallar pero no nos sentimos disgustados. Y en cuanto a lo que no esperamos que suceda, cualquier cosa puede ocurrir, y no nos sentimos disgustados. Reconozco que mi mente no quiere estar completamente abierta y receptiva. Por ejemplo, pienso que si antes de comer no termino el artículo que estoy escribiendo, podría sentirme disgustado. Si tengo ese pensamiento, que me dé cuenta de que sólo es mi pensamiento, no es un hecho. ¿A qué otras cosas me aferro hoy? Jesús, quiero estar completamente abierto y receptivo, y no es fácil.

¿Cómo puedo abandonar lo que yo quiero y necesito? Recordando que “Tú conoces nuestros deseos y necesidades”. Él sabe lo que creo que necesito, y no necesito pedirle esas cosas. Él ya lo sabe. Y si el día no trae lo que creo que quiero, no es porque Él no lo sepa, o porque ha perdido mis datos, o porque me esté castigando por alguna culpa imaginaria. Es porque lo que yo creía que quería no es lo que más me conviene. El Espíritu Santo no es desconsiderado ni olvidadizo. Él nos concederá “todo lo que sea necesario para ayudarnos a encontrar el camino que nos lleva hasta Dios”. Que mi mente abandone la defensa de hacer planes, y que siga este consejo: “No permitas que ninguna defensa, excepto tu presente confianza, dirija el futuro, y esta vida se convertirá en un encuentro significativo con la verdad, la cual sólo tus defensas podrían ocultar” (L.135.19:2).




¿Qué es el mundo? (Parte 2)

L.pII.3.1:4-5

Si el mundo es sólo el efecto del pensamiento de separación en mi mente, entonces es cierto que:

“Cuando el pensamiento de separación haya sido sustituido por uno de verdadero perdón, el mundo se verá de una manera completamente distinta; de una manera que conduce a la verdad…” (1:4). El remedio para el pensamiento de separación es el perdón verdadero. Si el Curso es un curso en cambiar nuestros pensamientos, los pensamientos que se están cambiando son los pensamientos de separación, y se están cambiando por pensamientos de verdadero perdón. La “barrera” que nos mantiene separados es nuestra falta de perdón, nuestros resentimientos, nuestros juicios de que los demás no se merecen amor. El resultado de cambiar estos pensamientos por pensamientos de perdón es que vemos el mundo de una manera muy diferente. En lugar de un mundo de juicios, vemos el mundo real. En lugar de enemigos, vemos hermanos. Y la visión de este mundo real “conduce a la verdad”, de la percepción al conocimiento, del mundo real al Cielo.

Esta luz “conduce a la verdad en la que el mundo no puede sino desaparecer junto con todos sus errores” (1:4). En otras palabras, como ya hemos visto, el cambio va del “mundo” (resultado del pensamiento de separación) al “mundo real” (resultado del pensamiento de perdón), y luego al “Cielo” (la verdad), donde no existe el mundo en absoluto.

El proceso por el que pasamos en el mundo es la sanación de nuestros pensamientos de separación. A medida que esos pensamientos sanan, empezamos a ver el mundo real cada vez más, un mundo en el que sólo se refleja amor. Pero cuando el pensamiento de separación se ha sanado por completo en cada parte de cada pedazo de mente, no sólo se verá el mundo de manera diferente, desaparecerá. “Ahora su fuente (el pensamiento de separación) ha desaparecido, al igual que sus efectos (el mundo y todos sus errores)” (1:5).



























miércoles, 28 de agosto de 2024

Lección 241 En este instante santo llega la salvación. 3.¿QUÉ ES EL MUNDO?

 


¿Qué es el mundo?

1. El mundo es una percepción falsa. 2Nació de un error, y no ha abandonado su fuente. 3Persistirá mientras se siga abrigando el pensamiento que le dio vida. 4Cuando el pensamiento de separación haya sido sustituido por uno de verdadero perdón, el mundo se verá de una manera completamente distinta; de una manera. que conduce a la verdad en la que el mundo no puede sino desaparecer junto con todos sus errores. 5Ahora su fuente ha desaparecido, al igual que sus efectos.

2. El mundo se fabricó como un acto de agresión contra Dios. 2Es el símbolo del miedo. 3Mas ¿Qué es el miedo sino la ausencia de amor? 4El mundo, por lo tanto, se fabricó con la intención de que fuese un lugar en el que Dios no pudiese entrar y en el que Su Hijo pudiese estar separado de Él. 5Esa fue la cuna de la percepción, pues el conocimiento no podría haber sido la causa de pensamientos tan descabellados. 6Mas los ojos engañan, y los oídos oyen falsedades. 7Ahora es muy posible cometer errores porque se ha perdido la certeza.

3. Y para sustituirla nacieron los mecanismos de la ilusión, 2que ahora van en pos de lo que se les ha encomendado buscar. 3Su finalidad es servir el propósito para el que se fabricó el mundo, de modo que diese testimonio de él y lo hiciera real. 4Dichos mecanismos ven en sus ilusiones una sólida base donde existe la verdad y donde se mantiene aparte de las mentiras. 5No obstante, no informan más que de ilusiones, las cuales se mantienen separadas de la verdad.

4. Del mismo modo en que el propósito de la vista fue alejarte de la verdad, puede asimismo tener otro propósito. 2Todo sonido se convierte en la llamada de Dios, y Aquel a quien Dios designó como el Salvador del mundo puede conferirle a toda percepción un nuevo propósito. 3Sigue Su Luz, y verás el mundo tal como Él lo ve. 4Oye sólo Su Voz en todo lo que te habla. 5Y deja que Él te conceda la paz y la certeza que tú desechaste, pero que el Cielo salvaguardó para ti en Él.

5. No nos quedemos tranquilos hasta que el mundo se haya unido a nuestra nueva percepción. 2No nos demos por satisfechos hasta que el perdón sea total. 3Y no intentemos cambiar nuestra función. 4Tenemos que salvar al mundo. 5Pues nosotros que lo fabricamos tenemos que contemplarlo a través de los ojos de Cristo, de modo que aquello que se concibió para que muriese pueda ser restituido a la vida eterna.




En este instante santo llega la salvación.

1. ¡Qué alegría tan grande la de hoy! 2Éste es un día de una celebración especial. 3Pues este día le ofrece al mundo de tinieblas el instante que se fijó para su liberación. 4Ha llegado el día en que todos los pesares se dejan atrás y el dolor desaparece. 5La gloria de la salvación alborea hoy sobre un mundo que ha sido liberado. 6Éste es un tiempo de esperanza para millones de seres. 7Ahora ellos se unirán conforme tú los perdones a todos. 8Pues hoy tú me perdonarás a mí. .

2. Ahora nos hemos perdonado los unos a los otros, y así podemos por fin regresar a Ti. 2Padre, Tu Hijo, que en realidad jamás se ausentó, retorna al Cielo y a su hogar. 3iQué contentos estamos de que se nos haya restituido la cordura y de poder recordar que todos somos uno!




Comentario:

Cuando la lección dice que hoy “es un día de una celebración especial” (1:2), sospecho que usa la palabra “especial” del mismo modo en que la usa en otro lugar del Texto, en el que Jesús dice: “Todos mis hermanos son especiales” (T.1.V.3:6). Hoy es un día especial porque, en el instante santo, la salvación ya ha llegado. Y sin embargo, “Puedes reclamar el instante santo en cualquier momento y lugar en que lo desees” (T.15.IV.4:4). ¡Siempre que pidas el instante santo, es una celebración especial! ¡Un día de gozo!

Esto es como decirle a un niño que puede celebrar la Navidad el día que quiera. Y ciertamente el Curso nos dice exactamente eso, en la sección titulada “La Hora de Renacer”, escrito en Navidad. Nos dice que esta Navidad es la hora de Cristo, y que la hora de Cristo es el instante santo (T.15.X.2:1), y luego nos dice: “en tus manos está hacer que la hora de Cristo tenga lugar ahora” (T.15.X.4:1).

Y entonces, ¿por qué no hoy? ¿Por qué no todos los días? ¿Por qué no ahora? Cualquier instante que yo quiera puedo convertirlo en un instante en el que “todos los pesares se dejan atrás y el dolor desaparece” (1:4). La práctica del instante santo me ofrece esto. En cualquier instante, dentro de mi mente puedo abrir una ventana al mundo real, y respirar su agradable aire. Puedo sentir un mundo unido, unido por medio de mi perdón.

Todavía no siento la felicidad absoluta en el momento en que cierro los ojos y digo: “En este instante santo llega la salvación”. Siempre está aquí la realidad que he sentido de vez en cuando, de eso estoy seguro. Sin embargo, es muy desigual mi experiencia de ello (¡muy irregular!). Pero una vez que la has sentido, y en ese instante has sabido que lo que estás sintiendo es eterno, ya nunca podrás dudar de su eterna presencia. Todavía hay muchos obstáculos que impiden que yo sea consciente de ello. Todavía me estoy aferrando a algunos de esos obstáculos. La mayor parte del tiempo, mis resentimientos me ocultan la Luz del mundo. Pero está ahí. Mi perdón me la puede mostrar (1:7, 2:1).

Cada vez que me detengo para recordar, cada vez que intento pedir un instante santo, cae un obstáculo, se añade a mi depósito otra gota de mi buena disposición. ¿De qué mejor manera puedo emplear mi tiempo? Como dijo la Lección 127: “No hay mejor manera de emplear el tiempo que ésa” (ver párrafos 7 y 8).

Una nota más: date cuenta de que en 1:8, Jesús nos dice que le perdonemos a él. Hoy voy a examinarme para ver si todavía guardo algo en su contra, algún tipo de desconfianza hacia él, algún temor a él, algo por lo que le culpo o por lo que estoy resentido contra él. Aunque le respete como mi maestro, es muy fácil tener resentimientos contra tus maestros.




¿Qué es el mundo? (Parte 1)

L.pII.3.1:1-4

La primera frase contesta la pregunta ¿Qué es el mundo?: “El mundo es una percepción falsa” (1:1). El resto de la página es la explicación de esta corta frase. Algunos de nosotros, al leer por primera vez el Curso, pensamos que quizá el Curso no quería decir que el mundo no es real, sino que la manera en que lo vemos es falsa. Sin embargo, aquí, Jesús nos está diciendo con toda claridad que el mundo y la percepción falsa son lo mismo. El mundo es una alucinación, estamos viendo algo que no está ahí.

Tal como yo lo veo, “yo” estoy dentro de mi cabeza atento a un mundo que no es parte de mí. Separado. Y eso no es la verdad. No existe un mundo externo a mí (T.18.VI.1:1; T.12.III.6:7). “Lo que se proyecta y parece ser externo a la mente, no se encuentra afuera en absoluto” (T.26.VII.4:9).

El mundo “nació de un error” y no ha abandonado nuestra mente que lo produjo (1:2). Como dice el Curso frecuentemente: “Las ideas no abandonan su fuente”. El mundo está en nuestra idea equivocada de la separación, en nuestra mente. Cuando nuestra mente (la mente única que todos compartimos) ya no desee más la idea de la separación, el mundo que representa a esa idea desaparecerá.

Muchos que han sido educados en una tradición religiosa que enseñaba que Dios creó el mundo, han pasado por un montón de angustia y confusión, preguntándose ¡cómo pudo crear Dios semejante lío! Si Él era responsable de todo esto, no estábamos seguros de querer conocerle. ¡Qué alivio es darse cuenta de que Él no lo creó!, nació del error de nuestra mente, de albergar por error en nuestra mente la idea de la separación. Las desgracias de este mundo sólo reflejan la desgracia que trajo a nuestra mente el pensamiento de la separación. Es como si nos preguntásemos: ¿Y si estamos separados?, y se nos diera al instante un viaje a una realidad falsa de lo que eso sería.

Una lección del comienzo dijo: “Puedo escaparme de este mundo renunciando a los pensamientos de ataque” (Lección 55, repaso de la 23). El pensamiento es el mismo. Sana los pensamientos de ataque, los pensamientos de separación que todavía albergo, y puedo dejar atrás el mundo. El Curso nos está ayudando a hacer justamente eso: abandonar nuestros pensamientos de ataque, y solucionar los problemas del mundo en donde se producen (en nuestra mente).






























martes, 27 de agosto de 2024

Lección 240 El miedo, de la clase que sea, no está justificado.

 



1. El miedo es un engaño. 2Da testimonio de que te has visto a ti mismo como nunca podrías ser y, por lo tanto, contemplas un mundo que no puede ser real. 3Ni una sola cosa en ese mundo es verdad. 4Sea cual sea la forma en que se manifieste, 5sólo da fe de tus ilusiones acerca de ti mismo. 6No nos dejemos engañar hoy. 7Somos los Hijos de Dios. 8El miedo no tiene cabida en nosotros, pues cada uno de nosotros es parte del Amor Mismo.

2. ¡Cuán infundados son nuestros miedos! 2¿Ibas acaso a permitir que Tu Hijo sufriese? 3Danos fe hoy para reconocer a Tu Hijo y liberarlo. 4Perdonémosle hoy en Tu Nombre, para poder entender su santidad y sentir por él el amor que Tú también sientes por él.





Comentario:

“El miedo es un engaño” (1:1). Cuando tenemos miedo, hemos sido engañados por alguna mentira, porque, puesto que somos el Hijo de Dios y parte del Amor Mismo (1:7-8), nada puede hacernos daño o causarnos pérdida de ningún tipo. Por lo tanto, cuando aparece el miedo, nos hemos visto a nosotros mismos como nunca podríamos ser (1:2). La realidad de lo que somos no está nunca en peligro: “Nada real puede ser amenazado” (T.In.2:2). Es imposible que nada del mundo pueda amenazarnos, “Ni una sola cosa en ese mundo es verdad” (1:3). “Nada irreal existe” (T.In.2:3).

Todas las amenazas del mundo, sean cuales sean las formas en que se manifiesten, sólo dan fe de nuestras ilusiones acerca de nosotros mismos (1:4-5). Nos vemos a nosotros mismos como indefensos, como un cuerpo, como un ego, como una forma de vida física que puede apagarse en un instante. Eso no es lo que somos; y cuando tenemos miedo, eso es lo que estamos pensando que somos. Para que podamos pensar que somos algo distinto -el eterno Hijo de Dios, por siempre seguros en el Amor de Dios, más allá del alcance de la muerte- tenemos que estar dispuestos a aprender que todo lo del mundo no es real. Finalmente tenemos que ver que el intento de aferrarnos a la realidad de este mundo es aferrarnos a la muerte.

Si insistimos en hacer este mundo real, la afirmación de hoy: “El miedo, de la clase que sea, no está justificado” nunca nos parecerá verdad. En este mundo todo puede ser atacado, todo puede cambiar, y finalmente desaparecer. Si intentamos aferrarnos a ello, no se puede evitar el miedo porque el final de aquello a lo que nos aferramos es seguro. El único modo de liberarnos verdaderamente del miedo es dejar de darle valor a todo y valorar sólo lo eterno.

Esto no significa que no podamos disfrutar de las cosas que son pasajeras, que no podamos por ejemplo pararnos a apreciar la belleza de una puesta de sol que sólo dura unos minutos. Pero entendemos que no es la puesta de sol lo que valoramos, sino la belleza que refleja por un momento. No es el contacto con un cuerpo lo que valoramos, un cuerpo que se marchita y se acaba, sino el amor eterno que alcanza y refleja durante un momento. No la forma, sino el contenido. No el símbolo, sino su significado. No los sobre tonos, ni los armónicos, ni los ecos, sino la eterna canción del Amor (Canc.1.I.3:4).

Que hoy repita: “El miedo, de la clase que sea, no está justificado”. Y cuando surja el miedo, que recuerde que no hay nada que temer (2:1). Que recuerde que no hay ninguna razón para el miedo. Que mis miedos me recuerden la verdad de que lo que yo valoro nunca muere.




¿Qué es la salvación? (Parte 10)

L.pII.2.5:2

La salvación no es un mundo material perfecto, sino un estado mental en el que “la eternidad haya disuelto al mundo con su luz y el Cielo sea lo único que exista” (5:2). Al entrar en el instante santo con mayor frecuencia, y la visión del “mundo real” que trae, estamos literalmente acelerando el final del tiempo. Las palabras “mundo real” es una contradicción, son dos palabras que se contradicen la una a la otra, pues el mundo no es real. (Ver T.26.III.3:1-3). El mundo real es la meta que el Curso quiere para nosotros y, sin embargo, cuando se alcanza completamente, apenas tendremos tiempo de apreciarlo antes de que Dios dé Su Último Paso, y la ilusión del mundo desaparezca en la realidad del Cielo (T.17.II.4:4). La pesadilla se transforma poco a poco en un sueño feliz, y cuando todas las pesadillas hayan desaparecido, no habrá ya necesidad de soñar, despertaremos.


La salvación es el proceso de transformar la pesadilla en un sueño feliz, el proceso de deshacer las ilusiones, el proceso de eliminar los obstáculos que hemos levantado en contra del amor, en resumen, el proceso del perdón. La experiencia en la que ahora estamos es nuestra aula de aprendizaje. La razón por la que estamos aquí es para aprender la verdad o, más bien, para desaprender los errores. El Curso nos pide que nos alegremos de aprender, y que tengamos paciencia. “No temas que se te vaya a elevar y a arrojar abruptamente a la realidad” (T.16.VI.8:1-2). Nos aterrorizaría, como un niño de guardería al que de repente le hacen presidente, o un alumno de primer curso de piano al que obligan a dar un concierto de piano en un lugar de mucho prestigio. Cada uno de nosotros está exactamente donde le corresponde, aprendiendo justamente lo que necesita aprender. Entremos, pues, de todo corazón y llenos de gozo en el proceso, practicando nuestros instantes santos, recibiendo nuestros pequeños destellos del mundo real, cada uno asegurándonos de la realidad de nuestra meta y de la seguridad de su logro.


































lunes, 26 de agosto de 2024

Lección 239 Mía es la gloria de mi Padre.

 



1. No permitamos hoy que la verdad acerca de nosotros se oculte tras una falsa humildad. 2Por el contrario, sintámonos agradecidos por los regalos que nuestro Padre nos ha hecho. 3¿Sería posible acaso que pudiéramos advertir algún vestigio de pecado o de culpa en aquellos con quienes Él comparte Su gloria? 4¿Y cómo podría ser que no nos contásemos entre ellos, cuando Él ama a Su Hijo para siempre y con perfecta constancia, sabiendo que es tal como Él lo creó?

2. Te damos gracias, Padre, por la luz que refulge por siempre en nosotros. 2Y la honramos porque Tú la compartes con nosotros. 3Somos uno, unidos en esa luz y uno Contigo, en paz con toda la creación y con nosotros mismos.



Comentario:

“No permitamos hoy que la verdad acerca de nosotros se oculte tras una falsa humildad” (1:1).

Una cosa de la que ahora me doy cuenta al hacer el Libro de Ejercicios es que cuando usa las palabras “nosotros” y “nosotros mismos”, no se refiere sólo a nosotros como estudiantes del Curso. La palabra “nosotros” incluye a Jesús”. Después de todo, es Jesús quien está hablando a lo largo de todo el libro. Este “nosotros” no es en sentido general. Jesús se está identificando a sí mismo con nosotros, y a nosotros con él.

La “verdad acerca de nosotros” es la verdad acerca de ti, de mí y de Jesús. Al darme cuenta de esto, tengo una sensación de su unión conmigo que nunca antes había tenido. Y veo en todo ello un propósito, centrar toda la atención en la igualdad de él, de mí, y de todos mis hermanos.

Cuando veo señales de pecado y culpa “en aquellos con quienes Él comparte Su gloria” (1:3), los estoy viendo en mí mismo. ¡Eso es falsa humildad! Cuando veo a mi hermano como culpable o pecador es porque yo me estoy considerando a mí mismo de la misma manera, y de ese modo estoy ocultando la verdad acerca de mí. La culpa puede tomar aparentemente una forma santa: “Todos somos sólo unos pobres estudiantes del Curso, débiles y frágiles, que fallamos continuamente”. Y esa culpa, esa falsa humildad, oscurece tu gloria y la mía.


Es cierto que todos somos estudiantes, que todos estamos en los peldaños más bajos de la escalera y comenzando a darnos cuenta de todo lo que verdaderamente somos. Es una espiritualidad falsa fingir lo que todavía no estamos sintiendo. Pero es falsa humildad dar importancia continuamente a nuestra debilidad al juzgarnos o concentrarnos en nuestros fallos. Todos tenemos ego, pero también todos compartimos la misma gloriosa Filiación. Necesitamos dedicar tiempo, de vez en cuando, dando gracias por “la luz que refulge por siempre en nosotros… Somos uno, unidos en esa luz y uno Contigo, en paz con toda la creación y con nosotros mismos” (2:1,3).

Aquello que pienso de mis hermanos es lo que pienso de mí. La manera en que veo a mis hermanos es la manera en que me veo a mí mismo.

“Parece que es la percepción la que te enseña lo que ves. Sin embargo, lo único que hace es dar testimonio de lo que tú enseñaste. Es el cuadro externo de un deseo: la imagen de lo que tú querías que fuese verdad”. (T.24.VII.8:8-10)

¿De qué otra manera podrías poner de manifiesto al Cristo en ti, sino contemplando la santidad y viéndolo a Él en ella? (T.25.I.2:1). En otras palabras, tú manifiestas al Cristo en ti al contemplar a tus hermanos y ver al Cristo en ellos.

“La percepción te dice que tú te pones de manifiesto en lo que ves”. (T.25.I.2:2) “La percepción es la elección de lo que quieres ser, del mundo en el que quieres vivir y del estado en el que crees que tu mente se encontrará contenta y satisfecha… Te revela lo que eres tal como tú quieres ser”. (T.25.I.3:1,3)


Si no oculto la verdad de mi propia gloria, no puedo ocultar la de mi hermano. “Lo que es lo mismo no puede tener una función diferente” (T.23.IV.3:4). Si niego la verdad en mi hermano, me la estoy negando a mí mismo. La estoy negando en él porque la estoy negando en mí mismo. Cuando mentalmente me separo de alguien, y le rebajo al juzgarle, estoy viendo únicamente lo que mi mente me está haciendo a mí mismo. Estoy ocultando mi propia gloria, y por lo tanto juzgando a otro, proyectando fuera la culpa. Mi juicio sobre otro puede convertirse en un espejo que me muestra que me he olvidado de lo que verdaderamente soy. Me puede hacer recordar, y elegir de nuevo recordar mi Ser como Hijo de Dios, “en paz con toda la creación y conmigo mismo” (2:3).




¿Qué es la salvación? (Parte 9)

L.pII.2.5:1-2

Desde el mundo nos volvemos al santo lugar dentro, entramos en el instante santo, donde nuestras ilusiones desaparecen porque ya no las apoyamos, y empezamos a ver con la visión de Cristo, viendo el mundo real. Y luego regresamos al mundo. “Desde ahí le extendemos la salvación al mundo, pues ahí fue donde la recibimos” (5:1). Esto se repite una y otra vez tanto en el Libo de Ejercicios como en el Texto: alejarnos del mundo de los sueños, entrar en el instante santo, y regresar para darle la salvación al mundo. El Curso no pretende que nos aislemos del mundo, sino que lo salvemos. No nos pide que nos retiremos a una vida contemplativa en un monasterio, sino que nos pide que entremos dentro de ese estado mental que encontramos en la meditación y que ofrezcamos al mundo lo que hemos encontrado.

“El himno que llenos de júbilo entonamos le proclama al mundo que la libertad ha retornado” (5:2). Nuestra sanación interna expresa su alegría en una “canción de alegría”, y esa canción se convierte en lo que llama al mundo a regresar a su libertad. Nada hay tan sanador como una persona cuya cara está radiante de alegría. No se pretende que regresemos al mundo a predicarle una nueva religión (L.37.3:1,2), sino que lo cambiemos con nuestra alegría. Representamos un nuevo estado mental. Como dice el Manual: “Representamos la Alternativa” (M.5.III.2:6). Salvamos al mundo al salvarnos nosotros.























Lección 238 La salvación depende de mi decisión.

 



1. Padre, Tu confianza en mí ha sido tan grande que debo ser digno de ella. 2Tú me creaste y me conoces tal como soy. 3Y aun así, pusiste en mis manos la salvación de Tu Hijo y dejaste que dependiera de mi decisión. 4¡Cuán grande debe ser Tu amor por mí! 5Y mi santidad debe ser asimismo inexpugnable para que hayas puesto a Tu Hijo en mis manos con la certeza de que Aquel que es parte de Ti, y también de mí, puesto que es mi Ser, está a salvo.

2. Y así, hoy volvemos a hacer otra pausa para pensar en lo mucho que nos ama nuestro Padre. 2Y cuán querido sigue siendo para Él Su Hijo, quien fue creado por Su Amor y en quien el Amor de Su Padre alcanza su plenitud.



Comentario:

En la Lección 236 vi que sólo yo gobierno mi mente. Dios me creó libre para elegir escuchar Su Voz, o no escucharla. Así pues, la salvación depende de mi decisión. El mensaje de la lección de hoy es ése, y si esto es verdad, Dios tiene que tener toda Su confianza en mí. A la humanidad se la describe normalmente como débil, llena de dudas, o completamente rebelde. Pecadores y no dignos de confianza en absoluto. Pero si Dios puso en mis manos la salvación de Su Hijo y dejó que dependiera de mi decisión (1:3), esa oscura imagen no puede ser la verdad. Si yo no fuera de fiar, si la humanidad fuera tan poco de fiar, Dios nunca habría puesto tan enorme confianza en nosotros. Por lo tanto, “debo ser digno” (1:1). ¡Cuán grande debe ser Tu amor por mí! Y mi santidad debe ser asimismo inexpugnable para que hayas puesto a Tu Hijo en mis manos con la certeza de que Aquel que es parte de Ti y también de mí, puesto que es mi Ser, está a salvo (1:4-5). En resumen: Si Dios confía en mí, yo debo merecerme esa confianza.

No es únicamente mi salvación la que depende de mi decisión: “toda la salvación” depende de ella, porque la Filiación es una. Si una parte permanece separada y sola, la Filiación está incompleta. Sin embargo, Dios ha “puesto a Su Hijo en mis manos con la certeza de que está a salvo” (1:5). Si Dios está seguro de que el Hijo está seguro en mis manos, Él debe saber algo acerca de mí que yo he olvidado. Él me conoce tal como soy (1:2), y no como yo he llegado a creer que soy. La confianza que Él muestra es sorprendente, porque el Hijo no sólo es Su creación sino que además “es parte de” Él (1:5). Dios me ha confiado parte de Su mismo Ser a mi cuidado con la confianza de que mi decisión será: elegir unirme a Su Amor y a Su Voluntad libremente y por mi propia voluntad. Él sabe que al final eso será lo que elegiré y que no puedo elegir otra cosa, pues Él me creó como una extensión de Su propio Amor.

Que hoy elija a menudo pensar en cuánto me ama Dios, cuánto ama a Su Hijo, y que el Amor de Dios a Su Hijo está demostrado al confiar toda la salvación a mi decisión. Que descanse seguro de que el resultado es tan seguro como Dios. Que confíe en la confianza de Dios en mí.




¿Qué es la salvación? (Parte 8)

L.pII.2.4:2-5

Cuando acudimos diariamente a este santo lugar, echamos una pequeña ojeada al mundo real, “nuestro sueño final” (4:2). En el instante santo vemos con la visión de Cristo, en la que no hay sufrimiento. Se nos permite tener “un atisbo de toda la gloria que Dios nos ha dado” (4:3). El propósito del Curso es que vengamos al lugar donde obtenemos esta visión y la llevamos con nosotros siempre, el lugar donde nuestra mente cambia de tal manera que vemos sólo el mundo real, y vivimos la vida como un instante santo continuo y eterno. Ese momento puede parecer muy lejos de mí, pero está mucho más cerca de lo que creo, y en el instante santo lo siento como ahora. Venir repetidamente al instante santo, sumergir nuestra mente en la visión del mundo real, es la manera en que este mundo se convierte en la única realidad para nosotros, el sueño final antes de despertar.

En este sueño feliz, “La tierra nace de nuevo desde una nueva perspectiva” (4:5). Las imágenes de brotar la hierba, los árboles florecer y los pájaros hacer sus nidos en su ramaje, nos hablan de la primavera, del renacer después de un largo invierno. Las imágenes representan la nueva visión del mundo, en el que nuestra oscuridad espiritual ha desaparecido, y todas las cosas vivas están unidas en la luz de Dios. Ahora pasamos de largo las ilusiones, dejamos atrás lo que siempre nos ha parecido la sólida realidad, y vemos algo más firme y seguro más allá de las ilusiones, una visión de eterna santidad y de paz. Vemos y respondemos a “la necesidad de cada corazón, al llamamiento de cada mente, a la esperanza que se encuentra más allá de toda desesperación, al amor que el ataque quisiera ocultar y a la hermandad que el odio ha intentado quebrantar, pero que aún sigue siendo tal como Dios la creó” (L.185.14:1).

Aquí, en la visión del mundo real, oímos “la llamada cuyo eco resuena más allá de cada aparente invocación a la muerte, la llamada cuyo canto se oye tras cada ataque asesino, suplicando que el amor restaure el mundo moribundo” (T.31.I.10:3). Vemos que el único propósito del mundo es el perdón. “¡Qué bello es el mundo cuyo propósito es perdonar al Hijo de Dios!” (T.29.VI.6:1).

“¡Qué bello es caminar, limpio, redimido y feliz, por un mundo que tanta necesidad tiene de la redención que tu inocencia vierte sobre él!” (T.23.In.6:5)









lección 237 Ahora quiero ser tal como Dios me creó.

 


1. Hoy aceptaré la verdad acerca de mí mismo. 2Me alzaré glorioso, y dejaré que la luz que mora en mí irradie sobre el mundo durante todo el día. 3Le traigo al mundo las buenas nuevas de la salvación que oigo cuando Dios mi Padre me habla. 4Y contemplo el mundo que Cristo quiere que yo vea, consciente de que pone fin al amargo sueño de la muerte; consciente de que es la llamada que mi Padre me hace.

2. Cristo se convierte hoy en mis ojos, y en los oídos que escuchan hoy la Voz que habla por Dios. 2Padre, vengo a Ti a través de Aquel que es Tu Hijo, así como mi verdadero Ser. 3Amén.


Comentario:

Estas lecciones de la Segunda Parte del Libro de Ejercicios parecen todas intentar que nos demos cuenta de Quién o Qué somos realmente. Como dice la Introducción:

“El libro de ejercicios está dividido en dos secciones principales. La primera está dedicada a anular la manera en que ahora ves, y la segunda, a adquirir una percepción verdadera”. (L.In.3:1)

Así que la importancia de toda esta parte del Libro de Ejercicios, las últimas 145 lecciones, está dedicada a la verdadera percepción. Se da por sentado que por fin el lector se ha dado cuenta del sistema de pensamiento en su vida, aunque no da por sentado que se ha deshecho el ego completamente. Si ése fuera el caso, no se necesitarían más lecciones.

Lo que estamos haciendo en estas últimas lecciones es poner en práctica el lado positivo del Curso, e intentar aplicarlo. “Ahora quiero ser tal como Dios me creó”. El propósito no es sólo entender la idea y guardarla en la carpeta: “Hechos: la naturaleza humana, la verdad”, sino ser el Hijo de Dios, haciéndome consciente de esta verdad a lo largo del día, y viviendo de acuerdo con ella.

“Me alzaré glorioso” (1:2). Cada día puedo empezarlo con gloria. Brillando, extendiendo luz hacia fuera. Según el diccionario, gloria significa “belleza y esplendor majestuosos y resplandecientes”. No es una palabra que asociemos con nosotros fácilmente. Hoy puedo hacer un esfuerzo consciente para darme cuenta de esta gloria. Soy un ser resplandeciente. La luz del amor se extiende desde mí hacia fuera para bendecir al mundo. Me sentaré un instante en silencio, imaginándomelo, dándome cuenta de mi resplandor.

Según voy pasando el día:

“… dejaré que la luz que mora en mí irradie sobre el mundo durante todo el día. Le traigo al mundo las buenas nuevas de la salvación que oigo cuando Dios mi Padre me habla”. (1:2-3)

Esto está relacionado con ser, no con hacer. Está relacionado con irradiar, no con hablar. Enseñamos paz siendo pacíficos, no hablando de ello. Si estoy alegre, relajado, amoroso y acepto a aquellos que están a mi alrededor, mi actitud hablará más alto y más claro que mis palabras.

Así que, en este día, mientras trabajo y me relaciono con amigos, quiero estar radiante. Soy tal como Dios me creó, por eso yo soy radiante, no tengo que hacer nada para ser resplandeciente. Todo lo que necesito es darme cuenta de que mis pensamientos harían borrar ese resplandor, y elegir lo contrario.

En cierto sentido esto sustituye a la lección anterior en la que Le preguntaba al Espíritu Santo dónde ir, qué hacer y qué decir. Ahora la importancia está en lo que soy. Realmente no importa mucho a dónde vaya, lo que haga o lo que diga, siempre que yo actúe como el ser que Dios creó, en lugar de mi ser separado e independiente.

Vengo a ver “el mundo que Cristo quiere que yo vea” (1:4), y lo veo como “la llamada que mi Padre me hace” (1:4). Visto a través de los ojos de Cristo, el mundo puede ser una llamada constante a ser lo que soy, a brillar, a extender Su Amor, a ser Su Respuesta al mundo.




¿Qué es la salvación? (Parte 7)

L.pII.2.4:1

Si el altar a Dios está dentro de mí, pero permanece en gran parte oculto de mi consciencia, lo que tengo que hacer es acudir “diariamente a este santo lugar” (4:1). Ésta es la práctica del instante santo que recomienda el Texto (T.15.II.5,6; T.15.IV), apartarnos voluntariamente de nuestras actividades rutinarias para llevar nuestra mente a este santo lugar, con Jesús a nuestro lado: “Acudamos diariamente a este santo lugar y pasemos un rato juntos” (4:1). Me parece que Jesús aquí nos está pidiendo que todos los días pasemos un rato con él en la Presencia de Dios, si estás abierto a ello. Si de algún modo no te sientes cómodo con la figura de Jesús, imagínate un guía espiritual desconocido y que representa a tu Ser más noble. Con él o ella entras en este templo, te mantienes ante el altar y pasas allí un rato en unión con Dios.

Tenemos que formar el hábito de traer nuestra mente al instante santo, recordándonos a nosotros mismos la presencia de Jesús (o del Espíritu Santo), recordando este altar a Dios dentro de nosotros, con Su Palabra escrita sobre él (3:4). Pienso que esa Palabra es la Palabra de la salvación, la promesa que Él nos hizo de que encontraríamos el camino a Él (1:1). Es el Pensamiento de la Paz, que sustituirá a todos nuestros pensamientos de conflicto. Este lugar de encuentro es donde sentimos que no se ha roto la comunicación entre nosotros y Dios. Aquí es donde nos sumergimos en la corriente de Amor que fluye constantemente entre el Padre y el Hijo.

El Capítulo 14, Sección VIII del Texto describe este santo lugar de encuentro, y dice:

“Todo ello se encuentra a salvo dentro de ti, allí donde refulge el Espíritu Santo. Y Él no refulge donde hay división, sino en el lugar de encuentro donde Dios, unido a Su Hijo le habla a Su Hijo a través de Él. La comunicación entre lo que no puede ser divido no puede cesar. En ti y en el Espíritu Santo reside el santo lugar de encuentro del Padre y del Hijo, Quienes jamás han estado separados. Ahí no es posible ninguna clase de interferencia en la comunicación que Dios Mismo ha dispuesto tener con Su Hijo. El amor fluye constantemente entre Padre e Hijo sin interrupciones ni hiatos tal como Ambos disponen que sea. Y por lo tanto, así es”. (T.14.VIII.2:10-16)

Y así es. Esto es lo que quiero conocer y sentir cada día, al venir a este lugar. Aquí traigo mi culpa y mi miedo y los deposito, aceptando la Expiación para mí mismo. Aquí mi mente renueva su contacto con su Fuente. Aquí vuelvo a descubrir la unión sin fin que es mía, mi herencia como Hijo de Dios. Aquí desaparecen mis pesadillas, y respiro el aire fragante del Cielo y del Hogar.
































viernes, 23 de agosto de 2024

Lección 236 Gobierno mi mente, la cual sólo yo debo gobernar.

 


1. Tengo un reino que gobernar. 2Sin embargo, a veces no parece que yo sea su rey en absoluto, 3sino que parece imponerse sobre mí, y decirme cómo debo pensar y actuar y lo que debo sentir. 4No obstante, se me ha dado para que sirva cualquier propósito que yo perciba en él. 5La única función de mi mente es servir. 6Hoy la pongo, al servicio del Espíritu Santo para que Él la use como mejor le parezca. 7De esta manera, soy yo quien dirige mi mente, que sólo yo puedo gobernar. 8Y así la dejo en libertad para que haga la Voluntad de Dios.

2. Padre, mi mente está dispuesta hoy a recibir Tus Pensamientos y a no darle entrada a ningún pensamiento que no proceda de Ti. 2Yo gobierno mi mente, y te la ofrezco a Ti. 3Acepta mi regalo, pues es el que Tú me hiciste a mí.



Comentario:

Si “el secreto de la salvación” es que “soy yo el que se está haciendo todo esto a sí mismo” (T.27.VIII.10:1), la “salvación” o la buena noticia es que no hay fuerzas enemigas externas que tengan poder sobre mí. Es sólo mi propia mente la que lo está fastidiando todo. Y si eso es cierto, hay esperanza. Porque ¡nadie está gobernando mi mente por mí! Por lo tanto, puedo cambiarlo completamente. Mi mente es mi reino, y yo soy el rey de mi reino. Yo lo gobierno, nadie ni nada más lo hace.

Sí, es cierto que: “a veces no parece que yo sea su rey en absoluto” (1:2). ¡A veces! Para la mayoría de nosotros parece la mayor parte del tiempo. Mi “reino” parece gobernarme a mí, y no a la inversa, diciéndome: “cómo debo pensar y actuar y lo que debo sentir” (1:3). Un Curso de Milagros es un curso para reyes, nos entrena en cómo gobernar nuestra mente. Hemos dejado que el reino esté sin control, en lugar de gobernarlo. Hemos inventado el problema, proyectado la imagen del problema, y luego hemos culpado a la imagen de ser el problema. Como dice el Texto, hemos invertido causa y efecto. Nosotros somos la causa, inventamos el efecto, y ahora pensamos que el efecto es nuestra causa (T.28.II.8:8). Por eso necesitamos un curso en “entrenamiento mental” que nos enseñe que somos nosotros los que gobernamos nuestra mente.

La mente es un instrumento, que se nos ha dado para que nos sirva (1:4-5). No hace nada, excepto lo que queremos que haga. El problema es que no hemos observado lo que le hemos pedido a la mente que haga. Hemos pedido la separación, hemos pedido la culpa; y puesto que nos consideramos culpables hemos pedido la muerte, y la mente ha dado lo que se pide. Nos hemos dedicado a la locura salvaje del ego, y el resultado es el mundo en el que vivimos. Por eso necesitamos verlo, dejar de hacerlo, y poner la mente al servicio del Espíritu Santo, en lugar de al servicio ego.

Eso me plantea una pregunta. Si se supone que yo debo gobernar mi mente, ¿Cómo el modo de gobernarla es entregándosela al Espíritu Santo? Aquí se dice que poner la mente al servicio del Espíritu Santo es el modo en que “soy yo quien dirige mi mente” (1:6-7). La respuesta es muy sencilla. Sólo hay dos elecciones: el ego o el Espíritu Santo, el miedo o el amor, la separación o la unión. El Espíritu Santo no es un poder extraño que me gobierna, Él es la Voz de mi propio Ser así como la Voz de Dios. Él es la Voz tanto del Padre como del Hijo porque Padre e Hijo son uno, con una sola Voluntad. La petición de que gobierne mi mente no es una petición a una independencia de confiar sólo en nosotros mismos, el rey “todo por mi propia cuenta”. Ésa es la interpretación del ego acerca de gobernar mi mente. La petición de que gobierne mi mente es una petición de total dependencia, de total confianza en el Ser, confianza en el Ser que todos compartimos.

Tengo la elección entre la ilusión de independencia en la que mi mente está realmente aprisionada por sus efectos y la libertad total en la que mi mente se dedica a su propósito divino al que está destinada, sirviendo a la Voluntad de Dios. ¿Quién puede negar que nuestra experiencia de ser una mente independiente es realmente una experiencia de esclavitud, en la que nuestro “reino” nos dice cómo debo pensar y actuar y lo que debo sentir? Que hoy nos demos cuenta de que hay otra elección, y que gustosamente ofrezcamos nuestra mente a Dios. Que entremos de todo corazón en el proceso de entrenar nuestra mente para pensar con Dios.




¿Qué es la salvación? (Parte 6)

L.pII.2.3:4

Cuando dejamos de apoyar las ilusiones de la mente, y se convierten en polvo, ¿Qué queda? “Lo que ocultaban queda ahora revelado” (3:4). Cuando las ilusiones desaparecen, lo que queda es la verdad. Y la verdad es una realidad maravillosa dentro de nosotros. En lugar de la maldad y la mezquindad que tememos encontrar dentro de nosotros, encontramos “un altar al santo Nombre de Dios donde Su Palabra está escrita” (3:4). La verdad que está detrás de todas las máscaras y de todos los errores y de los astutos engaños del ego: en mi propio corazón hay un altar a Dios, un lugar sagrado, una santidad eterna y ancestral.

Hay tesoros depositados ante el altar. ¡Son tesoros que yo he depositado allí! Son los regalos de mi perdón. Y sólo hay una pequeña distancia, sólo un instante, desde este lugar al recuerdo de Dios Mismo (3:4).

El descubrimiento del santo altar a Dios dentro de mi mente es el resultado de no hacer nada, de dejar de seguir apoyando a las ilusiones del ego, de negarnos a dedicarle por más tiempo nuestra mente al ego y a sus propósitos. El descubrimiento de lo que es verdad acerca de mí, y el recuerdo de Dios que viene a continuación, proceden de mi disposición a poner en duda las ilusiones y a abandonarlas. No necesito construir el altar o acondicionarlo, ya está ahí, detrás de las brumas de engaño a mí mismo. El camino a la verdad es por medio de darnos cuenta de las mentiras que la ocultan. Muy dentro de mí, la unión con Dios continúa sin interrupciones, esperando únicamente a que me aparte de las mentiras que afirman lo contrario. Puedo regresar a ese altar ahora. Puedo apartar las cortinas que lo ocultan, entrar en la Presencia de Dios y encontrar a mi Ser esperándome ahí





































jueves, 22 de agosto de 2024

Lección 235 Dios, en Su misericordia, dispone que yo me salve.

 


1. Tan sólo necesito contemplar todo aquello que parece herirme, y con absoluta certeza decirme a mí mismo: "La Voluntad de Dios es que yo me salve de esto", para que de inmediato lo vea desaparecer. 2Tan sólo necesito tener presente que la Voluntad de mi Padre para mí es felicidad, para darme cuenta de que lo único que se me ha dado es felicidad. 3Tan sólo necesito recordar que el Amor de Dios rodea a Su Hijo y mantiene su inocencia eternamente perfecta, para estar seguro de que me he salvado y de que me encuentro para siempre a salvo en Sus Brazos. 4Yo soy el Hijo que Él ama. 5Y me he salvado porque Dios en Su misericordia así lo dispuso.

2. Padre, Tu Santidad es la mía. 2Tu Amor me creó e hizo que mi inocencia fuese parte de Ti para siempre. 3No hay culpabilidad o pecado en mí, puesto que no los hay en Ti.



Comentario:

Si miramos a nuestros propios pensamientos honestamente, podremos ver las muchas maneras en que creemos lo contrario de la lección de hoy. Pensamos: “Dios, en su enfado, dispone que yo sea castigado”. En algún lugar dentro de cada uno de nosotros hay una voz negativa que nos dice que merecemos el sufrimiento que tenemos, o que la felicidad que tenemos puede desaparecer porque no nos la merecemos.

A aquellos que tienen una lista de todas sus quejas acerca del mundo y del modo en que los trata injustamente, el Curso tiene un consejo definitivo: “¡Abandona esos pensamientos tan necios!” (M.15.3:1). Tengo el poder de deshacer todas esas cosas. Todo lo que tengo que hacer es asegurarme a mí mismo: “La Voluntad de Dios es que yo me salve de esto” (1:1). Dios no quiere mi sufrimiento, ni mi tristeza, ni mi soledad. Cambiando la manera en que pienso de todo esto, puedo cambiar al mundo.

Pensamos que es el mundo el que nos causa nuestro sufrimiento y tristeza, el Curso nos enseña justo lo contrario. Nuestra creencia en el Dios de la ira es lo que nos trae el sufrimiento, nuestra creencia en Su misericordia y Su Amor puede transformar nuestra vida. Lo que necesita cambiar no es el mundo externo, sino lo que hay dentro de mi mente. Que hoy recuerde, Padre, que “me he salvado y que me encuentro para siempre a salvo en Tus Brazos” (L.235.1:3). Que el pensamiento de que Tú quieres mi felicidad llene hoy mi mente. Si Tú eres Amor, si Tú me amas, ¿Qué más puedo querer?



¿Qué es la salvación? (Parte 5)

L.pII.2.3:1-3

“La salvación es un des-hacer en el sentido de que no hace nada, al no apoyar el mundo de sueños y de malicia. De esta manera, las ilusiones desaparecen”. (3:1-2)

Tomar parte en la salvación no es añadir una nueva actividad, sino abandonar nuestra antigua tragedia de sueños de maldad. Salvarse es dejar de apoyar nuestras ilusiones, dejar de añadirle leña al fuego de la ira, del ataque y de la culpa, que ha arrasado nuestra mente durante miles de años. La salvación no consiste en hacer, sino en no hacer. Es poner fin a nuestra resistencia para que el amor fluya sin obstáculos, tanto el Amor de Dios a nosotros como el nuestro a Dios y a nuestros hermanos. La salvación significa que dejamos de inventarnos excusas para no amar. Significa que dejamos de inventar razones de que no nos lo merecemos.

“El ego no tiene realmente ningún poder para distraerte a menos que tú se lo confieras” (T.8.I.2:1). El único poder que el ego tiene es el que nosotros le damos y utiliza nuestro propio poder contra nosotros. Todas las ilusiones del ego están alimentadas por nuestra inversión en ellas (por creer en ellas). Cuando le retiramos ese poder y dejamos de apoyar las ilusiones del ego, “deja que simplemente se conviertan en polvo” (3:3). ¿Cómo se deshace el ego? Por nuestra decisión de ya no apoyarlo nunca más.

“El secreto de la salvación no es sino éste: que eres tú el que se está haciendo todo esto a sí mismo”. (T.27.VIII.10:1)







































miércoles, 21 de agosto de 2024

Lección 234 Padre, hoy vuelvo a ser Tu Hijo.

 


1. Hoy vislumbraremos el momento en que los sueños de pecado y de culpa hayan desaparecido y hayamos alcanzado la santa paz de la que nunca nos habíamos apartado. 2Sólo un instante ha transcurrido entre la eternidad y lo intemporal. 3Y fue tan fugaz, que no hubo interrupción alguna en la continuidad o en los pensamientos que están eternamente unidos cual uno solo. 4Jamás ocurrió nada que perturbase la paz de Dios el Padre ni la del Hijo. 5Hoy aceptamos la veracidad de este hecho.

2. Te agradecemos, Padre, que no podamos perder el recuerdo de Ti ni el de Tu Amor. 2Reconocemos nuestra seguridad y Te damos las gracias por todos los dones que nos has concedido, por toda la amorosa ayuda que nos has prestado, por Tu inagotable paciencia y por habernos dado Tu Palabra de que hemos sido salvados.



Comentario:

Esta lección trata de disfrutar del Cielo por anticipado.

“Hoy vislumbraremos el momento en que los sueños de pecado y de culpa hayan desaparecido y hayamos alcanzado la santa paz de la que nunca nos habíamos apartado”. (1:1)

Eso es lo que hacemos cada día cuando nos acercamos a Dios en esos momentos de quietud y silencio. Nos estamos ofreciendo a nosotros mismos un anticipo del Cielo. Ahora mismo, en este mismo instante, imagínate que todos tus sueños de pecado y de culpa han desaparecido. Imagínate que todo el miedo ha desaparecido, ¡todo el miedo! Imagínate que cada pensamiento de conflicto ha desaparecido. Imagínate que no hay nada y que no puede haber nada que altere tu perfecto reposo.

Lo que estás imaginando es real, el verdadero estado de cómo son las cosas.

“Jamás ocurrió nada que perturbase la paz de Dios el Padre ni la del Hijo”. (1:4)

Los sueños de pecado y de culpa, el sueño de miedo, el sueño de conflicto, el sueño de cualquier alteración, es sólo eso: un sueño. Nada más que un sueño. Abandónalo. Déjalo ir, sin ningún significado ni sentido. Sólo una burbuja en la corriente.

“Sólo un instante ha transcurrido entre la eternidad y lo intemporal. Y fue tan fugaz, que no hubo interrupción alguna en la continuidad o en los pensamientos que están eternamente unidos cual uno solo. Jamás ocurrió nada que perturbase la paz de Dios el Padre ni la del Hijo. Hoy aceptamos la veracidad de este hecho”. (1:2-5)

En estos momentos de recuerdo, estos instantes santos que dedicamos cada día, estamos anticipando el momento en que nuestras pesadillas ya han desaparecido. No, todavía no estoy allí, tampoco tú, no en nuestra experiencia, aunque sí en la realidad; tal como afirma la lección: nunca nos apartamos (1:1). Nunca hubo una “interrupción en la continuidad”, y ni siquiera se perdió una nota en la melodía del Cielo. Sin embargo, la mayor parte del tiempo todavía estamos viviendo en el sueño. Pero podemos sentir momentos de anticipación, experiencias directas de la verdad. Eso es lo que buscamos ahora mismo. Un momento de anticipación. Una sensación en el centro de nuestro ser, algo que identificamos con la palabra “paz”, algo que las palabras no pueden expresar.

Éstos son momentos de práctica en los que voluntariamente nos elevamos por encima de nuestra experiencia mundana normal. Elegimos “aceptar como totalmente verdadero” el hecho de que la paz de Dios, el Padre y el Hijo, nunca se ha visto alterada. Sólo por un momento, ahora mismo, nos permitimos creerlo. No nos preocupa si dentro de quince minutos no lo creemos. No nos preocupa qué le sucederá a nuestra vida si lo creemos. No tenemos en cuenta toda la evidencia en contra que nos han traído nuestros sentidos en el pasado. Sencillamente dejamos que todo eso desaparezca, y sentimos profundamente el ambiente del Cielo. Esto es mi Hogar. Esto es lo que verdaderamente quiero. Esto es la verdad. Esto es todo lo que quiero.

 Si surgen en nuestra mente pensamientos de pecado, o de culpa, o de miedo, simplemente los despedimos. “Esto no es lo que quiero sentir ahora. Ahora quiero la paz de Dios. Ahora mismo tengo la paz de Dios”.

Jesús, nuestro Hermano Mayor, se une a nosotros y nos dirige en la oración, orando con nosotros:

“Te agradecemos, Padre, que no podamos perder el recuerdo de Ti ni el de Tu Amor. Reconocemos nuestra seguridad y Te damos las gracias por todos los dones que nos has concedido, por toda la amorosa ayuda que nos has prestado, por Tu inagotable paciencia y por habernos dado Tu Palabra de que hemos sido salvados”. (2:1-2)




¿Qué es la salvación? (Parte 4)

L.pII.2.2:4-5

Para nuestra mente, la separación es real. “La separación es un sistema de pensamiento que si bien es bastante real en el tiempo, en la eternidad no lo es en absoluto” (T.3.VII.3:2). “La mente puede hacer que la creencia en la separación sea muy real” (T.3.VII.5:1). La mente se siente a sí misma dividida, separada de Dios, y con un trozo de mente separada de los otros trozos. Ésta es nuestra experiencia en el tiempo, y es “bastante real” en el tiempo, aunque no es real en la eternidad. En realidad, la mente no está dividida realmente, sencillamente no reconoce su unidad (2:4). Pero dentro de esa mente única, la experiencia de la separación parece real.

Piensa en cualquier sueño nocturno que hayas tenido en el que te hayas relacionado con otras personas. Tú eres tú mismo en el sueño, y los otros son otros personajes. Quizá alguien te está haciendo el amor. Quizá tú estás discutiendo con alguien, o te está persiguiendo un monstruo. Dentro del sueño, cada personaje es distinto y separado. Las otras personas en el sueño pueden decir o hacer cosas que te sorprenden o que no entiendes. Y sin embargo, de hecho, ¡cada uno de esos “otros personajes” sólo existe en tu propia mente y en tu propio sueño! Tu mente los está inventando. En el sueño hay separación entre los personajes. En realidad sólo hay una mente, y diferentes aspectos de esa mente se están relacionando unos con otros como si fueran seres diferentes.

Según el Curso, esto es exactamente lo que está sucediendo en todo este mundo. Es una sola mente, sintiendo diferentes aspectos de sí misma como si fueran seres separados. Dentro de ese sueño la separación entre los diferentes personajes parece ser clara y distinta, insalvable. Y sin embargo, la mente sigue siendo una. La única mente no se conoce a sí misma, “al no conocerse a sí misma, pensó que había perdido su Identidad” (2:5). Pero, de hecho, la Identidad no se perdió, únicamente en el sueño.

Y así, dentro de cada trozo de la mente que no reconoce su unidad, Dios puso el Pensamiento de la paz, “el Pensamiento que tiene el poder de subsanar la división” (2:4). Esta “parte de cada fragmento” (2:4) recuerda la Identidad de la mente. Es una parte que es compartida por cada fragmento. Como un hilo dorado que recorre una pieza de tela, nos une a todos juntos, y lleva constantemente a los fragmentos aparentemente separados hacia su verdadera unidad. Este Pensamiento dentro de nosotros sabe que “Jamás ocurrió nada que perturbase la paz de Dios el Padre ni la del Hijo” (L.234.1:4).

Este Pensamiento, que Dios puso dentro de nosotros, es lo que buscamos cuando nos aquietamos en el instante santo. Al acallar todos los pensamientos separados, escuchamos Su Voz dentro de nosotros, hablándonos de nuestra unidad, nuestra compleción y plenitud, nuestra paz eterna. Este Pensamiento tiene el poder de sanar la separación, de deshacer la aparente realidad de nuestra ilusión de separación, y de devolverle a la Filiación la consciencia de su unidad. “La salvación reinstaura en tu conciencia la integridad de todos los fragmentos que ves como desprendidos y separados” (M.19.4:2).











































Lección 365 Tu llegada al hogar es segura.

  Te entrego este instante santo. Sé Tú Quien dirige, pues quiero únicamente seguirte, seguro de que Tu dirección me brindará paz. Y si nece...