1. La idea de hoy es una ampliación de la anterior. No asocias la luz con la fortaleza ni la oscuridad con la debilidad. Ello se debe a que tu idea de lo que significa ver está vinculada al cuerpo, a sus ojos y a su cerebro. De ahí que creas que puedes cambiar lo que ves poniendo trocitos de vidrio delante de tus ojos. Ésta es una de las muchas creencias mágicas que proceden de tu convicción de que eres un cuerpo y de que los ojos del cuerpo pueden ver.
2. Crees también que el cerebro puede pensar. Si comprendieses la naturaleza del pensamiento, no podrías por menos que reírte de esta idea tan descabellada. Es como si creyeses que eres tú el que sostiene el fósforo que le da al sol toda su luz y todo su calor; o quien sujeta al mundo firmemente en sus manos hasta que decidas soltarlo. Esto, sin embargo, no es más disparatado que creer que los ojos del cuerpo pueden ver o que el cerebro puede pensar.
3. La fortaleza de Dios que mora en ti es la luz en la que ves, de la misma manera como es Su Mente con la que piensas. Su fortaleza niega tu debilidad. Y es ésta la que ve a través de los ojos del cuerpo, escudriñando la oscuridad para contemplar lo que es semejante a ella misma: los mezquinos y los débiles, los enfermizos y los moribundos; los necesitados, los desvalidos y los amedrentados; los afligidos y los pobres, los hambrientos y los melancólicos. Esto es lo que se ve a través de los ojos que no pueden ver ni bendecir.
4. La fortaleza pasa por alto todas estas cosas al mirar más allá de las apariencias. Mantiene su mirada fija en la luz que se encuentra más allá de ellas. Se une a la luz de la que forma parte. Se ve a sí misma. Te brinda la luz en la que tu Ser aparece. En la oscuridad percibes un ser que no existe. La fortaleza es lo que es verdad con respecto a ti, mas la debilidad es un ídolo al que se honra y se venera falsamente a fin de disipar la fortaleza y permitir que la oscuridad reine allí donde Dios dispuso que hubiese luz.
5. La fortaleza procede de la verdad, y brilla con la luz que su Fuente le ha otorgado; la debilidad refleja la oscuridad de su hacedor. Está enferma, y lo que ve es la enfermedad, que es como ella misma. La verdad es un salvador, y su voluntad es que todo el mundo goce de paz y felicidad. La verdad le da el caudal ilimitado de su fortaleza a todo aquel que la pide. Reconoce que si a alguien le faltase algo, les faltaría a todos. Y por eso imparte su luz, para que todos puedan ver y beneficiarse cual uno solo. Todos comparten su fortaleza, de manera que ésta pueda brindarles a todos el milagro en el que ellos se unirán en propósito, perdón y amor.
6. La debilidad, que mira desde la oscuridad, no puede ver propósito alguno en el perdón o en el amor. Ve todo lo demás como diferente de ella misma, y no ve nada en el mundo que quisiera compartir. Juzga y condena, pero no ama. Permanece en la oscuridad para ocultarse, y sueña que es fuerte y victoriosa, vencedora de limitaciones que no hacen sino crecer descomunalmente en la oscuridad.
7. La debilidad se teme, se ataca y se odia a sí misma, y la oscuridad cubre todo lo que ve, dejándole sus sueños que son tan temibles como ella misma. 2Ahí no encontrarás milagros sino odio. La debilidad se separa de lo que ve, mientras que la luz y la fortaleza se perciben a sí mismas cual una sola. La luz de la fortaleza no es la luz que tú ves. No cambia, ni titila hasta finalmente extinguirse. No cambia cuando la noche se convierte en día, ni se convierte en oscuridad hasta que se hace de día otra vez.
8. La luz de la fortaleza es constante, tan segura como el amor y eternamente feliz de darse a sí misma, ya que no puede sino darse a lo que es ella misma. Nadie que pida compartir su visión lo hace en vano, y nadie que entre en su morada puede partir sin un milagro ante sus ojos y sin que la fortaleza y la luz moren en su corazón.
9. La fortaleza que mora en ti te ofrecerá luz y guiará tu visión para que no habites en las vanas sombras que los ojos del cuerpo te proveen a fin de que te engañes a ti mismo. La fortaleza y la luz se unen en ti, y ahí donde se unen, tu Ser se alza presto a recibirte como Suyo. Tal es el lugar de encuentro que hoy trataremos de hallar para descansar en él, pues la paz de Dios está ahí donde tu Ser, Su Hijo, aguarda ahora para encontrarse Consigo Mismo otra vez y volver a ser uno.
10. Dediquemos veinte minutos en dos ocasiones hoy a estar presentes en ese encuentro. Déjate conducir ante tu Ser. Su fortaleza será la luz en la que se te concederá el don de la visión. Deja atrás hoy la oscuridad por un rato, y practica ver en la luz, cerrando los ojos del cuerpo y pidiéndole a la verdad que te muestre cómo hallar el lugar de encuentro entre el ser y el Ser, en el que la luz y la fortaleza son una.
11. Así es como practicaremos mañana y noche. Después de la reunión de por la mañana, usaremos el día para prepararnos para la de por la noche, cuando nuevamente nos volveremos a reunir en confianza. Repitamos la idea de hoy tan a menudo como sea posible, y reconozcamos que es un preludio a la visión y que se nos está llevando de las tinieblas a la luz donde únicamente pueden percibirse milagros.
Pensamos que la oscuridad de nuestro sistema del ego es nuestra fuerza. En la medida en que nos consideramos especiales, nuestra fuerza reside en la oscuridad de la separación. De hecho, nuestro ser separado es sostenido por lo especial, una parte intrínseca del mundo oscurecido del ego. Así que no pensamos en la luz como fuerza, porque la luz -el principio de expiación- marca el fin de nuestra identidad separada. Por lo tanto, desde nuestro punto de vista como egos, la luz nos hace débiles, porque deshace el sistema de pensamiento de las tinieblas.
El verdadero problema, entonces, no tiene nada que ver con el cuerpo en sí, sino con la decisión de la mente de estar separada: primero como pensamiento y luego como cuerpo. Así que no son las leyes del cuerpo las que nos afectan, sino nuestra decisión; somos los carceleros, no el cuerpo, porque estamos encarcelados sólo por nuestros propios pensamientos.
Es importante que al trabajar con Un Curso de Milagros prestes mucha atención a sus palabras. El propósito de Jesús es romper nuestra fuerte identificación con el cuerpo.
Aprender este curso requiere que estés dispuesto a cuestionar cada uno de los valores que abrigas. Ni uno solo debe quedar oculto y encubierto, pues ello pondría en peligro tu aprendizaje. Ninguna creencia es neutra. (T-24.in.2:1-2).
Si te das cuenta de que Jesús no te está pidiendo que renuncies a tu identificación corporal, sino que simplemente la cuestiones, no habrá ansiedad.
Tú que eres tan partidario de la aflicción, debes reconocer en primer lugar que eres infeliz y desdichado. El Espíritu Santo no puede enseñar sin este contraste, pues tú crees que la aflicción es felicidad. (T14.II.1.2,3)
Necesitamos la experiencia de la miseria y la ansiedad, porque eso es lo que nos motiva a ir a Jesús en busca de ayuda. Una vez que lo hacemos, él puede enseñarnos el contraste entre la felicidad y la paz que nos ofrece, y nuestra miseria y ansiedad. La ansiedad vendrá, te lo aseguro, si lees esta lección cuidadosamente y piensas en ella.
La idea de que somos nuestros cuerpos no sólo es una locura, sino arrogante. Nuestra identificación corporal refleja directamente el pensamiento de que nuestra debilidad inherente ha derribado la poderosa fuerza de Dios. Es la misma arrogancia que Jesús describe en el texto: el rayo de sol pensando que es el sol, la onda pensando que es el océano:
Ese fragmento de tu mente es una parte tan pequeña de ella que, si sólo pudieses apreciar el todo del que forma parte, verías instantáneamente que en comparación es como el más pequeño de los rayos del sol; o como la ola más pequeña en la superficie del océano. En su increíble ignorancia, ese pequeño rayo ha decidido que él es el sol, y esa ola casi imperceptible se exalta a sí misma como si fuese todo el océano.
(T-18.VIII.3:3-4).
Para el ego, por lo tanto, la idea de que no podemos ver o pensar es absurda, pero para nuestras mentes correctas, contiene la única verdad de este mundo, y el camino para salir del infierno.
La visión verdadera, sin embargo, o visión, es el resultado de devolver nuestra "vista" al lugar que le corresponde en la mente. Al recurrir al Espíritu Santo para que nos guíe, cambiamos nuestra identificación de lo que no se ve a lo que sólo se ve. El ego quiere que veamos a través de "ojos que no pueden ver y no pueden bendecir", y así "vemos" los oscuros fragmentos de la debilidad del ego: un mundo en el que "todos... vagan... inciertos, solitarios y en constante temor" (T-31.VIII.7:1). Sin embargo, "vemos" en la oscuridad, porque primero hemos mirado hacia adentro y visto la debilidad del ego, él mismo encogiéndose de miedo en la oscuridad de su mente separada. Esta es la oscuridad que proyectamos y creemos que ahora vemos. Sin embargo, es la oscuridad de la nada, porque el ego no es nada y no hace nada, y lo que vemos, por lo tanto, también debe ser nada: nada que no hace nada, ser visto por nada. Ciertamente, entonces, estos ojos no pueden bendecir, porque fueron hechos para maldecir. Después de todo, el ego entró en la existencia al condenar a Dios, matando así a Su Hijo.
Primero miramos la apariencia, que a nuestros egos les parece tan sólida como una pared de granito. Sin embargo, su vacío inherente no puede bloquear nuestra visión, como lo describe el siguiente pasaje sobre el pecado:
El pecado es un obstáculo que se alza como un formidable portón -cerrado con candado y sin llave- en medio del camino hacia la paz. Nadie que lo contemplase sin la ayuda de la razón osaría traspasarlo. Los ojos del cuerpo lo ven como si fuese de granito sólido y de un espesor tal que sería una locura intentar atravesarlo. La razón, en cambio, ve fácilmente a través de él, puesto que es un error. La forma que adopta no puede ocultar su vacuidad de los ojos de la razón. (T-22.III.3:2-6).
Con el amor de Jesús a nuestro lado, como dice en el texto: "Juntos tenemos la lámpara que la disipará[el sistema de pensamiento del ego]" (T-11.V.1:3) - miramos la oscuridad del ego con su luz, brillando a través de lo que parecía una pared impenetrable. Ahora no es más que un velo endeble, impotente para ocultar la verdad más allá de ella. Cuando Jesús habla de mirar más allá de las apariencias o de pasar por alto el ego, él, una vez más, no quiere no verlo. Nos está enseñando a mirarlo con él, porque sólo entonces nos damos cuenta de que no hay nada que ver. Lo que parecía haber sido un sólido muro de defensa simplemente desaparece, y la luz de la verdad se ve brillando más allá de él. Para volver a citar esas importantes líneas:
Nadie puede escapar de las ilusiones a menos que las mire, porque no mirar es la forma en que están protegidas.... debemos mirar primero a esta[la "dinámica" del ego] para ver más allá de ella, ya que tú la has hecho realidad. Desharemos este error silenciosamente juntos, y luego miraremos más allá de él hacia la verdad.... ¿Qué es la sanación sino la eliminación de todo lo que se interpone en el camino del conocimiento? La claridad deshace la confusión por definición, y el mirar a las tinieblas a través de la luz debe disiparlas (T-11.V.1:1,5-6; 2:1-2,9).
Este punto es importante, porque puede ser tentador para los estudiantes de Un Curso de Milagros pensar que Jesús les está pidiendo que nieguen la percepción de sus ojos. Esta declaración previamente discutida, hecha en el contexto de la sanación, aclara lo que él quiere decir:
Los ojos del cuerpo continuarán viendo las diferencias. Pero la mente que se ha dejado curar ya no los reconocerá. Habrá quienes parezcan estar "más enfermos" que otros, y los ojos del cuerpo reportarán sus cambios de apariencia como antes. Pero la mente sanada los pondrá a todos en una categoría; son irreales (M-8.6:1-4).
Nuestra meta es ver a través de la visión de Cristo, que nos permite reinterpretar el mundo perceptivo que el ego nos dijo que era verdadero. La forma, ahora vista de manera diferente, revela el contenido de la reflexión de la realidad que el ego trató de ocultar a nuestra conciencia. La claridad de esta nueva percepción va más allá de las aparentes diferencias entre las ilusiones y llega a la única verdad que las clasifica a todas: son irreales.
El yo es el sistema de pensamiento del ego de separación y pecado. Al unirnos con la luz de la Expiación, hemos elegido unirnos con la fuerza de Cristo en vez de con la debilidad del ego, la fuerza del amor en vez de la debilidad de lo especial.
Una y otra vez vemos a Jesús pidiéndonos que escojamos la luz de la fuerza que refleja nuestro verdadero Ser como Cristo, en oposición a la debilidad del ego, que mantiene en sus sombras oscuras nuestra identidad como un ser separado y especial.
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