1. La idea de hoy afirma simplemente un hecho. No es un hecho para los que creen en ilusiones, mas las ilusiones no son hechos. En realidad no hay nada que temer. Esto es algo muy fácil de reconocer. Pero a los que quieren que las ilusiones sean verdad les es muy difícil reconocerlo.
2. Las sesiones de práctica de hoy serán muy cortas, muy simples y muy frecuentes. Repite sencillamente la idea tan a menudo como puedas. Puedes hacerlo con los ojos abiertos en cualquier momento o situación. Recomendamos enérgicamente, no obstante, que siempre que puedas cierres los ojos durante aproximadamente un minuto y repitas la idea lentamente para tus adentros varias veces. Es especialmente importante también que la uses de inmediato si observas que algo perturba tu paz mental.
3. La presencia del miedo es señal inequívoca de que estás con-fiando en tu propia fortaleza. La conciencia de que no hay nada que temer indica que en algún lugar de tu mente, aunque no necesariamente en un lugar que puedas reconocer, has recordado a Dios y has dejado que Su fortaleza ocupe el lugar de tu debilidad. En el instante en que estés dispuesto a hacer eso, ciertamente no habrá nada que temer.
Respuesta a la tentación: Cuando algo perturbe tu paz mental.
Repite la idea de inmediato.
Comentario:
Se puede entender este sencillo pensamiento al menos de dos maneras:
1) No hay nada a lo que temer.
2) ¿Miedo? ¡Eso no es cierto!
Como el tercer párrafo aclara, este pensamiento está relacionado con la lección de ayer acerca de confiar en la fortaleza de Dios en lugar de confiar en nuestra propia fortaleza, separada de la Suya. “La presencia del miedo es señal inequívoca de que estás confiando en tu propia fortaleza”. Como dijo la lección de ayer: “¿Quién puede depositar su fe en la debilidad y sentirse seguro?” (L.47.2:3). Por eso, cuando confiamos en nuestra propia fortaleza, sentimos miedo. Cuando confiamos en la fortaleza de Dios, no sentimos miedo. El miedo no es algo que debamos temer; sin embargo, es una señal que nos avisa de que nuestra fe está en el lugar equivocado, y lo que pide es corrección, no condena.
Desde la perspectiva de la mente recta, es un hecho que: no hay nada que temer. Dios es todo lo que existe, y nosotros somos parte de Él, nada fuera de Él existe. Por supuesto, no hay nada que temer. El miedo es la creencia en algo distinto de Dios, un dios falso, un ídolo con poder que se opone y vence a Dios. Secretamente creemos que hemos hecho eso, pero de lo que tenemos miedo es de nosotros mismos. Sin embargo, lo que creemos que hemos hecho nunca ha ocurrido. Por eso, no hay nada que temer. “Nada real puede ser amenazado” (T.In.2:2).
Si creemos en ilusiones, el miedo parece muy real, pero tenemos miedo de la nada. La lección dice que “es muy fácil de reconocer” que no hay nada que temer; lo que hace que parezca difícil es que queremos que las ilusiones sean verdad. Si no son verdad, entonces no somos quienes creemos ser y quienes queremos ser; somos creaciones de Dios, no nuestra propia creación. Por eso, nos aferramos a las ilusiones para dar validez a nuestro ego, y al hacerlo, conservamos el miedo.
Cuando nos permitimos a nosotros mismos recordar que no hay nada que temer, y cuando conscientemente nos recordamos ese hecho durante el día, eso nos demuestra que “en algún lugar de tu mente, aunque no necesariamente en un lugar que puedas reconocer, has recordado a Dios y has dejado que Su fortaleza ocupe el lugar de tu debilidad”. Esto es lo que el Texto llama la “mente recta”. Hay una parte de nuestra mente -realmente la única parte que existe- en la que ya hemos recordado a Dios. Esa parte de nuestra mente es lo que nos está despertando de nuestro sueño.
¿Alguna vez te has preguntado cómo es que encontraste Un Curso de Milagros, y por qué te atrae? Tu mente recta ha creado esta experiencia para ti; tu verdadero Ser te habla a través de sus páginas para despertarte. Cada vez que repetimos “No hay nada que temer”, nos estamos asociando con la parte de nosotros que ya está despierta, y que ya ha recordado la verdad. Puesto que ya estamos despiertos, el resultado es inevitable. Pero necesitamos esta apariencia de tiempo para “darnos tiempo a nosotros mismos” (por así decir) para expulsar las ilusiones y reconocer la verdad siempre presente de nuestra realidad.
Esta lección es agradable, corta y dulce: "No hay nada que temer." Si Dios es la fuerza en la que confiamos, nada en este mundo podría hacernos temer. La base del miedo es el principio de que la culpa exige castigo. Si tengo miedo, es porque primero me veo culpable y débil. Si elijo a Jesús como la fuente de mi fuerza, no soy débil ni estoy separado, y por lo tanto no soy culpable. Si no soy culpable, no puede haber ninguna creencia proyectada de que seré castigado. Sin tal creencia, no puede haber miedo. Una vez más, es el mismo proceso, todo el tiempo. Si quiero vivir sin miedo, debo vivir sin culpa. Si quiero vivir sin culpa, necesito que Jesús me ayude a mirarla.
Como dice el texto, el único hecho es Dios: "Dios no es simbólico; Él es Hecho" (T-3.I.8:2). El "hecho" - "No hay nada que temer"- es realmente un reflejo de la realidad de Dios. La ausencia del estado de miedo corrige el pensamiento fundamental del ego de que el miedo es un castigo por nuestro pecado. Es este miedo ilusorio el que tienes que mirar. Quieres que las ilusiones sean ciertas porque son una ilusión, y quieres que tú -tu identidad individual- sea cierta. Lo que hace difícil tener un día libre de ansiedad es que no quieras que la lección de hoy sea verdad.
Podemos ver una y otra vez, en casi todas las lecciones, que Jesús nos está diciendo que practiquemos este pensamiento en nuestra vida diaria, y que le traigamos nuestras preocupaciones. En el ejercicio de este día nos pide que apliquemos el pensamiento a lo largo del día, tan a menudo como sea posible. Además, nos exhorta una vez más -"Es particularmente importante"- a pensar en la idea cada vez que se nos perturba; en otras palabras, a llevar las tinieblas de nuestra perturbación a la luz de su pensamiento de amor, un pensamiento que por su misma presencia disipa las tinieblas del miedo.
Cuando nos encontramos a nosotros mismos volviéndonos temerosos en cualquiera de las formas que toma el miedo -y a veces puede que ni siquiera sea miedo; puede ser ira, depresión o tristeza- es porque elegimos al ego una vez más; en efecto, le decimos a Jesús o al Espíritu Santo que se pierdan. Esa decisión equivocada es el problema, y aceptar la Corrección es la solución. Esta simplicidad de Un Curso de Milagros -un problema, una solución (W-pI.79-80)- es lo que lo hace una herramienta espiritual tan poderosa y efectiva.
No hay comentarios:
Publicar un comentario