jueves, 31 de octubre de 2024

Lección 306 El regalo de Cristo es lo único que busco hoy.

 



1. ¿Qué otra cosa sino la visión de Cristo querría utilizar hoy cuando me puede conceder un día en el que veo un mundo tan semejante al Cielo que un viejo recuerdo vuelve a aflorar en mi conciencia? 2 Hoy puedo olvidarme del mundo que fabriqué. 3 Hoy puedo ir más allá de todo temor y ser restaurado al amor, a la santidad y a la paz. 4 Hoy soy redimido y vuelvo a nacer en un mundo misericordioso y solícito; un mundo lleno de bondad en el que reina la Paz de Dios.

2. Y de esta manera, Padre nuestro, regresamos a Ti, recordando que nunca nos ausentamos; recordando los santos dones con los que nos has agraciado. 2 Venimos llenos de gratitud y aprecio, con las manos vacías y con nuestras mentes y corazones abiertos, pidiendo tan sólo lo que Tú concedes. 3 Ninguna ofrenda que podamos hacer es digna de Tu Hijo. 4 Pero en Tu Amor se le concede el regalo de Cristo.



Comentario:

A menudo estas lecciones del final del Libro de Ejercicios me dicen que puedo entrar en el mundo real hoy.

“Hoy puedo olvidarme del mundo que fabriqué. Hoy puedo ir más allá de todo temor, y ser restaurado al amor, a la santidad y a la paz”. (1:2-3)

Y es verdad. Si el “mundo tan semejante al Cielo” (1:1) es verdaderamente real, entonces existe ahora, y puedo entrar en él en cualquier instante que quiera hacerlo.

Sin embargo, para mí y muchos otros, estas lecciones parecen hablar desde una posición ventajosa que está más allá de nuestro alcance habitual. La mayor parte del tiempo, no siento que estoy a punto de alcanzar el final del viaje, ¿y tú? Pienso que me gustaría dejar atrás todo el miedo, pero no ha sido ésa mi experiencia más frecuente hasta la fecha. Únicamente en algunos pocos instantes santos. Quizá por eso las lecciones parecen un poco difíciles. Pero realmente, no lo son.

La lección de hoy supone un estado bastante elevado, dice que el regalo de Cristo es lo único que “busco” hoy. Si lo estoy buscando, no lo poseo totalmente de manera consciente. Entonces la lección me recuerda que hoy puedo olvidar el mundo, hoy puedo dejar todo el miedo y ser restaurado al amor. Me recuerda que en el centro de mi ser, esto es lo que quiero. Consciente de que todavía no estoy ahí, necesito que se me recuerde que la meta que busco es completamente posible y no un sueño que no sirve para nada.

Sin embargo, es más que eso. Uno de los medios que el Curso propone para nuestra salvación es el instante santo. En palabras sencillas, el instante santo es un corto intervalo de tiempo en el que permito que mi mente entre en el mundo real, para alcanzar otro estado mental (ver T.27.IV.2:1-4) que, de hecho, es mi estado natural tal como Dios me creó. Puede que todavía tenga demasiado miedo para abandonarlo completamente, pero puedo hacerlo durante unos pocos minutos al menos, en este mismo instante, olvidar el mundo y abandonar el miedo para sentir la paz del Cielo, un vistazo a la luz del Cielo. Puedo hacer esto repetidas veces durante el día. Hoy, entonces, puedo olvidar el mundo y dejar a un lado el miedo, aunque sólo sea durante un segundo o dos.

Puede que no consiga mantener ese estado mental. Pero puedo saborearlo. Puedo traer la visión de lo que he visto y de lo que he sentido en él. El Curso dice que sólo en muy pocos casos se puede mantener ese estado, incluso Jesús al comienzo del Curso dijo que escuchar sólo la Voz de Dios fue la última lección que él aprendió, y eso con un gran “esfuerzo, así como un gran deseo de aprender” (T.5.II.3:9-11). No tenemos que desesperarnos por ello, y no deberíamos. Los cortos instantes son todo lo que necesitamos para garantizar que finalmente, cuando estemos totalmente preparados, tomaremos esa decisión final y elegiremos al fin no apartarnos del amor. Ese final es seguro. Por ahora podemos estar contentos con el hecho de que estamos sanando, estamos aprendiendo, estamos alimentando nuestra atracción a Dios, y de que finalmente nos llevará todo el camino al hogar.




¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 6)

L.pII.9.3:2

“En el Segundo Advenimiento todas las mentes se ponen en manos de Cristo, para serle restituidas al espíritu en el nombre de la verdadera creación y de la Voluntad de Dios”. (3:2)

6. El Segundo Advenimiento es entregarle todas las mentes a Cristo (3:2)

El Segundo Advenimiento es un acontecimiento global, en el que participan todas las mentes. Una a una, cada vez más, las mentes entran en el reino de la verdadera percepción y ven el mundo real, mostrado por el perdón. Cada mente que ha sido nuevamente restaurada atrae a todos los que están a su alrededor para que se unan en el Círculo de la Expiación hasta que el último fragmento de mente se haya unido al Todo (o más correctamente, cada fragmento reconozca su lugar como parte del Todo). “La salvación reinstaura en tu conciencia la integridad de todos los fragmentos que ves como desprendidos y separados” (M.19.4:2). El Segundo Advenimiento es la culminación de este proceso.





















Lección 305 Hay una paz que Cristo nos concede.

 




1. El que sólo utiliza la visión de Cristo encuentra una paz tan profunda y serena, tan imperturbable y completamente inalterable, que no hay nada en el mundo que sea comparable. 2 Las comparaciones cesan ante esa paz. 3 Y el mundo entero parte en silencio a medida que esta paz lo envuelve y lo transporta dulcemente hasta la verdad para ya no volver a ser la morada del temor. 4 Pues el amor ha llegado, y ha sanado al mundo al concederle la paz de Cristo.

2. Padre, la paz de Cristo se nos concede porque Tu Voluntad es que nos salvemos. 2 Ayúdanos hoy a aceptar únicamente Tu regalo y a no juzgarlo. 3 Pues se nos ha concedido para que podamos salvarnos del juicio que hemos emitido contra nosotros mismos.



Comentario:

Hoy siento una cierta resistencia a la lección. La juzgo, no es “bastante inspiradora”, o no me dice nada nuevo. Habla de una paz maravillosa, “una paz tan profunda y serena, tan imperturbable y completamente inalterable, que no hay nada en el mundo que sea comparable” (1:1). Esta mañana no la estoy sintiendo. No estoy tenso de ansiedad ni nada por el estilo, pero sólo tengo una paz limitada, no parece imperturbable, pienso que podría ser alterada. Por ejemplo, sé que la soledad está ahí, atacando mi paz. Parece que no se necesitaría mucho para alterarme, y mi paz desaparecería. Pienso que esto es algo que la mayoría de nosotros siente a veces cuando lee el Curso.

Recuerdo una mañana cuando estaba haciendo la lección, quizá esta misma lección, y todo lo que fue preciso para “destruir” mi aparente paz, fue que en la misma habitación en la que yo estaba alguien entrase ¡dos veces!

La lección dice que la paz de Dios es un regalo, “concedido para que podamos salvarnos del juicio que hemos emitido acerca de nosotros mismos” (2:3). Nos ofrece una oración: “Ayúdanos hoy a… no juzgarla” (2:2). ¿Cómo juzgamos la paz de Dios?

Juzgo que la paz no es adecuada debido a mis circunstancias. La paz de Dios está aquí, ahora, y parte de mi mente lo cree, pero me niego a aceptarla y sentirla porque mi mente la considera no adecuada debido a alguna circunstancia externa: “No puedo estar en paz hasta que esto cambie, hasta que aquello cambie, hasta que eso suceda”. Es una afirmación de la creencia de que existe una voluntad distinta a la de Dios, algo que tiene poder para quitarme la paz. Dios da paz; algo distinto y aparentemente más poderoso la quita. No hay otra voluntad, no hay nada más poderoso que Dios, pero mi rechazo de la paz está afirmando la creencia de que lo hay.

“Ves lo que crees que está ahí, y crees que está ahí porque quieres que lo esté”. (T.25.III.1:3)

El Curso enseña que no tengo paz porque no quiero paz. ¡El primer obstáculo a la paz es mi deseo de deshacerme de ella! (T.19.IV (A)). Ésa es la única razón. Puesto que no hay nada que pueda quitar la paz de Dios, mi insistencia en que existe tal cosa es un engaño elegido como excusa para mi rechazo del regalo de Dios. Puedo gritar: “¡No es culpa mía! Esta persona, o circunstancia, me la ha quitado. Yo quiero Tu paz, pero ellos me la han quitado”. Estoy proyectando mi rechazo a la paz sobre alguna otra cosa.

Hay otro modo en que juzgo la paz de Dios, la juzgo como débil y fácil de ser atacada y alterada.

¿Por qué quiero deshacerme de la paz? ¿Por qué quiero rechazar el regalo de Dios? En T.19.IV. (A).2, el Texto hace las mismas preguntas:

“¿Por qué querrías dejar a la paz sin hogar? ¿Qué es lo que crees que tendría que desalojar para poder morar contigo? ¿Cuál parece ser el costo que tanto te resistes a pagar?”

Jesús dice que hay algo que pienso que perderé si acepto la paz. ¿Qué es? Es la capacidad de justificar el ataque contra mis hermanos, lo razonable de encontrar culpa en ellos (T.19.IV(B).1:1-2:3). Quiero poder echar la culpa a alguien o algo. Si aceptara la paz, tendría que renunciar para siempre a la idea de que puedo culpar a alguien por mi infelicidad. Tendría que renunciar a todo ataque, y detrás de eso está el hecho de que para renunciar al ataque, necesito renunciar a la culpa, necesito renunciar a sentirme separado y solo, necesito renunciar a la separación. Necesito renunciar a la creencia de que estoy incompleto y me falta algo, que es la base de mi creencia en mi identidad separada.

La paz de Dios se nos ha “concedido para que podamos salvarnos del juicio que hemos emitido acerca de nosotros mismos” (2:3). Me juzgo a mí mismo como pecador, indigno e incompleto. Ese juicio está detrás de mi necesidad de aferrarme al ataque como mecanismo de defensa, mi necesidad de tener a alguien o algo a quien culpar por la insuficiencia que veo en mí mismo.

Si acepto la paz de Dios como paz incondicional, me parece estar renunciando a la esperanza de tener cosas y otras personas del modo que yo las quiero. Parece como si estuviera diciendo: “Está bien si no me amas y me dejas solo. Está bien si me quitas el dinero. Está bien si me ignoras o me maltratas. Nada de eso altera mi paz”. Incondicional significa que no importa cuáles sean las condiciones. ¡Y yo no quiero eso! ¡Quiero las condiciones tal como las quiero!

¡Paz incondicional! La idea misma le da pánico al ego. Todo el mundo busca la paz, por supuesto que sí. Pero queremos alcanzar la paz arreglando las condiciones según nuestra propia idea de lo que traerá la paz. Jesús nos ofrece paz sin que importen las condiciones. Él nos dice: “Olvida las condiciones. Yo puedo darte paz en cualquier circunstancia”. No queremos la paz incondicional, queremos la paz a nuestra manera. Preguntamos: “¿Paz? ¿Y qué hay de las condiciones?” No queremos oír que no importan.

La verdad es que nuestro mundo refleja nuestra mente. Vemos un mundo en conflicto porque nuestra mente no está en paz. Pensamos que el mundo es la causa, y que nuestra paz o la falta de ella es el efecto. Jesús dice que nuestra mente es la causa, y el mundo el efecto. Él nos lo plantea a nivel de la causa, no del efecto. Él no va a cambiar las condiciones para darnos paz, Él va a darnos paz y eso cambiará las condiciones. La paz de Dios debe venir primero. Tenemos que llegar al punto de decir de todo corazón: “La paz de Dios es todo lo que yo quiero”. Tenemos que abandonar todas las otras metas, metas relacionadas con las condiciones. Acepta la paz, y el mundo proyectado desde nuestra mente cambiará, pero ésa no es la meta. Ésa no es la sanación que buscamos, es sólo el efecto de la sanación de nuestra mente.

Padre, ayúdame hoy a aceptar el regalo de tu paz y a no juzgarlo. Que vea, detrás de mi rechazo a la paz, mi juicio sobre mí mismo como indigno de ella, y mi deseo de atacar algo fuera de mí y echarle la culpa. En la eterna cordura del Espíritu Santo en mi mente, yo quiero la paz. Ayúdame a identificarme con esa parte de mi mente. Que vea la locura de aferrarme a los resentimientos en contra de alguien o de algo. Háblame de mi estado de plenitud y de que nada me falta. Que entienda que lo que veo que contradice la paz, no es real y no importa. Es sólo mi propio juicio (que no es real). Sana mi mente, Padre mío. “Que mi mente esté en paz y que todos mis pensamientos se aquieten” (L.221). Yo estoy en mi hogar, soy amado, estoy a salvo.




¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 5)

L.pII.9.3:1

El Segundo Advenimiento marca el fin de las enseñanzas del Espíritu Santo, allanando así el camino para el Juicio Final, en el que el aprendizaje termina con un último resumen que se extenderá más allá de sí mismo hasta llegar a Dios. (3:1)

Entonces, la secuencia que el Curso ve como el final del mundo empieza con nuestra mente individual pasando por el proceso de la corrección de la percepción, o perdón, hasta que el perdón abarque a todo el mundo. Más o menos, cada uno de nosotros llega a ver el mundo real, hasta que todas las mentes hayan sido restauradas a la cordura, que es el Segundo Advenimiento. Esto devuelve la condición en la que la realidad puede ser reconocida de nuevo. Ya no hay más lecciones. El Segundo Advenimiento prepara el camino para el Juicio Final (que es el tema de la siguiente sección “¿Qué es?”, que empieza con la Lección 311).

El Texto ya ha tratado el Juicio Final con cierta extensión (T.2.VIII y T.3.VI), trataremos de ellos en la siguiente sección “¿Qué es?”. Sin embargo, esta frase da unos avances interesantes. El Juicio Final se llama “un último resumen” que es la cumbre de todo el aprendizaje. Para el Curso, el Juicio Final es algo que hace la Filiación, no Dios. Quizá la mejor descripción de él es un fragmento en el que ni siquiera aparecen las palabras “Juicio Final”. Está en la Sección “El Mundo Perdonado” (T.17.II), que habla de cómo aparecerá el mundo real ante nosotros, y luego habla de la última valoración del mundo que emprenderá la Filiación unida, guiada por el Espíritu Santo.

El mundo real se alcanza simplemente mediante el completo perdón del viejo mundo, aquel que contemplas sin perdonar. El Gran Transformador de la percepción emprenderá contigo un examen minucioso de la mente que dio lugar a ese mundo, y te revelará las aparentes razones por las que lo construiste. A la luz de la auténtica razón que le caracteriza te darás cuenta, a medida que lo sigas, de que ese mundo está totalmente desprovisto de razón. Cada punto que Su razón toque florecerá con belleza, y lo que parecía feo en la oscuridad de tu falta de razón, se verá transformado de repente en algo hermoso. (T.17.II.5:1-4)

Éste es el momento en que, por fin, la constante pregunta que todos nos hacemos (¿Por qué inventamos el mundo?) será contestada y veremos que “aquí no hay ninguna razón”. Bajo Su tierna dirección, buscaremos “las aparentes razones para inventarlo”. Por fin estaremos listos para mirar a ese “terrible” instante del pensamiento original de la separación. Lo que nos parecía irremediablemente feo desde nuestro miedo, crecerá lleno de vida y de belleza, y se nos restaurará y devolverá a nuestra consciencia la hermosura de nuestra mente unida. La culpa primaria se deshará finalmente, y una vez más conoceremos de nuevo nuestra inocencia.

El Juicio Final, que sigue al Segundo Advenimiento, será una última y gran lección resumen de perdón. Esta lección “se extenderá más allá de sí misma” pues eliminará finalmente y para siempre el último obstáculo de la culpa, nuestra culpa colectiva por haber intentado usurpar el trono de Dios. Se extenderá “hasta Dios”, pues devolverá completamente el recuerdo de Dios a nuestra mente unida. El camino estará completamente libre y despejado para que Dios se extienda hasta nosotros y nos recoja en Sus amorosos brazos, en el hogar por fin.













miércoles, 30 de octubre de 2024

Lección 304 Que mi mundo no nuble la visión de Cristo.

 



1. Sólo puedo nublar mi santa visión si permito que mi mundo se entrometa en ella. 2 Y no puedo contemplar los santos panoramas que Cristo contempla a menos que utilice Su visión. 3 La percepción es un espejo, no un hecho. 4 Y lo que contemplo es mi propio estado de ánimo reflejado fuera. 5 Quiero bendecir el mundo contemplándolo a través de los ojos de Cristo. 6 Y veré las señales inequívocas de que todos mis pecados me han sido perdonados.

2. Tú me conduces de las tinieblas a la luz y del pecado a la santidad. 2 Que perdone para así recibir la salvación del mundo. 3 Ése es Tu regalo, Padre mío, que se me concede para que se lo ofrezca a Tu santo Hijo, de manera que él pueda hallar Tu recuerdo, así como el de Tu Hijo tal como Tú lo creaste.




Comentario:

Por supuesto, “mi mundo” es el mundo que inventé para apoyar a mi ego, el mundo imaginario del ataque y de la separación. La visión de Cristo es una facultad que todos nosotros tenemos, parte de nuestro Ser creado. La visión de Cristo nos muestra la realidad y la unidad, no el caos dividido que vemos habitualmente con nuestros ojos. Esta visión está siempre disponible para nosotros, pero el mundo que inventamos “puede nublar nuestra santa vista” (1:1). Por eso el pensamiento de hoy es una oración, o una decisión, de no dejar que eso ocurra, de no dejar que lo que nuestros ojos nos muestran nos impida ver lo que la visión de Cristo puede mostrarnos en todo momento y en cualquier momento, es decir, el mundo real. “La percepción es un espejo, no un hecho. Y lo que contemplo es mi propio estado de ánimo reflejado afuera”. (1:3-4)

El mismo pensamiento se repite en todo el Curso:

“La percepción puede dar forma a cualquier imagen que la mente desee ver. Ten presente esto”. (M.19.5:2-3)

“El mundo que ves se compone de aquello con lo que tú lo dotaste… Es el testimonio de tu estado mental, la imagen externa de una condición interna”. (T.21.In.1:2,5)

Entonces, el mundo nos muestra nuestra propia mente. Únicamente nuestras propias proyecciones nublan la visión de Cristo. Cristo es la única realidad, la creación de Dios, y sin las proyecciones que hemos puesto encima esta realidad es todo lo que veríamos. Pero no podemos usar la percepción para verlo, en su lugar tenemos que usar la visión de Cristo, una facultad o sentido completamente diferente (1:2). Necesitamos dejar que la vista del mundo desaparezca de nuestra mente, por eso cerrar los ojos puede ser útil al principio, cuando lo que nuestros ojos nos muestran parece muy sólido y real.

Lo que vemos está condicionado por lo que queremos ver. Por lo tanto, se nos dan estas palabras para que las digamos: “Quiero bendecir el mundo contemplándolo a través de los ojos de Cristo” (1:5). Nuestra percepción puede convertirse en la verdadera percepción, que ve el mundo como un reflejo de la verdad, si es la verdad lo que queremos ver, en lugar de ser un espejo de nuestras proyecciones. “Cuando lo único que desees sea amor no verás nada más” (T.12.VII.8:1).

Hoy quiero sintonizarme con mi deseo natural, que Dios me ha dado, de bendecir al mundo. Quiero sacar ese deseo de bendecir, que siempre está en mí, y usarlo para cambiar mi percepción del mundo que me rodea. Quiero ver el mundo como un espejo que refleja el hecho de que “todos mis pecados me han sido perdonados” (1:6). “Déjame perdonar y así recibir la salvación del mundo” (2:2). Éste es un regalo que Dios me da y que puedo ofrecer a Su santo Hijo, de quien forma parte toda persona con la que me encuentro o en quien pienso hoy. Al perdonar a aquellos a mi alrededor, que es mi misión hoy, recibirán la ayuda para encontrar una vez más el recuerdo de Dios y del Cristo como su propio Ser (2:3).

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“La percepción es un espejo, no un hecho” (1:3). Nunca vemos la Verdad, siempre vemos símbolos de la verdad, y nuestra mente es la que da significado a esos símbolos. Las señales llegan a nuestro cerebro y se aplica un filtro mental basado en el miedo o en el amor, y lo que hay en mi mente es lo que percibo. Por esa razón “lo que contemplo es mi propio estado de ánimo reflejado afuera” (1:4).

La función de un maestro de Dios es ir por ahí recordando a todos, en todas las maneras posibles, quiénes son realmente. Les recuerda a Dios, y a su Ser tal como Dios lo creó. Cuando su hermano se engaña y actúa desde una ilusión de sí mismo, no ataca la ilusión ni busca cambiar su comportamiento, en lugar de eso, actúa de cualquier modo que pueda para negar la negación en su hermano de su Ser, y para recordarle quién es realmente.

Ver el Mundo Real no es difícil. Ya tenemos la visión de Cristo. El problema es que la tapamos poniendo sobre ella las interpretaciones de nuestro propio ego. Ponemos encima de la visión nuestro filtro de miedo e impedimos la visión de Cristo, reemplazándola con nuestra visión del mundo. Para ver el Mundo Real, lo que tenemos que hacer es quitarle nuestro apoyo a las percepciones del ego. Tenemos que dejar de pensar que la percepción es un hecho, y darnos cuenta de que sólo es la proyección de nuestros propios pensamientos. El mundo no es realmente tal como pensamos que es.

Por eso se nos dice en el Texto:

“Siéntate sosegadamente, y según contemplas el mundo que ves, repite para tus adentros: "El mundo real no es así. En él no hay edificios ni calles por donde todo el mundo camina solo y separado. En él no hay tiendas donde la gente compra una infinidad de cosas innecesarias. No está iluminado por luces artificiales, ni la noche desciende sobre él. No tiene días radiantes que luego se nublan. En el mundo real nadie sufre pérdidas de ninguna clase. En él todo resplandece, y resplandece eternamente.

Tienes que negar el mundo que ves, pues verlo te impide tener otro tipo de visión. No puedes ver ambos mundos, pues cada uno de ellos representa una manera de ver diferente, y depende de lo que tienes en gran estima. La negación de uno de ellos hace posible la visión del otro”. (T.13.VII.1:1-2:3)

Esto es más que sólo un modo diferente de ver el mundo. Es mirar más allá del mundo físico. ¡Es literalmente negar completamente que el mundo físico existe! Sin edificios. Sin calles. Sin tiendas. Sin días. Sin noches. ¡Ésta es una negación trascendental!

El Curso dice que el mundo físico es como un extenso holograma que hemos puesto encima de lo que ya está ahí. Vemos el mundo físico porque hemos negado el Mundo Real. Por lo tanto, para ver el Mundo Real, tienes que negar el mundo físico. “La negación de uno de ellos hace posible la visión del otro”.

Una mujer de nuestro grupo de estudio de New Jersey dijo que tenía problemas con la idea de no ver el mundo físico: “Hay cosas maravillosas en él que yo valoro: la caída de las hojas de los árboles, las montañas, la música de Bach. No quiero perder esas cosas”.

Ciertamente, yo diría que también eso tienes que abandonar y negar su realidad. Lo que hay que entender es que no son las hojas coloreadas lo que valoras, ni la música. El valor real es lo que sientes cuando lo ves u oyes, el sentido de unidad, la paz, la dicha, el agradecimiento por la belleza. Ese valor no está en las cosas, sino en ti. Hemos aprendido a asociar nuestras experiencias de amor y dicha con ciertas cosas y ciertas personas. La asociación está dentro de nuestra propia mente. ¡En el Mundo Real, todo se asocia con esa experiencia! “En él todo resplandece, y resplandece eternamente” (T.13.VII.1:7).

Realmente no queremos más hojas, ni más buena música, ni más viajes a las montañas. Queremos a Dios, queremos la experiencia de Él que hemos asociado con esas cosas. Queremos el sentimiento de plenitud, de bienestar, de que nada nos falta, que hemos aprendido a asociar falsamente con ciertas cosas de nuestra vida. Eso es lo que siempre queremos, y lo único que de verdad queremos.

Para entender eso completamente, es necesario negar la realidad incluso de las cosas buenas de la vida. Como dice una frase de una lección anterior: “esto no forma parte de lo que quiero” (L.130.11:5). Las hojas caídas no forman parte de lo que quiero. Esta relación romántica especial no forma parte de lo que quiero. Esto trata de romper las asociaciones mentales que hemos hecho, deshaciendo la relación entre la experiencia de Dios y la situación física en la que hemos tenido la experiencia. Lo físico no nos dio esa experiencia, sucedió por completo dentro de nuestra mente.

No estoy diciendo que mientras estamos en el mundo deberíamos negarnos esos placeres físicos. Lo que estoy diciendo es que ¡las experiencias de Dios que hemos tenido no se limitan a esas cosas! Todas las personas y todas las cosas nos ofrecen esa misma experiencia.

Al decir que ciertas cosas tienen el poder de darnos esa experiencia, y otras no, estoy formando una relación especial con esas cosas, con esas personas.

Incluso cuando nos ponemos cómodos para escuchar una buena sinfonía, podemos recordarnos a nosotros mismos que lo que estamos haciendo es una forma de pensamiento mágico. La sinfonía no tiene poder para darnos la experiencia, no tiene más poder que cualquier otra cosa. Son nuestros pensamientos los que nos dan la experiencia mientras escuchamos. Lo que sentimos no está limitado a la música, es algo que está en nuestro ser. “Dios está en todo lo que veo porque Dios está en mi mente” (L. 30). Nosotros somos la fuente de la belleza, no la cosa física que hemos elegido como la entrada a esa experiencia de belleza. La belleza que pienso que veo en el mundo es realmente algo en mi Ser, “mi propio estado de ánimo reflejado afuera” (L.304.1:4).




¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 4)

5. El reconocimiento de la Perfecta Unidad

El Segundo Advenimiento es el reconocimiento de nuestra perfecta unidad:

“La luz del perdón ilumina el camino del Segundo Advenimiento porque refulge sobre todas las cosas a la vez y cual una sola. Y así, por fin, se reconoce la unidad”. (2:3-4)

Con el perdón perfecto, todas las barreras, todas las aparentes razones para la separación, desaparecen y nuestra unidad “por fin, se reconoce”.

Cada falta de perdón es una razón para la separación, una justificación para mantenernos aparte. Y a la inversa, cada razón para mantenernos aparte es una falta de perdón, un juicio contra otro. Para preparar el camino al Segundo Advenimiento de Cristo, que es el reconocimiento de nuestra unidad, antes el perdón tiene que ser completo. Muchos de nosotros recordamos la canción del musical Gospel: “Preparad el camino al Señor”, o lo recordamos de la Biblia como el mensaje de Juan el Bautista antes del comienzo del ministerio de Jesús. Bueno, el perdón es el modo de preparar el camino al Señor, respecto al Segundo Advenimiento. El perdón es “la luz que ilumina el camino al Segundo Advenimiento”. Elimina los obstáculos a nuestra consciencia de la unidad.







martes, 29 de octubre de 2024

Lección 303 Hoy nace en mí el Cristo santo.

 



1. Velad conmigo, ángeles, velad conmigo hoy. 2 Que todos los santos Pensamientos de Dios me rodeen y permanezcan muy quedos a mi lado mientras nace el Hijo del Cielo. 3 Que se acalle todo sonido terrenal y que todos los panoramas que estoy acostumbrado a ver desaparezcan. 4 Que a Cristo se le dé la bienvenida allí donde Él está en Su hogar, 5 y que no oiga otra cosa que los sonidos que Él entiende y vea únicamente los panoramas que reflejan el Amor de Su Padre. 6 Que Cristo deje de ser un extraño aquí, pues hoy Él renace en mí.

2. Le doy la bienvenida a Tu Hijo, Padre. 2 Él ha venido a salvarme del malvado ser que fabriqué. 3 Tu Hijo es el Ser que Tú me has dado. 4 Él es lo que yo soy en verdad. 5 Él es el Hijo que Tú amas por encima de todas las cosas. 6 Él es mi Ser tal como Tú me creaste. 7 No es Cristo Quien puede ser crucificado. 8 A salvo en Tus Brazos, recibiré a Tu Hijo.




Comentario:

De esto es de lo que trata todo: el nacimiento de Cristo en mí. Cuando me aquieto esta mañana, el Hijo del Cielo nace en mí. El malvado ser que inventé desaparece y nace Cristo. Lo que he creído ser no es verdad, Cristo “es lo que yo soy en verdad” (2:4). “Él es mi Ser tal como Tú me creaste” (2:6). Que sienta la maravilla de Él. Que sienta el roce de las alas angélicas observando con alegría mientras me hago consciente de lo que está sucediendo en mí.

¿Por qué nos parece tan difícil conectar con la verdad de todo esto? Mientras intentas sentir la realidad del Ser de Cristo, date cuenta de los pensamientos que surgen en contra de ello. Pensamientos de culpa y de no ser digno, pensamientos burlones, pensamientos de sentir que es una locura, pensamientos de inutilidad. El ego se compone de estos pensamientos, son pensamientos que forman el “malvado ser” (2:2) que te has inventado para ti mismo. No significan nada. Deja que se vayan arrastrados por el viento, y permite que la consciencia de tu verdadera grandeza como creación de Dios ocupe su lugar. Este noble y maravilloso Ser que sientes a veces, y quizá estás sintiendo ahora, este Ser de Amor sin límite, esta bendición universal, ternura y amabilidad, esto eres tú.

“A salvo en Tus Brazos, déjame recibir a Tu Hijo” (2:8). Cuando nuestra mente acude a la luz dentro de nosotros y busca a Cristo, Él renace en nosotros (L.rV.In.7:3). Lo que hacemos en cada instante que permitimos que el Espíritu Santo ilumine nuestra mente es traer a Cristo a este mundo, dando a luz al santo Hijo de Dios entre nosotros. Somos como María, diciendo: “Hágase en mí Tu Voluntad”.





¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 3)

L.pII.9.2:1-2


“Estás dispuesto a dejar que el perdón descanse sobre todas las cosas sin excepción y sin reservas”

El Segundo Advenimiento de Cristo es “totalmente inclusivo” (2:1). Todas las mentes sanan juntas. Esto “es lo que le permite envolver al mundo y mantenerte a salvo en su dulce llegada, la cual abarca a toda cosa viviente junto contigo” (2:1). Si algo o alguien estuviera excluido del perdón, ¿Cómo podría haber perfecta paz? Todavía existiría el conflicto. Porque el Segundo Advenimiento “abarca a toda cosa viviente” (2:1). Estamos todos juntos a salvo. El perdón es total y universal, de todas las cosas a todas las cosas.

“La liberación a la que el Segundo Advenimiento da lugar no tiene fin, pues la creación de Dios es ilimitada” (2:2). No tiene fin, no deja fuera a nada. Toda atadura, toda sensación de esclavitud, toda limitación desaparecen. Éste es el final que mantenemos en nuestra mente mientras hacemos nuestra pequeña parte, perdonando a todos los que nos han sido enviados en nuestras relaciones cada día. Llegará el día en que mi mente y la tuya ya no albergarán ni un solo resentimiento contra nadie o contra nada, y en el que nadie ni nada albergue ningún resentimiento contra nosotros. Toda culpa y toda ira habrán desaparecido. “Dios Mismo enjugará todas las lágrimas” (L.301). Donde antes veíamos oscuridad, vemos la luz (L.302). ¡Qué dicha más pura y auténtica traerá ese día! Entonces la Voluntad de Dios para nosotros, nuestra perfecta felicidad, se hará realidad en nosotros y la conoceremos, y nuestros corazones se desbordarán de eterna gratitud y acción de gracias, mientras unimos nuestra voz una vez más a la canción de Amor olvidada, que llena todo el universo.

















domingo, 27 de octubre de 2024

Lección 302 Donde antes había tinieblas ahora contemplo la luz.

 



1. Padre, finalmente estamos abriendo los ojos. 2 Tu santo mundo nos espera, pues por fin hemos recobrado la visión y podemos ver. 3 Pensábamos que sufríamos. 4 Pero era que nos habíamos olvidado del Hijo que Tú creaste. 5 Ahora vemos que las tinieblas son el producto de nuestra propia imaginación y que la luz está ahí para que la contemplemos. 6 La visión de Cristo transforma las tinieblas en luz, pues el miedo no puede sino desaparecer ante la llegada del Amor. 7 Que perdone hoy Tu santo mundo para poder contemplar su santidad y entender que no es sino el reflejo de la mía.

2. Nuestro Amor nos espera conforme nos dirigimos a Él y, al mismo tiempo, marcha a nuestro lado mostrándonos el camino. 2 No puede fracasar en nada. 3 Él es el fin que perseguimos, así como el medio por el que llegamos a Él.




Comentario:

Ésta es la transformación que nos trae el cambio en la percepción. Donde veíamos oscuridad, ahora vemos la luz. Lo que parecía un ataque, ahora se convierte en una petición de amor. La demencia de un hermano se convierte en una oportunidad de bendecir. Las piedras en las que antes tropezábamos, se convierten en peldaños en el camino. Todas las cosas se convierten en lecciones que Dios quiere que aprendamos. La luz siempre está ahí, pero veíamos la oscuridad. “Ahora vemos que las tinieblas son el producto de nuestra propia imaginación y que la luz está ahí para que la contemplemos” (1:5).

Quizá hoy vea una cosa que parezca oscuridad, y recuerde decir: “Donde veo oscuridad, elijo ver la luz”. Quizá recuerde buscar amor en lugar de condena y juicio. Quizá vea una cosa que parece una maldición y aprenda a considerarla como una bendición. Que empiece con pequeños aumentos en lecciones que me acerquen al hogar. Puede estar más allá de mí ahora el mirar a desastres globales y ver la luz en ellos, pero puedo empezar con cosas más cercanas: mis planes que se van al traste, el amigo entrometido, la esposa que se aparta. “Déjame perdonar hoy Tu santo mundo, para poder contemplar su santidad y entender que no es sino el reflejo de la mía” (1:7).

No estamos solos mientras recorremos el camino.

“Nuestro Amor nos espera conforme nos dirigimos a Él y, al mismo tiempo, marcha a nuestro lado mostrándonos el camino. No puede fracasar en nada. Él es el fin que perseguimos, así como los medios por los que llegamos a Él”. (2:1-3)

Para mí, “Nuestro Amor” significa el Cristo. Para mí, y quizá para algunos de vosotros, Él está representado por Jesús. Quizá piensas en Él como tu Ser más elevado. Él es al mismo tiempo los medios así como la meta de nuestro viaje. Él espera al final, llamándonos hacia Él, y al mismo tiempo Él recorre el camino con nosotros, enseñándonos, guiándonos, y dándonos poder mientras viajamos. Agradezcámosle hoy Su ayuda, y mantengámonos conscientes de ella a lo largo del día.




¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 2)

L.pII.9.1:3

“Es la invitación que se le hace a la Palabra de Dios para que ocupe el lugar de las ilusiones: la señal de que estás dispuesto a dejar que el perdón descanse sobre todas las cosas sin excepción y sin reservas”. (1:3)

Continuación de la parte 1 de la lista de descripciones del Segundo Advenimiento:


3. La invitación que se le hace a la Palabra de Dios para que ocupe el lugar de las ilusiones

Ésta es la visión del Curso acerca del final del mundo y del tiempo. El mundo real viene antes que el Segundo Advenimiento. Nuestra percepción se purifica individual y colectivamente, para que veamos un reflejo del Cielo. Cuando todas las mentes estén de acuerdo con esta percepción, ése es el Segundo Advenimiento. Ésta “es parte de la condición que reinstaura lo que nunca se perdió” (1:2). La purificación de nuestra percepción y la unión de nuestras mentes en esa percepción, “es la invitación que se le hace a la Palabra de Dios para que ocupe el lugar de las ilusiones” (1:3). Nuestras percepciones equivocadas han sido corregidas, nuestras mentes se han unido en la cordura. Ahora está abierto el camino para que Dios dé Su último paso.


4. Estar dispuesto al perdón total

¿En qué consiste esta percepción de unidad? En estar “dispuesto a dejar que el perdón descanse sobre todas las cosas sin excepción y sin reservas” (1:3). En otras palabras, estar dispuesto a no ver pecado, sino la perfecta creación de Dios por todas partes. Fíjate en que estas cuatro definiciones se refieren al deshacimiento de los errores que nuestra mente ha inventado, no al cambio externo. Si la mente ha sanado, por supuesto que cambiará el mundo, ya que sólo es el reflejo de nuestro estado mental.

El perdón del que aquí se habla es el estado final de la mente en el que hemos perdonado:

· todas las cosas: cada persona, cada situación, Dios, nosotros mismos

· sin excepción: nada ni nadie queda excluido

· y sin reservas: de todo corazón, llenos de alegría, gozosamente

El Segundo Advenimiento es el acontecimiento en el tiempo en el que el perdón es total. No queda condena ni juicio en ninguna mente.

















sábado, 26 de octubre de 2024

Lección 301 Y Dios Mismo enjugará toda lágrima. 9. ¿Qué es el Segundo Advenimiento?




9. ¿Qué es el Segundo Advenimiento?


1. El Segundo Advenimiento de Cristo, que es tan seguro como Dios, es simplemente la corrección de todos los errores y el restablecimiento de la cordura. 2 Es parte de la condición que reinstaura lo que nunca se perdió y restablece lo que es eternamente verdad. 3 Es la invitación que se le hace a la Palabra de Dios para que ocupe el lugar de las ilusiones: la señal de que estás dispuesto a dejar que el perdón descanse sobre todas las cosas sin excepción y sin reservas.

2. La naturaleza totalmente inclusiva del Segundo Advenimiento de Cristo es lo que le permite envolver al mundo y mantenerte a salvo en su dulce llegada, la cual abarca a todo ser vivo junto contigo. 2 La liberación a la que el Segundo Advenimiento da lugar no tiene fin, pues la Creación de Dios es ilimitada. 3 La luz del perdón ilumina el camino del Segundo Advenimiento porque refulge sobre todas las cosas a la vez y cual una sola. 4 Y así, por fin, se reconoce la unidad.

3. El Segundo Advenimiento marca el fin de las enseñanzas del Espíritu Santo, allanando así el camino para el Juicio Final, en el que el aprendizaje termina con un último resumen que se extenderá más allá de sí mismo hasta llegar a Dios. 2 En el Segundo Advenimiento todas las mentes se ponen en manos de Cristo para serle restituidas al Espíritu en nombre de la verdadera creación y de la Voluntad de Dios.

4. El Segundo Advenimiento es el único acontecimiento en el tiempo que el tiempo en sí no puede afectar. 2 Pues a todos los que vinieron a morir aquí o aún han de venir, o a aquellos que están aquí ahora, se les libera igualmente de lo que hicieron. 3 En esta igualdad se reinstaura a Cristo como una sola Identidad en la Cual los Hijos de Dios reconocen que todos ellos son realmente uno solo. 4 Y Dios el Padre le sonríe a Su Hijo, Su única Creación y Su única Dicha.

5. Ora para que el Segundo Advenimiento tenga lugar pronto, pero no te limites a eso. 2 Pues necesita tus ojos, tus oídos, tus manos y tus pies. 3 Necesita tu voz. 4 Pero sobre todo, necesita tu buena voluntad. 5 Regocijémonos de que podamos hacer la Voluntad de Dios y unirnos en Su santa Luz. 6 ¡Pues mirad!, el Hijo de Dios es uno en nosotros y podemos alcanzar el Amor de nuestro Padre por medio de él.



Y Dios Mismo enjugará toda lágrima.

1. Padre, a menos que juzgue no puedo sollozar. 2 Tampoco puedo experimentar dolor, sentirme abandonado o creer que no se me necesita en este mundo. 3 Éste es mi hogar porque no lo juzgo y, por lo tanto, es únicamente lo que Tú quieres que sea. 4 Hoy lo quiero contemplar libre de toda condena, a través de los ojos felices que el perdón ha liberado de toda distorsión. 5 Hoy quiero ver Tu mundo en lugar del mío. 6 Y me olvidaré de todas las lágrimas que he derramado, pues su fuente ha desaparecido. 7 Padre, hoy no juzgaré Tu mundo. 

2. El mundo de Dios es un mundo feliz. 2 Los que lo contemplan pueden tan sólo sumar a él su propia dicha y bendecirlo por ser la causa de una mayor alegría para ellos. 3 Llorábamos porque no entendíamos. 4 Pero hemos aprendido que el mundo que veíamos era falso, y hoy vamos a contemplar el de Dios.




Comentario:

El título de esta lección es una cita del Libro de las Revelaciones de la Biblia, versos 7:17 y 21:4. Todos hemos derramado lágrimas en nuestra vida, algunos más que otros. Años atrás, cuando creía en el infierno, solía preguntarme cómo podría Dios enjugar mis lágrimas cuando personas que yo conocía y amaba estaban en el tormento eterno. Solía preguntarme cómo podía Dios ser feliz si la mayoría de Sus criaturas habían sido agarradas por el demonio. Supongo que hacerme esas preguntas es por lo que ya no creo más en esas cosas.

Pero ¿Cómo puede Dios enjugar todas las lágrimas? Cuando miramos a nuestro alrededor con nuestra percepción “normal” (deformada por el ego), parece imposible no derramar algunas lágrimas, por lo menos, por el sufrimiento y la injusticia de la vida y la muerte. La respuesta del Curso es que ya no veremos con esa percepción, veremos con una nueva clase de visión.

“A menos que juzgue no puedo sollozar” (1:1). ¿Cómo enjugará nuestras lágrimas? Eliminando todo juicio de nuestra mente.

Miramos al mundo y lo juzgamos. Lo juzgamos injusto y enemigo nuestro. Juzgamos que unos son los que atacan y otros las víctimas. La mayoría de nosotros consideramos todo eso real. Si el pecado y el sufrimiento son reales en el análisis final, entonces las lágrimas son inevitables. “Pero hemos aprendido que el mundo que veíamos era falso” (2:4). No real, sino falso. Es una ilusión que hemos proyectado, únicamente existe en mi mente. No puedo culparlo por mi sufrimiento porque el único que me he atacado soy yo. El único que ha sido injusto soy yo. Estoy viendo en el mundo un reflejo de lo que creo que he hecho en relación con Dios y con mis hermanos, y nada más que eso. Cuando aprenda a perdonar al mundo y a aceptar la Expiación para mí mismo, ya no veré el mundo de esa manera.

Me parece que Jesús nos habla desde una posición elevada y me está incluyendo a mí en esa posición. No creo que ya he aprendido la irrealidad del mundo todavía, el mundo todavía me parece bastante real, y todavía lloro. El Curso me asegura que una parte de nuestra mente (la única parte que de verdad es real) ya está despierta, y ya sabe que el mundo que vemos es falso. Jesús representa esa parte de nuestra mente que está despierta.

Sin embargo, basado en las afirmaciones del Curso sé que: veré el mundo de esta manera. Llegará el día en que:

“No puedo sollozar. Tampoco puedo sentir dolor o sentirme abandonado o creer que no se me necesita en este mundo”. (1:1-2)

Puedo verlo así en cualquier momento que lo elija, en el instante santo, y estoy aprendiendo a permitir que mi percepción sea transformada de acuerdo con esa visión cada día más.

Si parece hipócrita repetir la oración de la lección de hoy, diciendo: “hemos aprendido que el mundo que veíamos era falso” (2:4), piensa de nuevo en esa opinión. Puedes decir: “Pero no lo creo, todavía no lo he aprendido, ¿Cómo puedo decirlo?” ¡Por supuesto que no lo crees! Por eso es por lo que estás haciendo la lección. Si ya lo creyeras, no necesitarías la lección. Sólo durante un instante, deja a un lado tu incredulidad. Imagínate cómo sería saber que toda la fealdad del mundo no es real, que no es nada más que un mal sueño, un viaje feo y amargo, y que no ha sucedido nada realmente, que no se ha perdido nada, y que nadie ha sido herido. Sólo las imágenes proyectadas murieron, la realidad de la vida no ha sido cambiada por el sueño. Sumérgete por un instante en ese estado mental. Esos breves instantes serán suficientes para llevarte al hogar.





¿Qué es el Segundo Advenimiento? (Parte 1)

L.pII.9.1:1-2

La postura del Curso acerca del Segundo Advenimiento es completamente diferente de la mayoría de las enseñanzas de las iglesias cristianas tradicionales. Habitualmente se refiere a una segunda aparición física de Jesús, volviendo (generalmente de una manera sobrenatural, “en nubes de gloria”) para ser el juez y el amo y señor del mundo. Esta sección del Libro de Ejercicios lo define de manera completamente diferente. (El Curso se caracteriza por definir de manera diferente y dar nuevo contenido a la mayoría de las ideas fundamentales del cristianismo). Aquí, el Segundo Advenimiento es:

1. La corrección de los errores (1:1)

En lugar de ser un acontecimiento desastroso que vence al demonio en la batalla del Apocalipsis, el Segundo Advenimiento es una tierna corrección de nuestras creencias equivocadas acerca de la realidad del pecado y de la separación. La antigua creencia del Segundo Advenimiento consideraba al demonio como una fuerza real con una terrible energía propia, una voluntad opuesta a Dios, una voluntad contra la que había que luchar y vencer. El Curso, al considerar el Segundo Advenimiento como la corrección de los errores, no considera al mal como una fuerza real. La oscuridad no es una cosa, ni una sustancia, es únicamente la ausencia de luz. Así que, desde el punto de vista del Curso, el mal no es un opuesto a Dios, sino sólo un error, sólo la idea equivocada de que puede haber un opuesto a Dios. Entonces, el Segundo Advenimiento es simplemente la corrección de esa idea equivocada. No hay nada que vencer ni derrotar. El Segundo Advenimiento simplemente “reinstaura lo que nunca se perdió y re-establece lo que es eternamente verdad” (1:2).

2. El restablecimiento de la cordura (1:2)

Todas las mentes que han albergado la idea demente de la separación de Dios, serán sanadas de sus errores. En el Curso, el Segundo Avenimiento es un acontecimiento compartido cuando se acabe el tiempo. Es el momento en el que a cada aspecto de la mente del Hijo de Dios que en su locura ha creído estar separado, se le restaura a su consciencia de unidad con todos los otros aspectos de la única mente. Este aspecto compartido se muestra en frases de esta sección más tarde: el momento en que “todas las mentes se ponen en manos de Cristo” (3:2), “los Hijos de Dios reconocen que todos ellos son uno solo” (4:3). Mientras que cualquier parte de la mente única no haya sanado, no se manifiesta la plenitud de Cristo. La “restauración a la cordura” habla de toda la Filiación volviendo a la consciencia de su unidad.

Este aspecto de “Completo” del mensaje del Curso es la motivación para que cada uno de nosotros extendamos la sanación al mundo. Sin nuestros hermanos no podemos conocer completamente nuestra Identidad, pues todos ellos son parte de nuestra misma Identidad. La sanación de mi hermano es la mía. Nadie puede quedar fuera del Círculo de la Expiación. Nadie es excluido.

“Eres el Hijo de Dios, un solo Ser, con un solo Creador y un solo objetivo: brindar a todas las mentes la conciencia de esta unidad, de manera que la verdadera creación pueda extender la Totalidad y Unidad de Dios”. (L.95.12:2).











 

Lección 300 Este mundo dura tan sólo un instante.

 




1. Este pensamiento se puede utilizar para expresar que la muerte y el pesar es lo que le espera a todo aquel que viene aquí, pues sus alegrías desaparecen antes de que las pueda disfrutar o incluso tener a su alcance. 2 Mas es también la idea que no permite que ninguna percepción falsa nos mantenga en su yugo ni represente más que una nube pasajera en un firmamento eternamente despejado. 3 Y es esta calma, clara, obvia y segura, lo que buscamos hoy.

2. Hoy vamos en busca de Tu mundo santo. 2 Pues nosotros, Tus amorosos Hijos, perdimos el rumbo por un momento. 3 Mas al haber escuchado Tu Voz hemos aprendido exactamente lo que tenemos que hacer para que se nos restituya el Cielo y nuestra verdadera identidad. 4 Y damos gracias hoy de que el mundo dure tan sólo un instante. 5 Queremos ir más allá de ese ínfimo instante y llegar a la eternidad.




Comentario:

Qué gran lección con la que terminar una serie de diez días en los que hemos estado pensando en la Sección “¿Qué es el mundo real?” Aquí el pensamiento es la otra cara del instante santo. Este mundo no es más que un instante no santo. Sólo existen dos instantes, y estamos en uno o en el otro todo el tiempo.

La idea de hoy podría tomarse de manera negativa, pensando en lo pasajero de la naturaleza de la vida, “una breve vela” como la llamó Shakespeare, en la que “sus alegrías desaparecen antes de que las pueda disfrutar o incluso tener a su alcance” (1:1). Por otra parte, ¡lo corto de la existencia en este mundo puede ser un pensamiento muy esperanzador! “Mas es también la idea que no permite que ninguna percepción falsa nos mantenga en su yugo, ni represente más que una nube pasajera en un firmamento eternamente despejado” (1:2).

La alucinación que es este mundo no es más que una nube pasajera que está atravesando la serenidad de nuestra mente recta. Nuestras percepciones falsas no durarán más que un instante y luego habrán desaparecido. Como un niño en un viaje largo en coche, “pronto” nos puede parecer muy, muy largo, pero nuestro Padre sabe que el final es seguro. Las nubes de nuestra percepción falsa, desaparecerán, el sol saldrá de nuevo, habiendo estado oculto sólo por un instante. Nuestra mente reconocerá su propia serenidad una vez más.

“Y es esta calma, clara, obvia y segura, lo que buscamos hoy”. (1:3)

Que busque hoy esa serenidad. Que la vea ahora, y en cada instante que hoy recuerde hacerlo. Que me abra a ese instante santo, y que recuerde que más allá de las nubes que parecen oscurecer mi mente, el sol sigue brillando sin interrupción. Que me sienta contento y agradecido de que “el mundo dure tan sólo un instante” (2:4). Que vaya “más allá de ese ínfimo instante y llegue a la eternidad” (2:5). Voy a hacerlo ahora. Que llegue a ese otro estado mental a menudo hoy.




¿Qué es el mundo real? (Parte 10)

L.pII.8.5:3-4

“Un sólo instante” el instante para que Dios dé Su paso final (5:2), “ese instante es nuestro objetivo, pues en él yace el recuerdo de Dios” (5:3). Una semejanza que me viene a la mente es la de un equipo de fútbol intentando ganar la Super Copa. El “paso final” es ganar el trofeo, por así decirlo. Ésa es la meta final del equipo. Pero realmente no tiene nada que ver con el trofeo, su tarea es ganar partidos y llegar a ese momento de la victoria. Entonces el trofeo se lo conceden los oficiales de la Liga Nacional de Fútbol. Aunque la imagen de luchar por una victoria contra los contrarios no encaja en nuestra consecución del mundo real, la idea general sí está relacionada. Nuestra tarea consiste únicamente en llegar al punto (mundo real) en el que conseguir el trofeo (el recuerdo de Dios) es posible, pero el paso final es Dios Mismo Quien lo da. No estamos aprendiendo a recordar a Dios. Estamos aprendiendo a olvidar todo lo que impide ese recuerdo, a eliminar todo el falso aprendizaje que hemos interpuesto entre nuestra mente y la verdad. Cuando hayamos eliminado los obstáculos con la ayuda del Espíritu Santo, el recuerdo de Dios regresará por sí mismo.

“Y al contemplar un mundo perdonado” (ése es el resultado del trabajo que hemos hecho con el Espíritu Santo, aprendiendo a perdonar), “Él es Quien nos llama y nos viene a buscar para llevarnos a casa” (Dios es Quien nos lleva más allá del mundo real), “recordándonos nuestra Identidad, la cual nos ha sido restituida mediante nuestro perdón” (5:4). Cuando hayamos perdonado al mundo, se nos restaura el recuerdo de Dios y también el recuerdo de nuestra propia Identidad en Él. Esta última parte no es algo que hacemos nosotros “Él es Quien nos llama y nos viene a buscar para llevarnos a casa”.

Esto no es sólo un asunto teológico interesante. Tiene consecuencias prácticas. A veces, cuando hemos empezado una búsqueda espiritual, el ego puede distraernos haciendo que intentemos llegar directamente a Dios. Podemos quedarnos enredados en una lucha por intentar recordar a Dios, intentar recordar nuestra Identidad como Hijo de Dios. Aunque ésta es nuestra meta final (como el trofeo en la Super Copa), si hacemos de ello el objeto de todos nuestros esfuerzos directos, jamás llegaremos allí. Eso sería como intentar robar el trofeo en lugar de ganarlo legalmente. Nuestra atención tiene que centrarse en hacer lo que nos preparará para recibir el recuerdo de Dios de Su Propia Mano. Es decir, perdonar. Si nuestra meta inmediata es recordar a Dios o nuestra Identidad, estamos intentando evitar los pasos que son necesarios para alcanzar esa meta. No podemos saltarnos esos pasos.

“Perdonaré, y esto desaparecerá.

Repite estas mismas palabras ante toda aprensión, preocupación o sufrimiento. Y entonces estarás en posesión de la llave que abre las puertas del Cielo y que hace que el Amor de Dios el Padre llegue por fin hasta la tierra para elevarla hasta el Cielo. Dios Mismo dará este paso final. No te niegues a dar los pequeños pasos que te pide para que puedas llegar hasta Él”. (L.193.13:3-7)














viernes, 25 de octubre de 2024

Lección 299 La santidad eterna mora en mí.

 



1. Mi santidad está mucho más allá de mi capacidad de comprender o saber lo que es. 2 No obstante, Dios, mi Padre, Quien la creó, reconoce que mi santidad es la Suya. 3 Nuestra Voluntad conjunta comprende lo que es. 4 Y nuestra Voluntad conjunta sabe que así es.

2. Padre, mi santidad no proviene de mí. 2 No es mía para dejar que el pecado la destruya. 3 No es mía para dejar que sea el blanco del ataque. 4 Las ilusiones pueden ocultarla, pero no pueden extinguir su fulgor ni atenuar su luz. 5 Se yergue por siempre perfecta e intacta. 6 En ella todas las cosas sanan, pues siguen siendo tal como Tú las creaste. 7 Y puedo conocer mi santidad, 8 pues fui creado por la Santidad Misma, y puedo conocer mi Fuente porque Tu Voluntad es que se Te conozca.




Comentario:

Éste es el tipo de lección que siempre me hace darme cuenta de mi mente dividida. Una parte está suspirando, llena de felicidad: “¡Ah! Qué maravilloso saber que la creación de Dios permanece intacta en mí” La otra parte está mirando a mi alrededor y por encima del hombro mientras dice: “¿Te refieres a mí?”

A veces, Padre, puedo aceptar la idea de que hay santidad en mí. Quiero aceptarlo más a menudo y más profundamente. Quiero saber que todo lo que yo soy es santidad. Puedo relacionarlo con la primera frase: “Mi santidad está mucho más allá de mi propia capacidad de comprender o saber lo que es” (1:1). Por lo menos la parte “mucho más allá de mi propia capacidad”. Pero hay una parte de mí que sabe que la santidad está aquí, quizá no conocida, quizá no entendida, pero todavía… aquí.

Cuando soy consciente de mi unión con Dios, cuando permito que esa comprensión entre en mi consciencia, entonces, junto con Él, sé que es así, que la santidad eterna mora en mí.

El Curso insiste en este punto, repitiéndolo con tanta frecuencia que tengo que darme cuenta de que hay una enorme resistencia a aceptarlo:

“… mi santidad no procede de mí. No es mía para dejar que el pecado la destruya. No es mía para dejar que sea el blanco del ataque. Las ilusiones pueden ocultarla, pero no pueden extinguir su fulgor ni atenuar su luz”. (2:1-4)

Puedo cambiar mi comportamiento, puedo tener alucinaciones y creer que he cambiado mi naturaleza original, pero en realidad no puedo cambiar lo que soy, no puedo cambiar mi Ser creado por Dios. Mi ataque a mí mismo no ha tenido efectos y nunca los tendrá. Sigo siendo tal como Dios me creó: el santo Hijo de Dios Mismo. Todo lo que parece decir otra cosa es sólo una ilusión, una invención de mi mente, luchando desesperadamente por mantener su identificación con el ego. La culpa es esa invención. Nadie que es santo puede ser culpable, por lo tanto, si soy culpable, no puedo ser santo. Así es como la mente del ego intenta demostrarme su realidad.

Hoy afirmo que mi santidad no procede de mí (2:1). Yo no creé mi santidad ni puedo hacerlo, y mucho menos cambiarla. Dios quiere que la conozca y así será conocida. Dejo a un lado mi incredulidad. Dejo que el pensamiento se aloje en mi mente: “La santidad eterna mora en mí”.





¿Qué es el mundo real? (Parte 9)

L.pII.8.5:1-2

Cuando el tiempo ha servido al propósito del Espíritu Santo, Él ya no lo necesita. Pero es decisión nuestra a qué propósito sirve el tiempo. Dos secciones del Texto tratan de los dos usos del tiempo: el Capítulo 13, Sección IV, “La Función del Tiempo”, y el Capítulo 15, Sección I, “Los Dos Usos del Tiempo”. Estas secciones nos dicen que podemos usar el tiempo para el ego o para el Espíritu Santo. El ego utiliza el tiempo para perpetuarse a sí mismo, buscando nuestra muerte. Ve la destrucción como el propósito del tiempo. El Espíritu Santo ve la sanación como el propósito del tiempo.

“El ego, al igual que el Espíritu Santo, se vale del tiempo para convencerte de la inevitabilidad del objetivo y del final del aprendizaje. Él objetivo del ego es la muerte, que es su propio fin. Mas el objetivo del Espíritu Santo es la vida, la cual no tiene fin”. (T.15.I.2:7-9)

Se nos pide: “Empieza a usar el tiempo tal como lo hace el Espíritu Santo: como un instrumento de enseñanza para alcanzar paz y felicidad” (T.15.I.9:4). Y lo hacemos al practicar el instante santo. “El tiempo es tu amigo si lo pones a la disposición del Espíritu Santo” (T.15.I.15:1). Hay necesidad del tiempo mientras estamos aprendiendo todavía a usarlo sólo para Sus propósitos, vivir el momento presente, abandonando el pasado y el futuro, y buscar la paz dentro del instante santo.

“Todos los días deberían consagrarse a los milagros. El propósito del tiempo es que aprendas a usarlo de forma constructiva. El tiempo es, por lo tanto, un recurso de enseñanza y un medio para alcanzar un fin. El tiempo cesará cuando ya no sea útil para facilitar el aprendizaje”. (T.1.I.15)

“Ahora espera un sólo instante más para que Dios dé el paso final” (5:2). Ese “ahora” se refiere al momento en que el tiempo ha servido a su propósito. No queda nada más por hacer, nada que Él tenga que enseñarnos, nada que nosotros tengamos que aprender o hacer, excepto “esperar un sólo instante más para que Dios dé el paso final”. El tiempo continúa un instante más permitiéndonos apreciar el mundo real, y luego el tiempo y la percepción desaparecen. Este “paso final” es algo que se menciona a menudo en el Curso, “paso final” o “último paso” aparece 29 veces. (Ver por ejemplo en el Texto, el Capítulo 6.(V).5 , y el Capítulo 7, Sección I). Representa el cambio de la percepción (dualidad) al conocimiento (unidad), salir del mundo y entrar en el Cielo, salir del cuerpo y entrar en el espíritu. Está muy claro que esto es cosa de Dios, nosotros no tenemos nada que ver con ello. Nuestra única parte es prepararnos para ello, limpiando nuestra percepción hasta que toda ella se convierta en “percepción verdadera”, sin miedo. O como dice en la cita mencionada arriba: “Todos los días deberían consagrarse a los milagros”. Para eso es el tiempo.

















jueves, 24 de octubre de 2024

Lección 298 Te amo, Padre, y también amo a Tu Hijo.

 



1. Mi gratitud hace posible que mi amor sea aceptado sin miedo. 2 Y de esta manera, se me restituye por fin mi realidad. 3 El perdón elimina todo cuanto se interponía en mi santa visión. 4 Y me aproximo al final de todas las jornadas absurdas, las carreras locas y los valores artificiales. 5 En su lugar, acepto lo que Dios establece como mío, seguro de que sólo mediante ello me puedo salvar y de que atravieso el miedo para encontrarme con mi Amor.

2. Padre, hoy vengo a Ti porque no quiero seguir otro camino que no sea el Tuyo. 2 Estás a mi lado. 3 Tu camino es seguro. 4 Y me siento agradecido por Tus santos regalos: un santuario seguro y la escapatoria de todo lo que menoscabaría mi amor por Dios mi Padre y por Su santo Hijo.




Comentario:

“Mi gratitud hace posible que mi amor sea aceptado sin miedo” (1:1). Aquí está hablando de mi amor al Padre y a Su Hijo. Como a menudo señala el Curso, en mi mente errada tengo miedo de mi propio amor al Padre y a Su Hijo, porque parece que si me entrego a él, me perderé en lo infinito de Dios. Lo que perderé en Él es “mi pequeño ser”, pero no mi verdadera Identidad. Es mi falsa identidad lo que temo perder y a la que me aferro (intentando conservar la identificación con el ego), es mi falsa identidad la que me hace tener miedo de mi propio amor a Dios.

“Mi gratitud” es lo que “hace posible que mi amor sea aceptado sin miedo”. Mi gratitud es simplemente la aceptación de los regalos de Dios y mi agradecimiento por ellos: “Acepto lo que Dios establece como mío” (1:5). Cuando renuncio a lo que creo haber hecho (la identidad del ego) y en su lugar acepto con agradecimiento el regalo de Dios de mi verdadera Identidad, de repente mi amor a Dios y a Su Hijo no son ya aterradores. Todo lo que hace que parezca temible son mis inútiles intentos de hacer real lo que nunca fue real y aferrarme a la separación.

En lo profundo de mi corazón, Padre, yo Te amo. Renuncio, aunque sólo sea por un instante, a lo que he estado intentando proteger. Libero mi amor para que se extienda libre y sin obstáculos. Me permito sentir su profundidad. A menudo me parece que no Te amo; ahora, es refrescante y purificador permitir la libre extensión de ese amor, reconocer su presencia dentro de mí. Tengo el regalo de mi segura Identidad en Ti, no hay necesidad de proteger esa “otra cosa” que no existe.

En lo profundo de mi corazón, Padre, yo amo también a Tu Hijo, el Cristo, Quien es mi verdadero Ser y el Ser que comparto con toda cosa viviente. Acepto al Hijo como mi Ser, y acepto a mis hermanos como parte, junto conmigo, de ese Ser Único. Tu Hijo es Tu regalo para mí, y es lo que yo soy. A menudo me parece que no amo algunos aspectos del Hijo, algunos de los que parecen ser distintos a mí, o que parecen enemigos. Ahora, en este momento, los reconozco a todos con agradecimiento como partes de mi Ser. Ya no estoy protegiendo, al menos en este instante, el pequeño aspecto separado que conozco como “yo”. Los abrazo a todos con amor.

Estoy tan contento de que Tú describas el viaje como “atravieso el miedo para encontrarme con mi Amor” (1:5). Porque hay miedo. Tengo miedo de abandonar el “yo”. ¿Quién seré? ¿Qué quedará? Qué maravilloso es saber que lo que temo perder no se pierde, se extiende y eleva a algo mucho más grande de lo que yo haya podido creer. Cuando he atravesado el miedo, lo que encuentro es mi Amor. ¡Esto es cierto! ¡No hay sacrificio!

“Y me siento agradecido por tus santos regalos: un santuario seguro y la escapatoria de todo lo que menoscabaría mi amor por Dios mi Padre y por Su santo Hijo”. (2:4)





¿Qué es el mundo real? (Parte 8)

L.pII.8.4:2-3

Cuando empezamos a ver el mundo real, empezamos a despertar. Quizá hemos tenido pequeños atisbos del mundo real. El Curso se refiere a “Un ligero parpadeo, después de haber tenido los ojos cerrados por tanto tiempo” (T.18.III.3:4); quizá hemos sentido eso, por lo menos. Cada atisbo del mundo real que sentimos es un poco como las imágenes borrosas de mi habitación cuando estoy dormido y a punto de despertarme. Algunas veces esas imágenes que destellan sobre nosotros cuando nuestros ojos se abren por un instante, se integran en un sueño que continúa. Así es como estamos. Estamos en ese extraño estado entre dormir y despertar. El Curso lo llama la zona fronteriza entre mundos, en que “Eres como alguien que aún tiene alucinaciones, pero que no está seguro de lo que ve” (T.26.V.11:7).


“Y sus ojos, abiertos ahora, ven el inequívoco reflejo del Amor de su Padre, la infalible promesa de que ha sido redimido” (4:2). Todavía no estamos completamente despiertos, pero estamos despertando. Las imágenes del mundo real reflejan el Amor del Padre por nosotros. Las nuevas percepciones, que nos da el Espíritu Santo, refuerzan nuestra confianza de que nos hemos salvado sin ninguna duda.


Cuanto más vemos el mundo real, más nos damos cuenta de que el tiempo ya no es necesario. “El mundo real representa el final del tiempo, pues cuando se ve, el tiempo deja de tener objeto” (4:3). El propósito del tiempo es que veamos el mundo real. Cuando lo percibimos, el tiempo ya no es necesario porque ha cumplido su propósito. En el Cuarto Repaso del Libro de Ejercicios se nos dice que cada vez que hacemos una pausa para practicar la lección del día, estamos “utilizando el tiempo para el propósito que se le dio” (L.rIV.In.7:3). Cada vez que nos paramos e intentamos vencer un obstáculo a la paz, cada vez que dejamos que la misericordia de Dios venga a nosotros en el perdón, estamos utilizando el tiempo para el propósito que se le dio. “Para eso se hizo el tiempo” (L.193.10:4).

Que hoy utilice el tiempo para el propósito que tiene. Que recuerde la lección, por la mañana y por la noche, y cada hora entre medias, y a menudo durante cada hora. Que coopere gustosamente en el cambio de mis percepciones. Cada vez que sienta que algo altera mi paz, me volveré a mi interior y buscaré la sanación de la Luz de Dios. Que me dé cuenta de que esto es para lo único que sirve el tiempo, y que no hay mejor manera de emplearlo. Que busque acelerar la llegada del día en el que ya no tendré más necesidad de tiempo, en el que mis percepciones se hayan unido a la visión de Cristo, y el mundo real permanezca brillando lleno de belleza ante mis ojos.














miércoles, 23 de octubre de 2024

Lección 297 El perdón es el único regalo que doy.

 



1. El perdón es el único regalo que doy, ya que es el único regalo que deseo. 2 Y todo lo que doy, es a mí mismo a quien se lo doy. 3 Ésta es la sencilla fórmula de la salvación. 4 Y yo, que quiero salvarme, la adoptaré para regir mi vida por ella en un mundo que tiene necesidad de salvación y que se salvará al yo aceptar la Expiación para mí mismo.

2. Padre, ¡cuán certeros son Tus caminos; cuán seguro su desenlace final y cuán fielmente se ha trazado y logrado cada paso de mi salvación mediante Tu Gracia! 2 Gracias a Ti por Tus eternos dones, y gracias a Ti también por mi Identidad.




Comentario:

¿Qué quiero tener? Sea lo que sea, darlo es el modo de tenerlo. Y cuanto más avanzo, más me doy cuenta de que “El perdón es el único regalo que… deseo” (1:1).

¿Qué puedo querer sino liberarme de la carga del juicio a mí mismo? ¿Qué puedo querer fuera de esto? Liberarme del juicio a mí mismo es reconocer mi perfección y que nada me falta, tal como Dios me creó. Es reconocer que nada de lo que he hecho, pensado o dicho, ha disminuido lo más mínimo mi valía y hermosura a la vista de Dios.

Si esto es lo que quiero, voy a darlo hoy, porque “Todo lo que doy, es a mí mismo a quien se lo doy” (1:2). Voy a extender este reconocimiento a todos con los que me encuentre hoy: que nada de lo que han hecho, pensado o dicho, ha disminuido lo más mínimo su valía y hermosura a mi vista.

Cada paso de mi salvación ya se ha dado (2:1). No se ha pasado nada por alto. No hay razón para estar inquieto o ansioso, preocupado acerca de si lo conseguiré o cuándo lo conseguiré. Lo conseguiré. Sí, lo haré. Eso es todo lo que necesito saber. Ya se ha logrado, y puedo hacer este viaje ilusorio (imaginario) en paz, sabiendo que en la realidad ya se ha acabado.




¿Qué es el mundo real? (Parte 7)

L.pII.8.4:1

“El mundo real es el símbolo de que al sueño de pecado y culpabilidad le ha llegado su fin y de que el Hijo de Dios ha despertado”. (L.pII.8.4:1)

El mundo que ve una mente que está en paz, que se ha perdonado a sí misma, es un símbolo. Un símbolo representa algo, no es la cosa en sí, pero es algo que lo indica, hace que te lo imagines. ¿Qué representa el mundo real? Que “al sueño de pecado y culpabilidad le ha llegado su fin y de que el Hijo de Dios ha despertado” (4:1).

El mundo real es un símbolo que nos dice que nuestro sueño de pecado y culpa ya se ha terminado y que ya nos hemos despertado. Ver el mundo real es una señal para nosotros de que lo que la percepción ve es sólo un sueño, y de que hay una realidad superior más allá del sueño. Cuando no veamos nada que condenar, esa visión nos habla de una realidad superior. Cuando únicamente veamos seguridad, amor y dicha rodeándonos, sin ningún peligro que nos aceche por ningún sitio, esa percepción nos está comunicando que no somos este cuerpo y que la vida no tiene un final. Nos está diciendo que sólo el amor es real, y que el miedo no existe. Dentro de la ilusión de la percepción, estamos viendo algo que habla de una realidad eterna. Lo que vemos nos recuerda que no somos el sueño. Nuestra mente ya está despierta porque:

“Dios sólo crea mentes despiertas. Él no duerme, y Sus creaciones no pueden poseer algo que Él no les confiera, ni dar lugar a condiciones que Él no comparte con ellas”. (L.167.8:1-2)

La mente sólo existe despierta, porque Dios la creó despierta. Lo que Él crea no puede estar dormido si Él no nos dio ese sueño. Tampoco podemos hacernos dormir a nosotros mismos. Por lo tanto, tenemos que estar despiertos ya. Esto es lo que el mundo real representa para nosotros. Dentro de la ilusión nos habla de nuestra realidad eterna. Dentro del mundo, la percepción de este símbolo es nuestro único propósito. Cualquier otro propósito pertenece a este mundo. Nuestro destino final está más allá de este mundo. Pero aunque es nuestro destino final, lo que está más allá de la percepción no es asunto nuestro ahora. Nuestra tarea está en el reino de la percepción: “La percepción tiene que ser corregida antes de que puedas llegar a saber nada” (T.3.III.1:2). “De lo que más necesidad tienes es de aprender a percibir, pues no entiendes nada” (T.11.VIII.3:5).

Estamos dedicados al proceso de permitir que nuestras percepciones sean corregidas, que es lo que hace el perdón. Cuando hagamos esto, veremos el mundo real con más claridad y con más frecuencia, hasta que sea todo lo que veamos. Y entonces nuestra tarea está hecha, y Dios me tenderá la mano y me llevará al hogar.

“Con todo, el perdón es el medio por el cual reconoceré mi inocencia. Es el reflejo del Amor de Dios en la tierra. Y me llevará tan cerca del Cielo que el Amor de Dios podrá tenderme la mano y elevarme hasta Él”. (L.60.1:4-6)

















martes, 22 de octubre de 2024

Lección 296 El Espíritu Santo habla hoy a través de mí.

 



1. El Espíritu Santo necesita hoy mi voz para que todo el mundo pueda escuchar Tu Voz y oír Tu Palabra a través de mí. 2 Estoy decidido a dejar que hables por medio de mí, pues no quiero usar otras palabras que las Tuyas ni tener pensamientos aparte de los Tuyos, pues sólo Éstos son verdaderos. 3 Quiero ser el salvador del mundo que fabriqué. 4 Pues ya que lo condené, quiero liberarlo, de manera que pueda escapar y oír la Palabra que Tu santa Voz ha de comunicarme hoy.

2. Hoy sólo enseñaremos lo que queremos aprender y nada más. 2 De este modo, nuestra meta de aprendizaje se convierte en un objetivo libre de conflictos, lo cual nos permite alcanzarlo con facilidad y rapidez. 3 ¡Cuán gustosamente viene el Espíritu Santo a rescatarnos del infierno cuando permitimos que por medio de nosotros Sus enseñanzas persuadan al mundo para que busque y halle el fácil sendero que conduce a Dios!




Comentario:

Cuando permito que el Espíritu Santo vea a través de mí, (la lección de ayer), compartiendo Su percepción, también habla a través de mí.

No es que yo me convierta en el regalo de Dios al mundo en el sentido del ego, el profeta que tiene la respuesta para toda la humanidad. No, no es eso. Pero Él sí habla a través de mí. Él habla la palabra de bienvenida, de reconocimiento, de aprecio y de gratitud. A través de mí, el Espíritu Santo les comunica a mis hermanos: “Estás a salvo. Eres pleno. Eres amado”.

Habiendo condenado al mundo, ahora quiero liberarlo. Habiendo cubierto a todos con culpa, con una pesada capa, ahora quiero quitar esa culpa de todos. ¿Por qué quiero conceder esta liberación a todos sin excepción? Porque la quiero para mí mismo, y ésta es la única manera de tenerla. Si mi hermano muere culpable, yo lo hago con él. ¡Qué privilegio tan grande tengo, de eliminar la culpa de aquellos a mi alrededor, de hacerles saber que son libres!

A través de mí (y de ti) el Espíritu Santo convence al mundo para que busque y encuentre el camino a Dios. Yo soy Su representante aquí en la tierra, un embajador del Reino de los Cielos. A aquellos que todavía no han aprendido a escuchar Su Voz, yo Le represento, hablando Sus palabras, manifestando Su actitud y Su Amor a cada persona con la que me encuentro. Ésa es mi función. Ése es mi único propósito. Eso es mi vida.

“Quiero ser el salvador del mundo que fabriqué. Pues ya que lo condené, quiero liberarlo, de manera que pueda escapar y oír la Palabra que Tu santa Voz ha de comunicarme hoy”. (1:3-4)

¿Estoy dispuesto a salvar mi mundo? A veces me doy cuenta de que quiero dejarlo, dejar que se convierta en ruinas y acabar con ello. El Curso es muy claro acerca de esto: no puedo escapar al Cielo yo solo y dejar al mundo detrás. No puedo alcanzar el Cielo sin mis hermanos.

El sentimiento de cansancio hacia el mundo, la sensación de “¡estoy tan harto de todo este lío!” esconde mi propio juicio a mí mismo. Profundamente culpable por mi continua separación de mi Padre, quiero echarle la culpa al mundo. Quiero decir: “Es este lugar agotador el que me impide tener paz”. La paz está aquí, la paz es ahora. La paz, y el mismo Cielo, están en mí, dondequiera que yo voy. No necesito huir, y no es necesario cambiar nada.

“El Espíritu Santo necesita hoy mi voz” (1:1). Vivimos en una conspiración de silencio. Hay muchos, más de los que sabemos, que han visto el Cielo. Nosotros estamos entre ellos. Sin embargo, tenemos miedo de hablar porque tenemos miedo de que la gente se ría de nosotros, que piensen que estamos locos.

¿Cuántas veces hemos deseado, anhelado profundamente, que alguien se atreviera a decir (en medio del miedo, del sufrimiento, de la pérdida y del terror): “Estoy en paz. La paz de Dios es muy real para mí”. Hoy seré yo el que contestará a ese anhelo. “Hoy sólo enseñaremos lo que queremos aprender, y nada más” (2:1)




¿Qué es el mundo real? (Parte 6)

L.pII.8.3:4-5

Cuando nuestra mente se haya perdonado a sí misma, es “una mente que está en paz consigo misma” (3:4), y el mundo que dicha mente ve procede de esa paz interior. Como ya hemos visto, no es posible la paz interior sin el perdón. Del mismo modo, ver un mundo de paz viene cuando extendemos la paz de nuestro interior hacia afuera. Esto lo afirmó muy claramente la Lección 34:

“La paz mental es claramente una cuestión interna. Tiene que empezar con tus propios pensamientos, y luego extenderse hacia afuera. Es de tu paz mental de donde nace una percepción pacífica del mundo”. (L.34.1:2-4)

Una mente que ha aprendido a perdonarse a sí misma y a estar en paz “es bondadosa, y lo único que ve es bondad” (3:5). He oído a varios sabios espirituales comentar que, si la espiritualidad tuviera que resumirse a dos palabras, podrían ser: “Sé amable”. He encontrado bastantes personas en mi vida que se tienen a sí mismos por muy espirituales, quizá como autoridades espirituales, y al final lo que me llevaba a desconfiar de sus afirmaciones era simplemente esto: que no eran amables. ¡He encontrado esta misma tendencia en mí mismo también! Es demasiado fácil quedar atrapado en ser “correcto espiritualmente” o en tener razón, y perder de vista la amabilidad.

Cuando haya encontrado al ego asesino dentro de mí, y haya aprendido a perdonarlo, cuando haya descubierto mi propia creencia en mi debilidad y fragilidad, y haya aprendido a perdonarlas; cuando haya perdonado mis dudas de muchos años, cuando haya descubierto lo a menudo que no vivo de acuerdo a mis elevadas aspiraciones y haya aprendido a perdonarme; cuando haya luchado con mi constante falta de fe y haya aprendido a perdonarla, entonces seré amable. He aprendido a ser amable al ser amable conmigo mismo. Voy a grabar esta lección en mi corazón: La mente que se ha perdonado a sí misma es amable, y únicamente contempla amabilidad.

Si soy muy rápido en ver peligro acechándome en aquellos que están a mi alrededor y en dudar de las buenas intenciones de otros, lo más probable es que sea rápido en dudar de las mías propias y todavía no haya aprendido a perdonarme a mí mismo.














lunes, 21 de octubre de 2024

Lección 295 El Espíritu Santo ve hoy a través de mí.

 



1. Hoy Cristo pide valerse de mis ojos para así redimir al mundo. 2 Me pide este regalo para poder ofrecerme paz mental y eliminar todo terror y todo pesar. 3 Y a medida que se me libra de éstos, los sueños que parecían estar firmemente afianzados en el mundo desaparecen. 4 La redención es una. 5 Al salvarme yo, el mundo se salva conmigo. 6 Pues todos tenemos que ser redimidos juntos. 7 El miedo se presenta en múltiples formas, pero el amor es uno.

2. Padre mío, Cristo me ha pedido un regalo, que doy para que me sea dado. 2 Ayúdame a usar los ojos de Cristo hoy, y así permitir que el Amor del Espíritu Santo bendiga todo cuanto contemple, de modo que la compasión de Su Amor pueda descender sobre mí.



Comentario:

Mis ojos son los de Cristo. “Hoy Cristo pide valerse de mis ojos” (1:1). Y al final de la oración, los ojos de Cristo son los míos. “Ayúdame a usar los ojos de Cristo hoy” (2:2). Dos modos de decir lo mismo: pedir que Cristo mire a través de mis ojos o pedir que yo mire a través de Sus ojos, es pedir que Su visión, Sus ojos, reemplacen a nuestra limitada visión.

Cristo pide valerse de mis ojos “para poder ofrecerme paz mental y eliminar todo terror y pesar” (1:2). Él no me pide un sacrificio, sino que me pide para darme un regalo a mí. Me ofrece tomar mi percepción que me muestra dolor y terror, y reemplazarla con Su propia visión, mostrándome paz, dicha y amor.

Al empezar a dar nuestra vida a Dios empezamos a sentir que en lugar de vivir, se vive a través de nosotros. El Espíritu Santo mira a través de nuestros ojos, habla a través de nuestros labios, piensa con nuestra mente. Es una experiencia de ser tomado y llevado a través de la vida por una energía de Amor sin límite que es mucho mayor de lo que podemos contener porque incluye a todo.

A veces parezco tan lejos de eso y, sin embargo, sé que está tan cerca como mi aliento. Más cerca. Padre, esta mañana pido la gracia de rendirme a ese flujo de Amor, la gracia de rendirme al Espíritu Santo, ahora, en este instante, y en todos los instantes de este día para que pueda compartir Su visión del mundo.

En cierto modo esta lección es todo el Curso: permitir que el Espíritu Santo mire a través de mí, que inunde al mundo con los ojos del Amor. Caminar durante el día sin ningún propósito en sus cosas externas, sólo vivir con un propósito escondido, una misión secreta: seré amoroso en esta situación. De eso es de lo que se trata, y nada más importa, nada más es real. Yo soy la luz del mundo. Estoy aquí para “permitir así que el Amor del Espíritu Santo bendiga todo cuanto contemple, de modo que la compasión de Su Amor pueda descender sobre mí” (2:2). Eso es mi vida, eso es todo. Estoy aquí únicamente para ser lo que soy, para ser mi Ser, que es Amor.






¿Qué es el mundo real? (Parte 5)

L.pII.8.3:1-3

“¿Qué necesidad tiene dicha mente de pensamientos de muerte, asesinato o ataque?” (3:1)

¿Cómo es “dicha mente”? “Una mente en paz” (2:2). Una “mente que se ha perdonado a sí misma” (2:6). “Una mente que está en paz consigo misma” (3:4). ¿Puedo imaginarme cómo es mi mente en paz consigo misma? ¿Puedo imaginarme cómo me sentiría si me hubiese perdonado a mí mismo completamente, sin llevar encima arrepentimientos del pasado, ni miedo al futuro, ni culpa escondida, y ni pizca de sensación de fracaso? Tener paz y haberme perdonado completamente a mí mismo, son lo mismo. Tienen que serlo. ¿Cómo puedo estar en paz si no me he perdonado algo a mí mismo? ¿Cómo puedo perdonarme algo a mí mismo, si no estoy en paz acerca de ello?

Que mire dentro de mí y esté dispuesto a enfrentarme a mi propia condena que está escondida en los oscuros rincones de mi mente. Sé que está ahí. Es la fuente del constante malestar que me persigue, la tendencia a mirar por encima del hombro, la aparentemente ligera ansiedad que siento ante una carta inesperada o una llamada de teléfono. Algo en mí espera ser “pillado”. Pero este juicio de mí mismo es la causa de más que mis sentimientos personales de malestar. Es también la causa de todos mis “pensamientos de muerte, asesinato o ataque” (3:1). Mi miedo a la muerte viene de mi culpa enterrada. Mis ataques instintivos a los que me rodean son un mecanismo de defensa que he desarrollado para evitar el juicio por mis “pecados”. Mi deseo de tomar la vida de otros para mí (en casos extremos, asesinato) viene de la sensación de que a mí me falta algo.

Y todo ello contribuye a mi percepción del mundo, ésa es la razón por la que veo “las escenas de miedo y los clamores de batalla” por todas partes. Si mi mente estuviera en paz, si me hubiera perdonado a mí mismo, vería el mundo de manera diferente. Lo vería sin estos filtros que deforman la visión. Vería el mundo real. Todo lo que “dicha mente” vería es “seguridad, amor y dicha” (3:2).

Sin culpa en mi mente, “¿Qué podría haber que ella quisiese condenar? ¿Y contra qué querría juzgar?” (3:3). La culpa en mi mente me ha llevado a la locura, y el mundo demente que veo es el resultado de esa culpa. Por esa razón “el Espíritu Santo sabe que la salvación es escapar de la culpabilidad” (T.14.III.13:4). Si en mi mente no hubiera culpa, no vería culpa en el mundo, porque toda la culpa que veo es la proyección de la mía propia. Cuando hoy vea a alguien culpable, cuando lo juzgue, que me recuerde a mí mismo: “Nunca odias a tu hermano por sus pecados, sino únicamente por los tuyos” (T.31.III.1:5). El problema que veo no está ahí fuera, en el mundo, sino dentro de mi propia mente. Que me vuelva entonces al Espíritu Santo y pida Su ayuda para eliminar la culpa de mi mente, para que ya no pueda impedir mi percepción del mundo real. Que hoy, y todos los días, mi objetivo sea “Una mente que está en paz consigo misma”. De esa mente, libre de culpa, la visión del mundo real surgirá de manera natural, sin ningún esfuerzo, pues estaré viendo con claridad por primera vez.





















Lección 365 Tu llegada al hogar es segura.

  Te entrego este instante santo. Sé Tú Quien dirige, pues quiero únicamente seguirte, seguro de que Tu dirección me brindará paz. Y si nece...