Nuestra gratitud no es por cualquier dolor que experimentemos este día, eso sería masoquismo. Agradecemos a nuestro Padre por Su Amor, el cual, a través de la Presencia del Espíritu Santo en nuestro sueño hiriente, nos recuerda que aún podemos elegir de nuevo. Nuestro sufrimiento es el efecto de la elección equivocada de la mente por un maestro, pero podemos cambiar la causa a la Causa que es la única que nos liberará de nuestra casa de prisión del dolor. El perdón es el medio del Espíritu Santo para liberarnos del infierno, porque refleja la Voluntad del Cielo, la única Fuente de gozo:
Cumplir perfectamente la Voluntad de Dios es el único gozo y paz que se puede conocer plenamente, porque es la única función que se puede experimentar plenamente (T-8.III.2:1).
Escoger la Voz del perdón en lugar de la voz de la culpa marca el fin del sufrimiento. No hay otra manera de recordar nuestro Ser sin dolor que reconocer que el fin del sufrimiento viene con el fin de la separación, expresado a través de no ver los intereses de otro como separados de los nuestros - la esencia del perdón.
El único propósito correcto de estar aquí es aprender que el sufrimiento viene de un deseo que a su vez da lugar a un pensamiento. Esto, entonces, da lugar a una experiencia proyectada.
Parece que es la percepción la que te enseña lo que ves. Sin embargo, lo único que hace es dar testimonio de lo que tú enseñaste. Es el cuadro externo de un deseo, la imagen de lo que tú querías que fuese verdad. (T.24-VII.8.8-10)
Si no estoy contento con mi sufrimiento, puedo volver a la persona que toma las decisiones en mi mente y decir: "Ya no deseo esto." Sin embargo, decir que ya no deseo este dolor debe significar también que ya no deseo su causa: la decisión de estar solo y separado del Amor de Dios. Así me permito gozosamente escuchar el juicio amoroso de Dios sobre mí, Su Hijo:
El tiempo se detiene a medida que la eternidad se aproxima, y el silencio envuelve al mundo para que todos puedan oír este juicio acerca del Hijo de Dios:
Santo eres, eterno, libre e íntegro, y te encuentras para siempre en paz en el Corazón de Dios. ¿Dónde está el mundo ahora? ¿Y dónde el pesar? (M.15.1.10)
Comentario:
A partir de la Lección 221 del Libro de Ejercicios, se pretende que las lecciones sean pequeñas introducciones a los instantes santos de experiencia directa de la verdad. Como dice la Introducción a la Segunda Parte del Libro de Ejercicios:
“Lo que nos proponemos ahora es que los ejercicios sean sólo un preámbulo. Pues aguardamos con serena expectación a nuestro Dios y Padre”. (L.pII.In.2:1-2)
“Diremos más bien algunas palabras sencillas a modo de bienvenida, y luego esperaremos que nuestro Padre Se revele a Sí Mismo, tal como ha prometido que lo hará”. (L.pII.In.3:3)
“Expresaremos las palabras de invitación que Su Voz sugiere y luego esperaremos a que Él venga a nosotros”. (L.pII.In..4:6)
Las “palabras de invitación” parecen referirse a las oraciones de cada lección (en cursiva). La idea es que leamos la lección y pensemos en ella un minuto o dos. Luego, repetimos la oración que invita a Dios a unirse a nosotros. Al trabajar con estas lecciones, he descubierto un beneficio que va en aumento cada vez más al poner mi atención en estas oraciones y hacerlas muy personales. Luego, esperamos, en silencio, hasta que seamos conscientes de la Presencia de Dios con nosotros. Ése es el propósito de los ejercicios.
“Hoy puedo liberarme de todo sufrimiento”. (Título de la lección)
Que me recuerde a mí mismo esto. Liberarme del sufrimiento es mi elección. Hoy tengo la posibilidad de ser libre. Cuando escucho la Voz de Dios dirigiéndome para encontrar la visión de Cristo por medio del perdón, me liberaré para siempre de todo sufrimiento (1:4). Voy a pensar en eso durante un momento, hacer la oración que se me da aquí, y luego sentarme en silencio y esperar, escuchando, abriendo mi mente a esa visión.
Todavía no vivo con esa visión, sólo de vez en cuando. A mí me parece que todavía me queda un trecho. Así que espero. Vacío mi mente, la dejo a Su disposición y Le pido que me llene con esa visión y que la aumente en mi mente.
“Vine a este mundo sólo para llegar a tener este día, así como la alegría y libertad que encierra para Tu santo Hijo y para el mundo que él fabricó, el cual hoy se libera junto con él”. (1:6)
Alcanzar la visión de Cristo es la razón por la que estoy aquí, vine a este mundo sólo para eso. ¡Tal vez hoy! Me abro a ella, libero a mi mente de todos los pensamientos de menor importancia y Te ofrezco mi mente. En este instante santo puedo alcanzar esa liberación. Tal vez no dure más que unos minutos o unos segundos. Tal vez venga a mi mente y permanezca conmigo todo el día. La salvación ya se ha logrado, y puedo hacerme consciente de ello ahora mismo. Aunque lo olvide dentro de diez minutos, aunque “pierda” esa consciencia, el recuerdo permanecerá y me sostendrá, transformando mi día de lo que hubiera sido si no hubiera pasado esos momentos Contigo. Por eso me dedico a ello en este momento, a recordarlo.
Todos recordaremos. Dios nos reunirá a todos en Él Mismo, y juntos despertaremos en el Cielo en el Corazón del Amor (2:5-6). ¡Anímate, alma mía! El resultado es tan seguro como Dios. El camino puede parecer largo a veces, pero el final es seguro, y mi corazón no tiene por qué estar ansioso. Estoy contento en este momento por estar Contigo. No necesito nada más. “Hoy no hay cabida para nada que no sea alegría y agradecimiento” (2:3), y sólo esto acepto en mi santa mente hoy.
¿Qué es el ego? (Parte 10)
L.pII.12.5:2
“Y la paz se les restituirá para siempre a las santas mentes que Dios creó como Su Hijo, Su morada, Su dicha y Su amor, completamente Suyas, y completamente unidas a Él”. (5:2)
¿Cómo es posible que el perdón pueda hacer esto? El miedo y la culpa producidos por creer que el ego es real es la causa de todo nuestro sufrimiento. Nuestro loco deseo de ser “un ser separado” es lo que nos hace ver a Dios y a todo el universo como nuestros enemigos y lo que nos llena de pesadillas de castigo. El perdón nos muestra que lo que pensábamos que nos habíamos hecho a nosotros mismos no ha sucedido. No hay ninguna razón para nuestra culpa. El perdón nos libera del terror al castigo, y nos hace darnos cuenta de que nuestra unidad con Dios continúa exactamente igual. Seguimos siendo “Su morada, Su dicha y Su amor, completamente Suyas, y completamente unidas a Él”. Y con ese conocimiento recuperamos la paz para siempre.
Cuando el perdón nos limpia, nos damos cuenta de que “Hoy puedo liberarme de todo sufrimiento” (L.340). El pensamiento del ego en nuestra mente es el que pinta la intranquilidad encima de la calma eterna de nuestra mente tal como Dios la creó. Abandonar ese pensamiento, aunque sea por un instante, nos trae paz de inmediato. El pensamiento de separación, de una identidad independiente, fue el error original:
“Ese único error, que llevó a la verdad a la ilusión, a lo infinito a lo temporal, y a la vida a la muerte, fue el único que jamás cometiste. Todo tu mundo se basa en él. Todo lo que ves lo refleja, y todas las relaciones especiales que jamás entablaste proceden de él”. (T.18.I.4:4-6)
No te das cuenta de la magnitud de ese único error. Fue tan inmenso y tan absolutamente increíble que de él no pudo sino surgir un mundo totalmente irreal. (T.18.I.5:2-3)
El perdón nos muestra que lo que pensamos que hemos hecho no tiene ninguna consecuencia real. Elimina los obstáculos a nuestra consciencia de Dios. Ese terrible error, sobre el que descansa todo nuestro mundo, no tuvo ninguna consecuencia, nuestra unión con Dios continúa para siempre sin interrupción. Ahora y siempre, descansamos en Su paz.
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