domingo, 29 de diciembre de 2024

Lección 365 Tu llegada al hogar es segura.

 



Te entrego este instante santo.
Sé Tú Quien dirige, pues quiero únicamente seguirte,
seguro de que Tu dirección me brindará paz.

Y si necesito una palabra de aliento, Él me la dará.
Si necesito un pensamiento, Él me lo dará también.
Y si lo que necesito es quietud y una mente receptiva y serena, ésos serán los regalos que de Él recibiré.
Él está a cargo a petición mía.
Y me oirá y contestará porque Él habla en Nombre de Dios mi Padre y de Su santo Hijo.




Comentario:

¡La última lección del año! Pero ciertamente no, espero, nuestro último instante santo. Al acercarse el Nuevo Año, me encuentro pensando en esta lección como “Te entrego este año santo”. ¡Ah, lo siento resonar dentro de mí, descubriendo un sonido que se hace eco de un profundo y eterno anhelo!

Como dije ayer, el Epílogo habla de que nuestro viaje continúa después del estudio formal del Libro de Ejercicios, continuando con el Espíritu Santo como Guía a través de lo que todavía puede ser un largo viaje. El segundo punto en el que el Epílogo insiste mucho es que el final del viaje es seguro.

“Tu llegada al hogar es tan segura como la trayectoria que ha sido trazada para el sol antes de que despunte el alba, después del ocaso y en las horas de luminosidad parcial que transcurren entremedias. De hecho, tu camino es todavía más seguro”. (Ep.2:1-2)

Podemos caminar con Él, tan seguros de nuestro destino como lo está Él; tan seguros de cómo debemos proceder como lo está Él; tan seguros de la meta y de que al final la alcanzaremos como lo está Él (4:6). Pienso que a menudo mis sentimientos de “¿Cuánto tiempo más va a durar esto?” son realmente el miedo suprimido de “¿Voy a llegar alguna vez al Hogar?” Convertimos la duración del tiempo en un testigo de la idea de que nunca lo lograremos. Si realmente supiera que mi llegada al hogar es tan segura como la trayectoria que ha sido trazada para el sol, y todavía más segura, podría viajar “ligero de equipaje y sin contratiempos” (T.13.VII.13:4) sin que me importara cuánto dure.

Pienso que la actitud que el Curso nos anima a tener es:

1) Aferrarnos y mantener esta seguridad de que la llegada al Hogar es segura.

2) Y al mismo tiempo despreocuparnos de cuánto tiempo vaya a durar.

El Texto nos dice que cuánto tiempo es sólo una pregunta acerca del tiempo, y el tiempo es sólo una ilusión. Nos pide que no estemos inquietos ni preocupados, y señala que estar inquieto y preocupado en el viaje a la paz no tiene ningún sentido.

“El final es seguro, y los medios también. A esto decimos "Amén"”. (Ep.5:1-2)

Yo también digo “Amén”. “Sí, así sea, y así es”. ¿Por qué es tan seguro el final? Porque tenemos al Espíritu Santo con nosotros. “Y Él hablará por Dios y por tu Ser, asegurándose así de que el infierno no te reclame, y de que cada decisión que tomes te acerque aún más al Cielo” (5:4). Él es la garantía. Su Presencia hace que el final sea seguro. Y Él está seguro porque sabe que el final depende de nosotros, y no hay nada más seguro que el Hijo de Dios.

“Nos dirigimos a nuestro hogar a través de una puerta que Dios ha mantenido abierta para darnos la bienvenida”. (Ep.5:7)

¡Ah, qué escena más hermosa! A mi librito “El Viaje al Hogar” podría haberle llamado por ese nombre

“Al Hogar a través de una Puerta Abierta”.

“Los ángeles de Dios revolotean a tu alrededor, muy cerca de ti. Su Amor te rodea, y de esto puedes estar seguro: yo nunca te dejaré desamparado”. (Ep.6:7-8)

¿Qué más necesitamos? El Espíritu Santo está en nosotros. Los ángeles de Dios revolotean a nuestro alrededor. El Amor de Dios nos rodea y Jesús nos promete que Él nunca nos dejará sin consuelo ni nos abandonará.

¿Puedes sentirlo ahora que el año llega a su fin? ¿Puedes cerrar los ojos un momento y sentirles a tu alrededor? ¿Puedes darte cuenta de la santidad de este instante, el nacimiento de Cristo en ti que se extiende al mundo para cambiarlo con Su luz? Ellos están aquí, y Ellos están observando, y como Jesús dice a menudo en el Curso: Ellos te dan las gracias por estar dispuesto a abrirte a la Luz. Entonces, al acabar el año, démosles gracias a Ellos por darnos esta Luz a nosotros.

sábado, 28 de diciembre de 2024

Lección 364 "Tu amigo te acompaña, no estás solo"

 



Te entrego este instante santo.
Sé Tú Quien dirige, pues quiero únicamente seguirte,
seguro de que Tu dirección me brindará paz.

Y si necesito una palabra de aliento, Él me la dará.
Si necesito un pensamiento, Él me lo dará también.
Y si lo que necesito es quietud y una mente receptiva y serena, ésos serán los regalos que de Él recibiré.
Él está a cargo a petición mía.
Y me oirá y contestará porque Él habla en Nombre de Dios mi Padre y de Su santo Hijo.



Comentario:

Sugiero que en estos dos últimos días de este año leas la lección y luego el Epílogo que hay detrás. Compartiré algunos comentarios sobre el Epílogo durante estos dos días, sin embargo, tu práctica debe ser con la última lección.

El Epílogo se hace eco de dos temas de la última lección: Seguir al Espíritu Santo como tu Maestro y Amigo en el camino, y la seguridad de alcanzar con éxito el final del camino.

“Tu Amigo te acompaña. No estás solo”. (Ep.1:2-3)

“Tu llegada al hogar es tan segura como la trayectoria que ha sido trazada para el sol antes de que despunte el alba… De hecho, tu camino es todavía más seguro”. (Ep.2:1-2)

Hoy voy a tratar el tema de seguir, y mañana la seguridad de llegar al hogar.

El Epílogo deja muy claro que aunque hayamos completado el Libro de Ejercicios y hayamos logrado el propósito que establece para nosotros, habiendo desarrollado la costumbre diaria de darle la dirección de nuestra vida al Espíritu Santo, sólo hemos empezado nuestro viaje y queda mucho trecho todavía. El camino por delante puede ser largo. Habrá dificultades a lo largo del camino. ¿Por qué haría Jesús hincapié en la seguridad del final si no creyéramos que hay razón para dudar?

Se nos dice que este curso es un comienzo, no un final (1:1). Podemos esperar problemas (1:5) y dudas (1:7). Todavía tendremos lecciones aunque no las “lecciones específicas” del Libro de Ejercicios (3:1). Se necesitarán “esfuerzos” (3:3). Habrá momentos en que sentiremos dificultad, o dolor que pensaremos que es real (4:1). Aún estamos en el camino al Cielo, pero todavía no estamos allí (5:4). Necesitamos dirección (5:5), así que debe haber obstáculos o a veces el camino no parece claro. Todavía estamos en el camino que nos lleva a nuestro hogar (5:7). “Continuaremos recorriendo Su camino” (6:2). Jesús dice que nunca nos dejará sin consuelo, así que el consuelo seguirá siendo necesario (6:8).

Estoy señalando todo lo que nos indica que nos queda una parte muy importante de nuestro viaje todavía por delante, ya que con facilidad solemos pensar de otro modo, y nos volvemos impacientes y queremos que termine el viaje. Los puntos positivos de este Epílogo están planeados para eliminar el desánimo que puede entrarnos cuando nos damos cuenta de que todavía nos queda un largo recorrido.

Primero, tenemos un Amigo Que va con nosotros. “¡Un Amigo!” ¿Me ha enseñado eso mi experiencia con el Libro de Ejercicios? El Espíritu Santo es mi Amigo. (Tal vez para algunos de nosotros ese Amigo es Jesús). ¿Ha sido mi relación con Él suficiente para desarrollar mi confianza en Él? “hablándoos diariamente de vuestro Padre, de vuestro hermano y de vuestro Ser” (4:4). Se nos dan promesas maravillosas de Su dulzura y Su deseo de ayudarnos. No podemos invocarle en vano. Él tiene la respuesta a cualquier cosa que Le preguntemos o pidamos, y no nos las negará. Todo lo que tenemos que hacer es pedir. Él nos habla de “lo que realmente quieres y necesitas” (2:4).

“Él dirigirá tus esfuerzos, diciéndote exactamente lo que debes hacer, cómo dirigir tu mente y cuándo debes venir a Él en silencio, pidiendo Su dirección infalible y Su Palabra certera”. (Ep.3:3)

No necesitamos preocuparnos por la duración o la dificultad de nuestro viaje. Tenemos un Guía. El Libro de Ejercicios no es nuestro viaje, es un campo de entrenamiento que nos prepara para nuestro viaje, que nos presenta a nuestro Guía y que nos enseña a confiar en Él. Al hacer el Libro de Ejercicios hemos aprendido lo merecedor de nuestra confianza y lo sabio que es; ahora estamos listos para empezar el viaje, caminando con Él con la confianza de que Él sabe cómo llevarnos al Hogar.


Lección 363 Se Tú Quien dirige, pues quiero seguirte.

 


Te entrego este instante santo.
Sé Tú Quien dirige, pues quiero únicamente seguirte,
seguro de que Tu dirección me brindará paz.

Y si necesito una palabra de aliento, Él me la dará.
Si necesito un pensamiento, Él me lo dará también.
Y si lo que necesito es quietud y una mente receptiva y serena, ésos serán los regalos que de Él recibiré.
Él está a cargo a petición mía.
Y me oirá y contestará porque Él habla en Nombre de Dios mi Padre y de Su santo Hijo.




Comentario:

Una vez más repetimos esta lección del “instante santo”. Parece como si el autor nos dijera: “Habiendo recibido todos los pensamientos que te he dado, no te queda nada más por hacer excepto poner tu vida en manos del Espíritu Santo”. Helen Schucman, que algo después de haber completado el Curso escribió las primeras partes del Prefacio al Curso (la sección del Prefacio “¿Qué Postula?” la tomó del mismo dictado interno que el resto de los libros), dijo allí:

“El Curso no afirma ser de por sí el final del aprendizaje, ni es el propósito de las lecciones del Libro de Ejercicios llevar a término el aprendizaje del estudiante. Al final se deja al lector en manos de su propio Maestro Interno, Quien dirigirá el resto del aprendizaje a Su criterio”. (Prefacio, página xii)

Eso es exactamente lo que estas cinco lecciones finales están reforzando, dejarnos en las manos del Espíritu Santo para que recibamos más instrucción.

El Libro de Ejercicios es una base, destinada a prepararnos para la instrucción del Espíritu Santo que viene después. Sirve como una especie de muleta mientras estamos demasiado débiles para mantenernos de pie. A veces me gusta pensar que el Libro de Ejercicios es como una especie de “rueditas de aprendizaje” para andar en nuestra bicicleta espiritual. Las ruedas están ahí para evitar que se caiga el niño que está aprendiendo a montar. Cuando aprende a mantener el equilibrio, las ruedas ya no son necesarias, y el niño va aprendiendo a andar en la bicicleta cada vez mejor, tal vez aprendiendo a hacer cabriolas, a andar sin manos, o incluso a hacer maniobras para evitar caerse al suelo. El aprendizaje no se ha terminado cuando acabamos el Libro de Ejercicios, todavía queda mucho que aprender.

El entrenamiento del Curso es un entrenamiento mental. El Libro de Ejercicios ofrece “rueditas de aprendizaje” mental: la estructura de los pensamientos diarios y los ejercicios de práctica que sugiere. Su propósito es iniciarnos en la forma de práctica espiritual del Curso, que consiste en comunicarnos mentalmente con Dios, mañana, noche y en cada momento a lo largo del día. Sus palabras nos dan algo a lo que agarrarnos mientras vamos formando esta nueva costumbre. Al principio está muy estructurado, y la estructura se vuelve bastante rígida. Con el paso del tiempo se vuelve más sencillo, suponiendo que hemos empezado a reforzar la costumbre que está intentando enseñarnos. Aquí, en las Lecciones Finales, la estructura está a punto de terminar, se están quitando las “rueditas de aprendizaje”. Se nos deja en manos del Espíritu Santo completamente, sin libro que nos guíe.

Tal vez alguno se sienta lo bastante motivado para aplicarse con dedicación durante todo el primer año que hacen el Libro de Ejercicios, siguiendo sus instrucciones cada día (o intentándolo). Ciertamente si alguien lo hiciera así, un solo año bastaría para establecer la costumbre de comunicarse espiritualmente con Dios. Sin embargo, para la mayoría de nosotros una sola vez no es suficiente.

Tengo que confesar en este escrito que este próximo año será la novena vez que hago el Libro de Ejercicios. Completar la primera vez me costó tres años. Desde entonces cada vez lo he hecho en un año, excepto un año que decidí que quería hacer algo diferente por un tiempo. Soy un alumno lento, al acabar este año todavía no he establecido las costumbres que el Libro de Ejercicios está intentando enseñarnos. Cada año lo hago mucho mejor, pero todavía es muy raro el día que recuerdo practicar la lección cada hora, mucho menos acordarme de ella brevemente cinco o seis veces cada hora, y en eso consiste nuestra práctica cuando llevamos varios meses con el libro. Por eso lo estoy haciendo de nuevo, no sólo para compartir los comentarios diarios con vosotros, compañeros, sino porque todavía me queda mucho que aprender.

Aunque no pienso que puedo hacer esta lección tal como se pretende, dejando el Libro de Ejercicios para continuar mi instrucción privada con el Espíritu Santo, aún puedo hacerla cada momento de práctica y de recordatorio durante el día. “Te entrego este instante santo”. Cada instante puede ser un instante santo. Intentemos recordarlo hoy tan a menudo como podamos. Cada vez que lo hagamos, recordemos entregarle el instante al Espíritu Santo para que Él lo haga santo. O más bien, vamos a entregárselo a Él para Sus propósitos en reconocimiento de que es santo.

Tal como la Introducción a esta lección hacía hincapié: La meta que se nos ha asignado es la de perdonar al mundo. Ésa es la función que Dios nos ha encomendado. (L.Fl.In.3:2-3)

Ése es el propósito del Espíritu Santo, y cada instante que se Le entrega lo usa para ese propósito: perdonar al mundo. “Nuestra función es recordarlo a Él aquí en la tierra” (L.Fl.In.4:1). Le recordamos al perdonar: “Pues todo aquello que perdonamos es parte de Dios Mismo” (L.Fl.In.3:5). Nuestros hermanos son nuestros salvadores, al perdonarles, recordamos a Dios.










jueves, 26 de diciembre de 2024

Lección 362 Te entrego este instante santo.

 



Te entrego este instante santo.
Sé Tú Quien dirige, pues quiero únicamente seguirte,
seguro de que Tu dirección me brindará paz.

Y si necesito una palabra de aliento, Él me la dará.
Si necesito un pensamiento, Él me lo dará también.
Y si lo que necesito es quietud y una mente receptiva y serena, ésos serán los regalos que de Él recibiré.
Él está a cargo a petición mía.
Y me oirá y contestará porque Él habla en Nombre de Dios mi Padre y de Su santo Hijo.


Comentario:

El Libro de Ejercicios nos lleva a este momento: “… de aquí en adelante Le entregamos también nuestras vidas” (L.FL.In.1:4). Si la idea de entregarle tu vida a Dios no te parece atrayente, piensa en la alternativa: “Pues no queremos volver a creer en el pecado, que fue lo que hizo que el mundo pareciese un lugar feo e inseguro, hostil y destructor, peligroso desde cualquier punto de vista, y traicionero más allá de cualquier esperanza de poder tener confianza o de escapar del dolor” (L.FL.In.1:5).

La idea de que queremos algo distinto a Dios es lo que organizó todo este tinglado. No existe nada distinto a Dios. La “creencia en el pecado” que se menciona no es nada más que nuestra creencia de que hemos conseguido hacer algo separado de Dios. Realmente no queremos esto, aunque hemos creído que lo queríamos. Esta creencia es la fuente de todo nuestro dolor así que, en lugar de eso, entreguemos nuestra vida a la Fuente de toda dicha. Entreguémosle nuestra vida para que Su Voz, el Espíritu Santo, la dirija.

Pongamos este instante santo y cada instante en Sus manos.

El suyo es el único camino para hallar la paz que Dios nos ha dado. Su camino es el que todo el mundo tiene que recorrer al final, pues éste es el final que Dios Mismo dispuso. (L.FL.In.2:1-2)

No dejes que esas palabras “el único camino” te asusten. Esto no quiere decir que Un Curso de Milagros sea el único camino a Dios, lo que quiere decir es que el camino del perdón, la verdad de que todos somos inocentes para Dios, es el único camino, sea cual sea la forma que tome. Dios nos creó a todos para ser Su expresión y, al final, Su Voluntad se hará. Como dice en la Introducción al Texto, no tenemos elección en cuanto al contenido del programa de estudios, sólo en cuándo queremos aprenderlo.

En el sueño del tiempo este final parece ser algo muy remoto. Sin embargo, en verdad ya está aquí, como un amable guía que nos indica qué camino tomar. (L.FL.In.2:3-4)

Robert, en nuestro boletín informativo, escribió un artículo sobre el tema: “¿Cuánto tiempo queda hasta que salgamos de aquí?” o en otras palabras “¿Cuánto tiempo queda hasta que lleguemos al final del viaje?” El Curso está lleno de aparentes contradicciones como la siguiente: La verdad ya está aquí y sin embargo, en el tiempo, parece estar muy, muy lejos. Las dos son ciertas, cada una dentro de su contexto adecuado. Un sueño que dura sólo unos segundos puede parecer que dura años, dentro del sueño. ¿No es posible que un sueño que dura tan sólo un “brevísimo lapso de tiempo” (T.26.V.3:5) pueda parecer que dura billones de años? Dentro del sueño del tiempo, nuestro viaje al Hogar parece que dura muchísimo tiempo. En realidad ya se acabó, y el poder de su final está presente ahora, guiándonos a través del sueño.

Así que, ¿Qué deberíamos hacer? ¿Cómo deberíamos vivir? ¿Deberíamos decir: “Ya se terminó todo”, tranquilizarnos y relajarnos? No, para nosotros el sueño todavía nos parece real. Por lo tanto:

“Marchemos juntos por el camino que la verdad nos señala. Y seamos los líderes de los muchos hermanos que andan en busca del camino, pero que no lo encuentran”. (L.FL.In.2:5-6)

En su artículo, Robert llega a la conclusión de que “¿cuánto tiempo?” es una pregunta que no tiene importancia, y que deberíamos estar contentos tanto si vamos al Hogar mañana o en el año 10.000. Nuestra función es ser la luz del mundo mientras estemos en él. Tenemos que llevar al Hogar a todos nuestros hermanos que todavía están perdidos, que todavía andan a tientas en la oscuridad. Tenemos que perdonar al mundo, llevarles a todos el mensaje de la inocencia, extender a todo el mundo la paz y el amor que hemos encontrado.

Esto es lo que hacemos cuando decimos: “pues quiero simplemente seguirte, seguro de que Tu dirección me brindará paz”. ¿Qué dirección? La dirección del perdón, la dirección de perdonar al mundo. Ésa es la dirección que “me brindará paz”. Cumplir nuestra tarea de perdonar al mundo se convierte en el contenido de nuestros días. Cuando hayamos aceptado que ésta es la única función que queremos llevar a cabo, el Espíritu Santo arreglará todo por nosotros, nos dará todo lo que necesitemos para el camino.

martes, 24 de diciembre de 2024

Lección 360 Que la Paz sea conmigo, así como con el mundo.

 


Que la paz sea conmigo, el santo Hijo de Dios.

Que la paz sea con mi hermano, que es uno conmigo.

Y que por medio de nosotros el mundo sea bendecido con paz.


1. Padre, Tu Paz es lo que quiero dar al haberla recibido de Ti. 2 Soy Tu Hijo, eternamente tal como me creaste, pues los Grandes Rayos permanecen en mí por siempre serenos e imperturbables. 3 Quiero llegar a Ellos en silencio y con certeza, pues no hay ningún otro lugar donde ésta se pueda hallar. 4 Que la paz sea conmigo y con el mundo entero. 5 En la santidad fuimos creados y en la santidad permanecemos. 6 En Tu Hijo, al igual que en Ti, no hay mancha alguna de pecado. 7 Y con este pensamiento decimos felizmente “Amén”.



Comentario:

A efectos prácticos, ésta es la última lección “normal” del Libro de Ejercicios. Los últimos cinco días del año se dedican a una sola lección, que nos da una idea de cómo puede pasar cada día un alumno “graduado” (por decirlo de algún modo) en el Curso. Esta última lección resume y termina la práctica del Libro de Ejercicios.

“Que la paz sea conmigo, el santo Hijo de Dios. Que la paz sea con mi hermano, que es uno conmigo. Y que a través nuestro, el mundo sea bendecido con paz”. Éste es un modo de resumir de qué trata el Curso: encontrar la paz dentro de nosotros, compartir esa paz con otro, y juntos compartirla con todo el mundo. Lo fundamental es encontrarla dentro de nosotros. Compartirla con otro confirma que está dentro de nosotros, en la relación aprendemos a extender esa paz. Habiendo aprendido a compartirla juntos, entonces extendemos la paz a todo el mundo.

“Padre, Tu paz es lo que quiero dar, al haberla recibido de Ti”. (1:1)

La paz que recibimos y que damos es la paz de Dios. Es la paz que procede de saber que somos la creación de Dios: “En la santidad fuimos creados y en la santidad seguimos” (1:5). “Yo soy Tu Hijo, eternamente como Tú me creaste, pues los Grandes Rayos permanecen en mí por siempre serenos e imperturbables” (1:2). No se ha perdido nada de lo que Dios me dio en mi creación. Eternamente en paz, Dios se extendió a Sí Mismo para crearme, y Su paz se extendió dentro de mí y me incluyó en Su quietud. Esa quietud existe siempre. Hay un lugar dentro de ti, dentro de mí, dentro de todos, que está en perfecta paz siempre. Podemos encontrar esa paz en cualquier momento que decidamos hacerlo. Para encontrarla todo lo que tenemos que hacer es permanecer muy quietos, quitar nuestra interferencia. La paz está ahí siempre.

“Quiero llegar a ellos en silencio y con certeza, pues en ninguna otra parte se puede hallar certeza. Que la paz sea conmigo, así como con el mundo”. (1:3-4)

Esta mañana, cierra los ojos durante un momento, lo que sea necesario. Deja que los pensamientos que han estado ocupando tu mente se alejen flotando, indiferente a ellos. No intentes alejarlos, no te aferres a ellos. Únicamente deja que se vayan, e intenta hacerte consciente de ese lugar dentro de ti que está en paz siempre. No te esfuerces en encontrarlo, deja que él te encuentre. Únicamente permanece muy quieto. Ábrete a la paz, y aparecerá, porque está ahí siempre. Siéntate en silencio. Si un ruido te llama la atención, no dejes que tu mente se quede “enganchada” en él. Tu único propósito es estar muy quieto y en silencio. Ahora tu único propósito es decir: “Que la paz sea conmigo”.

Y cuando sientas esa paz, o cuando esa paz te toque, por muy brevemente que sea, añade: “Que la paz sea con todo el mundo”. Con dulzura deséales esa paz a todos tus hermanos. Para eso es para lo que estamos aquí. Eso es todo lo que realmente hay que hacer. Será suficiente.

“En Tu Hijo, al igual que en Ti, no hay mancha alguna de pecado. Y con este pensamiento decimos felizmente ''Amén''”. (1:6-7)

El pensamiento de perfecta inocencia pone fin al Curso: ésa es su meta.

“El contenido del curso, no obstante, nunca varía. Su tema central es siempre: "El Hijo de Dios es inocente, y en su inocencia radica su salvación"”. (M.1.3:4-5)

Cuando haya aceptado mi propia inocencia, y haya extendido ese pensamiento para que incluya al mundo entero, la salvación se habrá conseguido. Hacer esto es perdonar completamente todas las cosas. La inocencia y la paz van siempre juntas. Sólo los inocentes pueden estar en paz, sólo los pacíficos son inocentes. El mensaje del Curso es de inocencia total. Todos somos inocentes, y nadie tiene que ser condenado para que otro sea libre.




¿Qué soy? (Parte 10)

L.pII.14.5:3-5

Nuestra función aquí es traerle “buenas nuevas al Hijo de Dios que pensó que sufría” (5:3). El Hijo de Dios que pensó que sufría eres tú, soy yo, y todos los que entran en tu vida. ¡Qué anuncio más maravilloso! Anunciar, como dijo el profeta Isaías en el Antiguo Testamento:

“… a anunciar la buena nueva a los pobres me ha enviado, a vendar los corazones rotos, a pregonar a los cautivos la liberación, y a los reclusos la libertad… para consolar a todos los que lloran, para darles belleza en vez de ceniza, aceite de gozo en vez de vestido de luto, alabanza en vez de espíritu abatido”, (Isaías 61:1-3)

En los Evangelios se dice que esta temporada de Navidad es un tiempo de “una gran alegría… para todo el pueblo” (Lucas 2:10). En el Curso tenemos la continuación a ese mensaje, y nosotros somos sus mensajeros. Podemos anunciar: “Ahora (el Hijo de Dios) ha sido redimido” (5:4). El camino para encontrar nuestro hogar está abierto para cada uno de nosotros, para conocer primero nuestro perdón perfecto, y luego la inmensidad del Amor de Dios.

“Y al ver las puertas del Cielo abiertas ante él, entrará y desaparecerá en el Corazón de Dios”. (5:5)

Cuando esta “buena nueva” sea recibida por todos, todos cruzaremos las puertas del Cielo, símbolo de entrar en la consciencia de la perfecta Unidad. En esa Unidad desapareceremos en el Corazón de Dios. Esa palabra “desaparecer” no significa que dejemos de existir, o que seremos absorbidos y eliminados en la absorción. Significa únicamente que toda sensación de separación y de diferencias habrán desaparecido, junto con el deseo de ellas. Desapareceremos en la Unidad, pero estaremos en esa Unidad, profundamente unidos a ella y parte de ella, llevando a cabo nuestra función gozosamente, resplandeciendo para siempre en la gloria eterna de Dios.

























lunes, 16 de diciembre de 2024

Lección 352 Los Juicios son lo opuesto al Amor.

 



Los juicios son lo opuesto al amor.

De los juicios procede todo el dolor del mundo.

Y del amor, la Paz de Dios.


1. El perdón ve sólo la impecabilidad y no juzga. 2 Ésta es la manera de llegar a Ti. 3 Los juicios me vendan los ojos y me ciegan. 4 El amor, que aquí se refleja en forma de perdón, me recuerda, por otra parte, que me has proporcionado un camino para volver a encontrar Tu Paz. 5 Soy redimido cuando elijo seguir ese camino. 6 No me has dejado desamparado. 7 Dentro de mí yace Tu recuerdo, así como Uno que me lleva hasta él. 8 Padre, hoy quiero oír Tu Voz y encontrar Tu Paz. 9 Pues quiero amar mi propia Identidad y hallar en Ella el recuerdo de Ti.



Comentario:

En la Introducción al Texto, Jesús dice: “Lo opuesto al amor es el miedo, pero aquello que todo lo abarca no puede tener opuestos” (T.In.1:8). Aquí nos dice que lo opuesto al amor es el juicio. Si relajas la mente y dejas que haga asociaciones libres, fácilmente verás que juicio y miedo son lo mismo. Si juzgo algo como malo, peligroso o diabólico, tendré miedo de ello. Si temo algo, lo juzgaré como malo. En “Las Dos Emociones” (T.13.V), está claro que tanto el amor como el miedo son “una manera diferente de ver las cosas” y que “de sus correspondientes perspectivas emanan dos mundos distintos” (T.13.V.10:3). El mismo pensamiento se expresa aquí acerca del juicio y del amor. Y en las secciones del Capítulo 13 está muy claro al renunciar al pasado, se nos pide que renunciemos a los juicios. Los mismos pensamientos se encuentran en ese capítulo y en esta lección.

Pienso que en esta lección, el Espíritu Santo está viendo dos actitudes o dos actividades en lugar de dos emociones. Lo importante es la actitud que tengo hacia otros, y como me extiendo a mí mismo a ellos. ¿Amo o juzgo? En lugar de cómo me afecta la otra persona, que es en lo que se centra la Sección “Las Dos Emociones”, aquí lo importante es qué efecto tengo yo en la otra persona. La diferencia está en la dirección del flujo de energía, aquí se considera que la dirección es de mí hacia la otra persona.

De los juicios procede todo el dolor del mundo (Título de la lección, segunda frase), no es de extrañar que el Curso nos pida que abandonemos los juicios. Amar es no juzgar, juzgar es no amar. El amor nos trae paz (Título de la lección, final de la segunda frase), juzgar sólo nos trae dolor. ¿Cómo se encuentra la paz? Dando amor.

“El perdón ve sólo impecabilidad, y no juzga. Ésta es la manera de llegar á Ti”. (1:1-2)

Perdonar significa no juzgar, ¿Cómo puedes juzgar y perdonar al mismo tiempo? El perdón sólo ve inocencia, porque la inocencia es lo que somos (ver L.pII.14.1:6). Y por medio del perdón nos acercamos a Dios.

“Los juicios me vendan los ojos y me ciegan. El amor, que aquí se refleja en forma de perdón, me recuerda, por otra parte, que Tú me has proporcionado un camino para volver a encontrar Tu paz”. (1:3-4)

El Curso expone repetidas veces lo que se dice aquí con la frase: “El amor, que aquí se refleja en forma de perdón”. El amor puro es imposible en este mundo. “No hay amor en este mundo que esté exento de esta ambivalencia” (T.4.III.4:6). En este mundo lo que más se acerca al amor es el perdón. Por eso la diferencia aquí está verdaderamente entre el juicio y el perdón. Al elegir perdonar a mis hermanos en lugar de juzgarlos, encuentro mi propia paz de nuevo, la paz de Dios.

No es que perdamos la paz mediante el juicio, sino que el juicio nos ciega a la verdad. El Amor, que es perfecto únicamente en el Cielo, aquí se refleja perfectamente a través del perdón. Hay un modo de escaparnos de la ceguera, y es el perdón. El perdón afirma la irrealidad de nuestra percepción (interpretación) de pecado en todos y cada uno.

“Soy redimido cuando elijo seguir ese camino. Tú no me has dejado desamparado. Dentro de mí yace Tu recuerdo, así como Uno que me conduce hasta él”. (1:5-7)

Estábamos perdidos, “vendidos” como esclavos por nuestra propia mano. Pero Dios no nos abandonó. Él nos dio dos cosas. Es interesante darse cuenta de la distinción aquí. Él nos dio (1) el recuerdo de Dios en nuestra mente, y (2) el Espíritu Santo que nos lleva a descubrir ese recuerdo. He oído a muchas personas decir que el Espíritu Santo es el recuerdo de Dios dentro de nosotros, no es así como aparece aquí. El recuerdo de Dios es algo que es verdaderamente mío, parte de mí, mi propia mente recta recuerda a Dios. El Espíritu Santo es el Guía que me lleva a descubrir de nuevo el tesoro escondido dentro de mi Ser.

“Padre, hoy quiero oír Tu Voz y encontrar Tu paz. Pues quiero amar mi propia Identidad y encontrar en Ella el recuerdo de Ti”. (1:8-9)

El recuerdo de Dios está en mi propia Identidad. Al recordar mi Ser, recuerdo a Dios. Que Su Voz me lleve a ese recuerdo, mientras me siento en silencio con Él hoy. Tengo una Ayuda muy poderosa. Y donde esa Ayuda me lleva es al punto de amar mi propia Identidad. No puedo amar lo que soy si no amo (si no perdono) a todo el mundo. Eso es así porque Lo Que soy es lo mismo que Lo Que todos son, todos somos el Hijo de Dios, el Cristo. Si juzgo a otros, me estoy juzgando a mí mismo, porque soy lo mismo que ellos.




¿Qué soy? (Parte 2)

L.pII.14.1:4-6


“Soy el santo hogar de Dios Mismo”. (1:4)

¡Caray! Dicho así, eso me impacta más que decir: “Dios está en mí”. Soy el hogar de Dios. Hogar no es sólo un lugar donde Dios está a veces, es donde Él mora, donde Él elige estar, donde Él se siente a gusto, por así decir. En el Salmo 132:14, se dice que Dios dijo de Sión, o Jerusalén: “Aquí está mi reposo para siempre, aquí moraré pues lo he querido”. Ahora, nosotros somos Su hogar. Ahora, Él te habla a ti, y a mí, diciendo que somos Su descanso para siempre, que morará en nosotros pues así lo ha querido. Ésa fue Su intención para siempre cuando nos creó.

“Soy el Cielo donde Su Amor reside”. (1:5)

Puede que ingenuamente hayamos creído que Dios vive en el Cielo y no en nosotros. Aquí vemos que sí, Dios mora o reside en el Cielo, pero nosotros somos el Cielo. ¡Eso es alucinante! Te apuesto a que la mayor parte de tu vida has pensado que si fueras lo bastante bueno, o lo bastante santo, o si tuvieras suficiente fe, lograrías ir al Cielo. Lo siento, no irás. No puedes ir al Cielo porque tú eres el Cielo, donde el Amor de Dios reside.

“Soy Su santa Impecabilidad Misma, pues en mi pureza reside la Suya Propia”. (1:6)

¿Te has dado cuenta de que estas tres frases utilizan palabras acerca del lugar de residencia de Dios? “… el santo hogar… donde Su Amor reside… en mi pureza reside la Suya Propia”. ¡Dios no está simplemente de paso! No está de visita. Él vive aquí, en mí, en ti; éste es Su hogar. Él mora (permanece, se queda) aquí, en nosotros.

Tengo que confesar que todavía no puedo hacerme a la idea de que soy Su santa Impecabilidad Misma. “Impecabilidad” parece una idea bastante abstracta, me cuesta un poco entender cómo puedo ser la impecabilidad. La segunda parte de la frase me ayuda un poco: “… pues en mi pureza reside la Suya Propia”.

Puedo casi entenderlo mediante una semejanza. Un padre que dedica su tiempo y su energía a criar a su hijo, enseñándole todo lo que sabe, encuentra su propia felicidad y éxito en la felicidad y el éxito de ese hijo. “La felicidad de mi hijo es la mía propia. El éxito de mi hijo es el mío propio”. Pienso que se parece a eso. Dios se extendió a Sí Mismo como nosotros. Lo que somos es Su extensión. Nuestra pureza es la Suya, si nosotros no somos inocentes, tampoco lo es Él. Somos lo que Él es, extendido hacia fuera. Si no soy puro, Él no lo es, pues nuestra naturaleza es la Suya. Si somos lo que Él es, entonces es también verdad a la inversa: Él es lo que nosotros somos. Por lo tanto, “Soy Su santa Impecabilidad Misma”.













domingo, 15 de diciembre de 2024

Lección 351 14. ¿QUÉ SOY?

 



14. ¿Qué Soy?


1. Soy el Hijo de Dios, pleno, sano e íntegro, resplandeciente en el reflejo de Su Amor. 2 En mí Su Creación se santifica y se le garantiza vida eterna. 3 En mí el amor alcanza la perfección, el miedo es imposible y la dicha se establece sin opuestos. 4 Soy el santo hogar de Dios Mismo. 5 Soy el Cielo donde Su Amor reside. 6 Soy Su santa Impecabilidad Misma, pues en mi pureza reside la Suya Propia.

2. La necesidad de usar palabras está casi llegando a su fin. 2 Mas en los últimos días de este año que tú y yo juntos le ofrecimos a Dios, hemos descubierto que compartimos un solo propósito. 3 Y así, te uniste a mí, de modo que lo que yo soy tú lo eres también. 4 La verdad de lo que somos no es algo de lo que se pueda hablar o describir con palabras. 5 Podemos, sin embargo, darnos cuenta de la función que tenemos aquí, y usar palabras para hablar de ello así como para enseñarlo, si predicamos con el ejemplo.

3. Somos los portadores de la salvación. 2 Aceptamos nuestro papel como salvadores del mundo, el cual se redime mediante nuestro perdón conjunto. 3 Y al concederle el regalo de nuestro perdón, éste se nos concede a nosotros. 4 Vemos a todos como nuestros hermanos y percibimos todas las cosas como buenas y bondadosas. 5 No estamos interesados en ninguna función que se encuentre más allá del umbral del Cielo. 6 El Conocimiento volverá a aflorar en nosotros cuando hayamos desempeñado nuestro papel. 7 Lo único que nos concierne ahora es dar la bienvenida a la verdad.

4. Nuestros son los ojos a través de los cuales la visión de Cristo ve un mundo redimido de todo pensamiento de pecado. 2 Nuestros son los oídos que oyen la Voz que habla por Dios proclamar que el mundo es inocente. 3 Nuestras son las mentes que se unen conforme bendecimos al mundo. 4 Y desde la unión que hemos alcanzado, invitamos a todos nuestros hermanos a compartir nuestra paz y a sumarse a nuestra dicha.

5. Somos los santos mensajeros de Dios que hablan en Su Nombre, y que al llevar Su Palabra a todos aquellos a los que Él nos envía, aprendemos que está impresa en nuestros corazones. 2 Y de esa forma, nuestras mentes cambian con respecto al objetivo para el que vinimos y al que ahora procuramos servir. 3 Le traemos buenas nuevas al Hijo de Dios que pensó que sufría. 4 Ahora ha sido redimido. 5 Y al ver las puertas del Cielo abiertas ante él, entrará y desaparecerá en el Corazón de Dios.




351

Mi hermano impecable es mi guía a la paz.

Mi hermano pecador es mi guía al dolor.

Y el que decida ver será el que contemplaré.

1. ¿Quién es mi hermano sino Tu santo Hijo? 2 Mas si veo pecado en él proclamo que soy un pecador, en vez de un Hijo de Dios, y que me encuentro solo y sin amigos en un mundo aterrador. 3 Mas percibirme de esa manera es una decisión que yo mismo he tomado y puedo, por consiguiente, volverme atrás. 4 Puedo asimismo ver a mi hermano exento de pecado y como Tu santo Hijo. 5 Y si ésta es la alternativa por la que me decido, veré mi impecabilidad, a mi eterno Consolador y Amigo junto a mí, y el camino libre y despejado. 6 Decide, pues, por mí, Padre mío, a través de Aquel que habla por Ti. 7 Pues sólo Él juzga en Tu Nombre.


Comentario:

Una vez leí un artículo de Jon Mundy en la revista Sobre el Curso acerca de Bill Thetford (el hombre que pasó a máquina el Curso de las notas de Helen Schucman escritas en taquigrafía). En cierta ocasión Bill dijo que todo el Curso podía resumirse en una sola frase tomada del Curso: ¿Estás dispuesto a ver la inocencia de tu hermano? Jon relata la siguiente historia:

Judy Skutch Whitson cuenta una interesante historia acerca de Bill. En cierta ocasión Judy estaba sintiendo un ataque de ego monumental que estaba centrado en su amigo, el doctor Jerry Jampolsky. En un esfuerzo por encontrar paz mental, llamó a Bill Thetford y empezó a contarle todo lo que ella percibía como los errores de Jerry. Bill escuchó hasta que Judy se quedó sin aliento y entonces serenamente le dijo: “Ya sabes, Judy, que el Curso puede resumirse sólo en estas palabras: ¿Estás dispuesto a ver la inocencia de tu hermano?”

Judy gritó: “¡No!”. Él le contestó: “Vale, querida. Cuando lo estés, te sentirás mucho mejor”. Y él colgó el teléfono.

La percepción de mi hermano como pecador es una elección que yo estoy haciendo. No se basa en un hecho, no está causado por algo que mi hermano haya hecho, es simplemente la percepción que yo he elegido. Elegir ver a mi hermano como pecador me llevará siempre al dolor interno. Y cuando estamos dispuestos a ver a nuestro hermano como inocente, verdaderamente nos sentimos mucho mejor. El poder de la pregunta que hizo Bill (y que el Curso nos hace a todos nosotros) está en que muestra el hecho a menudo oculto de que estamos eligiendo esa percepción y que no queremos soltarla. Hasta que lo estemos, no hay nada que el Espíritu Santo pueda hacer por nosotros. Él no se opondrá a nuestra voluntad. El amor no se opone. Podemos quedarnos en el dolor de la falta de perdón todo el tiempo que queramos.

Pero cuando estamos dispuestos a soltarla, cuando reconocemos que estamos eligiendo cómo ver a nuestro hermano, cuando nos damos cuenta de que no nos gusta cómo nos sentimos cuando elegimos ver su pecado y cuando por fin estamos dispuestos a cambiar esa percepción, entonces podemos decir de corazón:

“Elige, pues, por mí, Padre mío, a través de Aquel que habla por Ti. Pues sólo Él juzga en Tu Nombre”. (1:6-7)



¿Qué soy? (Parte 1)

L.pII.14.1:1-3

Esta sección es una de las afirmaciones más poderosas del Curso acerca de su visión de nuestra verdadera naturaleza, de cómo se puede lograr dentro de este mundo del espacio y del tiempo, y de la función que procede naturalmente del hecho de lo que somos. El primer párrafo es una declaración enormemente poderosa, en primera persona, de nuestra Identidad real. A menudo descubro que leer algo así en voz alta, para mí mismo, me ayuda a poner toda mi atención en ello y a sentir lo que está diciendo. Otro efecto añadido es que, al hacer estas afirmaciones firmemente, diciéndolas como si realmente las creyese (aunque todavía no las crea), hace surgir en mi mente pensamientos que se oponen. Darse cuenta de esos pensamientos y escribirlos puede ser un ejercicio muy útil para descubrir las creencias ocultas del ego que están en mi mente, de modo que puedo reconocer su presencia y decidir que ya no las quiero.

Por ejemplo, en la primera frase leemos:

Soy el Hijo de Dios, pleno, sano e íntegro... (1:1). 

Descubro pensamientos que se oponen, tales como: “Todavía me falta mucho para estar completo, me queda mucho camino por recorrer”. “Estoy dividido, no íntegro”. Me gustaría estar sano ya, pero no lo estoy”. Éstas son lecciones que el ego me ha enseñado, y no son verdad. Puedo reconocer que estos pensamientos me están impidiendo aceptar el mensaje del Curso, y puedo elegir abandonarlos. Por ejemplo, podría decir: “Me siento incompleto y creo en mi incompleción, pero en realidad estoy completo. Quiero conocer mi propia compleción”.

“Soy el Hijo de Dios… resplandeciente en el reflejo de Su Amor”. (1:1)

La luz en mí es el reflejo de la Luz de Dios y del Amor de Dios. Extiendo luz, pero mi gloria es un reflejo, como la luz de la luna es un reflejo de la del sol y depende totalmente de éste. Es algo que procede de Dios y que se extiende a través de mí, pero que no procede de mí, y a menos que reconozca mi unión con mi Creador, oculto ese resplandor.

“En mí Su creación se santifica y Se le garantiza vida eterna”. (1:2)

Esto suena como lo que Jesús, en la tradición cristiana, dijo: “Yo soy el camino, la verdad y la vida”. Y ciertamente Jesús podría decir también estas palabras (“En mí Su creación se santifica y Se le garantiza vida eterna”). Pero, ¡nosotros también! Nosotros somos todo lo que Él era y es, eso es lo que Él nos dice en este Curso. La creación “se santifica” (se vuelve santa) en mí. Yo no necesito hacerme santo o volverme santo, soy una fuente (una fuente reflejada, pero una fuente) de santidad. Y lo que soy garantiza vida eterna para toda la creación, porque toda la creación es lo que yo soy. Soy el Hijo de Dios, el resplandor de Su Amor que se extiende hacia fuera y se convierte en lo que yo soy, eso es también lo que es toda la creación, la extensión de Su Amor. El hecho de que soy el Hijo de Dios, una extensión de Su Ser, como un rayo que se extiende desde el sol, garantiza la vida eterna porque lo que Dios es, es eterno, y si yo soy un efecto de Dios, Que es eterno, entonces yo también debo ser eterno, Su efecto para siempre.

“En mí el amor alcanza la perfección, el miedo es imposible y la dicha se establece sin opuestos”. (1:3)

Nos resulta difícil creer que el amor perfecto está en nosotros. “La razón de que tengas tan poca fe en ti mismo es que no estás dispuesto a aceptar el hecho de que dentro de ti se encuentra el amor perfecto” (T.15.VI.2:1). No es que sea difícil de creer, ¡es que no queremos creerlo! Nuestra identidad como ego depende de que esto no sea cierto. Si el perfecto Amor de Dios está en nosotros, entonces lo que somos procede de Dios y no de nosotros solos, que es lo que el ego quiere que creamos. Preferimos ser miedo a ser amor, porque nosotros inventamos el miedo. La verdad sigue siendo verdad, el amor perfecto está en nosotros, lo creamos o no, pensemos que lo queremos o no. Lo que creemos no cambia la creación de Dios.

El miedo es imposible en mí. Eso produce un montón de reacción negativa, ¿verdad? “Si el miedo es imposible, entonces ¿Qué demonios es esto que estoy sintiendo? ¿Qué es? El Curso respondería que lo que sentimos es una ilusión, algo que no existe, un producto de nuestra imaginación. Lo que es no significa nada. ¿Y si cuando tengo miedo me dijera a mí mismo: “Pienso que estoy sintiendo miedo, pero el miedo en mí es imposible”? ¿Y si me diera cuenta de que lo que pienso que estoy sintiendo no está en mí, sino que es una idea ilusoria de mí mismo que he confundido con lo que soy?

“Y la dicha se establece sin opuestos”. Ésa es mi realidad. Probablemente ahora no lo siento de ese modo. Incluso cuando siento la dicha, siempre hay un opuesto acechando en la sombra. Pero ese opuesto, ese miedo, esa oscura presencia, no es real. No hay nada de lo que tener miedo y, en realidad, no existe nada a lo que temer.





























Lección 365 Tu llegada al hogar es segura.

  Te entrego este instante santo. Sé Tú Quien dirige, pues quiero únicamente seguirte, seguro de que Tu dirección me brindará paz. Y si nece...