El ego forja ilusiones. La verdad desvanece sus sueños malvados con el brillo de su fulgor. La verdad nunca ataca. Sencillamente es. Y por medio de su presencia se retira a la mente de las fantasías, y así ésta despierta a lo real. El perdón invita a esta presencia a que entre, y a que ocupe el lugar que le corresponde en la mente. Sin el perdón, la mente se encuentra encadenada, creyendo en su propia futilidad. Mas con el perdón, la luz brilla a través del sueño de tinieblas, ofreciéndole esperanzas y proporcionándole los medios para que tome conciencia de la libertad que es su herencia.
Hoy no queremos volver a aprisionar al mundo. El miedo lo mantiene aprisionado. Mas Tu Amor nos ha proporcionado los medios para liberarlo. Padre, queremos liberarlo ahora. Pues cuando ofrecemos libertad se nos concede a nosotros. Y no queremos seguir presos cuando Tú nos ofreces la libertad. (UCDM-L.332)
Comentario:
El mundo está atado por mi miedo porque el mundo es mi pensamiento. Si mi mente elige el miedo, miraré hacia un mundo basado en el miedo, viendo el encarcelamiento a mi alrededor. Si elige el perdón, miraré hacia un mundo en el que todo el mundo es libre y sin ataduras. Puedo ver que la gente tiene la ilusión de estar encarcelada, pero ya no participaré en sus sueños sintiendo los efectos de su dolor. Mientras practicamos Un Curso de Milagros, no se nos pide que neguemos lo que sucede en el mundo, sino simplemente que no participemos en su sistema de pensamiento dándole poder sobre nuestras mentes. Para otros, podemos parecer que participamos en la ilusión, pero nuestras mentes permanecen en paz. Lo que gobierna nuestro comportamiento es la paz y el perdón, no el conflicto o el miedo.
El perdón no hace nada; simplemente es. El amor no hace nada; simplemente es. Cuando Jesús estuvo aquí, no hizo nada; simplemente lo hizo. Uno que está en el mundo real y parece estar aquí no hace nada, también, en el sentido de corregir activamente los errores del ego. El amor interior simplemente hace brillar los pensamientos equivocados en la mente del Hijo único de Dios.
La "mente" aquí es la persona que toma las decisiones reconociendo su error. Se había identificado con las fantasías, y ahora se da cuenta de que éstas no llevarán a la felicidad.
Cuando elegimos identificarnos con el ego, elegimos estar en el estado de encarcelamiento de pecado, culpa y miedo. Cuando corregimos nuestro error y elegimos el perdón, deshacemos el sistema de pensamiento del ego mirándolo sin juzgarlo. Se ha ido, entonces, el sueño oscuro en el que estamos encadenados a la culpa, su lugar ahora ocupado por la luz de la libertad que es nuestra verdadera herencia, no afectada por las fantasías del ego de rechazo y odio:
La paz es un patrimonio natural del espíritu. Cada uno es libre de negarse a aceptar su herencia, pero no es libre de establecer cuál es su herencia (T-3.VI.10:1-2).
Nos damos cuenta de que lo que une al mundo no es lo que sucede externamente, sino lo que hacemos realidad en nuestras mentes. Cambiamos nuestro estado de encarcelamiento cambiando a los maestros, y nuestro mundo cambia en consecuencia. Los enemigos se hacen amigos, y las puertas de la prisión aparentemente cerradas para siempre se abren de par en par mientras emergemos en alegre gratitud de los lazos de culpabilidad y odio. Pero no salimos solos, porque todos nuestros hermanos caminan con nosotros de la oscuridad a la luz, de la prisión a la libertad, y del miedo al amor.
El miedo y la falta de perdón están estrechamente relacionados. Según el Curso, nuestro miedo está basado en nuestra culpa. Nuestro miedo primario es al castigo porque creemos que hemos obrado mal. Nuestra creencia de que hemos pecado produce culpa, y esa culpa produce miedo. El miedo nos “aprisiona”. Es una emoción que paraliza. El perdón, que elimina la culpa, nos libera.
La creencia en el pecado es la ilusión en la que se basa el ego. Todo lo que el ego hace es ilusorio (1:1), y no real. La verdad, con su sola presencia, hace desaparecer las ilusiones del ego (1:2-5). Si existe la ilusión de un muro en frente de nosotros, conocer la verdad (en este caso, que no existe tal muro), nos permite “atravesar” el muro. No hay necesidad de destruir el muro derribándolo, simplemente lo hacemos desaparecer con la verdad.
La verdad acerca de nosotros es que somos inocentes. El perdón no destruye el pecado y la culpa. No tiene que hacerlo. Simplemente los hace desaparecer con la verdad. El perdón invita a la verdad a que entre en la mente “y a que ocupe el lugar que le corresponde en la mente” (1:6).
“Sin el perdón, la mente se encuentra encadenada, creyendo en su propia futilidad” (1:7). Cuando estoy afianzado en mi propia culpa, mi mente parece que no puede nada, incapaz de lograr nada en absoluto. No puedo creer en mi propio poder porque creo en mi debilidad. El poder que Dios me dio en mi creación parece que no existe. Parezco frágil, arrastrado por circunstancias que están más allá de mi control.
Cuando practico el perdón, me doy cuenta más rápidamente de la libertad y del poder de mi mente. Cuando me doy cuenta de que la imagen de pecado que estoy viendo en mi hermano es mi propia invención y que puedo elegir verle de manera diferente (que esto está dentro de mi poder, y que no depende de nada fuera de mí) estoy reclamando mi herencia como Hijo de Dios. Con mi perdón libero al mundo de culpa. ¡Tengo el poder de perdonar pecados! Tengo el poder de liberar al mundo de sus cadenas, y ese poder es el poder del perdón.
¿Qué es el ego? (Parte 2)
L.pII.12.1:3
“El ego es la "prueba" de que la fuerza es débil y el amor temible, la vida en realidad es la muerte y sólo lo que se opone a Dios es verdad”. (1:3)
Para encontrar su ilusoria independencia, el ego niega a Dios y todo lo relacionado con Dios. La fuerza de la inocencia, la ternura y el amor se consideran “débiles” y se evitan. En cambio, el ataque se considera fuerte. “Valerte por ti mismo” y ser “independiente” se consideran madurez y fuerza, mientras que la unión con otros y la dependencia de Dios se consideran debilidad. La imagen de un ego poderoso es la de un individuo solitario gritando desafiante a todo el universo. El ego no puede ver ni entender que este ser solitario, limitado y separado es el símbolo de la debilidad.
Al hablar de esta elección que hemos hecho (una elección que sólo podemos lograr en sueños, nunca en la realidad), el Curso dice:
“Aquí el Hijo de Dios no pide mucho, sino demasiado poco, pues está dispuesto a sacrificar la identidad que comparte con todo, a cambio de su propio miserable tesoro”. (T.26.VII.11:7-8)
Aprender a escuchar la Voz de Dios, en lugar de la del ego, significa mucho más que escuchar al pequeño ángel en nuestro hombro derecho en lugar del demonio en el izquierdo. Esa idea deja al “yo” que escucha tal como está, sigue siendo la misma identidad: un ser separado. Escuchar la Voz de Dios, en lugar de la del ego, significa abandonar completamente mi “propio miserable tesoro”, que es la idea que tengo de lo que soy como algo separado de Dios, y en lugar de ello afirmar mi “identidad que comparto con todo”.
“Estaba equivocado cuando pensaba que vivía separado de Dios, que era una entidad aparte que se movía por su cuenta, desvinculada y encasillada en un cuerpo. Ahora sé que mi vida es la de Dios, que no tengo otro hogar y que no existo aparte de Él. Él no tiene Pensamientos que no sean parte de mí, y yo no tengo ningún pensamiento que no sea de Él”. (L.223.1:1-3)
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