domingo, 29 de septiembre de 2024

Lección 274 Este día le pertenece al Amor. Hoy no tendré miedo de nada.

 



1. Padre, hoy quiero dejar que todas las cosas sean como Tú las creaste y ofrecerle a Tu Hijo el honor que se merece por su impecabilidad; el amor de un hermano hacia su hermano y Amigo. 2De ese modo soy redimido. 3Y del mismo modo, la verdad pasará a ocupar el lugar que antes ocupaban las ilusiones, la luz reemplazará toda oscuridad y Tu Hijo sabrá que él es tal como Tú lo creaste.

2. Hoy nos llega una bendición especial de Aquel que es nuestro Padre. 2Dedícale a Él este día, y no tendrás miedo de nada hoy, pues el día habrá sido consagrado al Amor.


Comentario:

“Dedícale a Él este día, y no tendrás miedo de nada hoy, pues el día habrá sido consagrado al Amor”. (2:2)

Miedo es lo que surge cuando cerramos nuestra consciencia al Amor. No es nada sino la ausencia ilusoria del Amor, “ilusoria” porque el Amor nunca está ausente. El Amor es lo único que existe. Como el sol físico, el Amor siempre está brillando. A veces decimos: “Hoy no ha salido el sol”. Por supuesto que el sol ha salido, pero hay una interferencia: las nubes, algo que se pone delante y que nos impide ver el sol. Entonces vemos la oscuridad, que no es sino la ausencia de luz. La oscuridad no es nada en sí misma. Cuando se quita la interferencia, la luz está ahí, como siempre ha estado.

Así también, cuando quitamos la interferencia a nuestra consciencia del Amor, el Amor sigue estando ahí y el miedo ha desaparecido. Si dedicamos este día al Amor, no habrá miedo.

Es fácil ver cómo podemos entender cualquier forma de miedo como una petición de amor. “El miedo es un síntoma de tu profunda sensación de pérdida” (T.12.I.9:1). El miedo es cómo nos sentimos cuando el Amor parece estar ausente; por lo tanto, es simplemente un grito automático a la presencia del Amor. Es una petición de Amor, y nada más. El miedo puede tomar muchas formas: ira, preocupación, tristeza, celos, enfermedad o un deseo adictivo de una cosa o persona, pero todos ellos son sólo formas de miedo. Cuando sea consciente de ellos en mí, voy a llevárselos al Espíritu Santo para que Él pueda reinterpretarlos (T.12.I.8:8-9), para que yo pueda entender que todas las formas de miedo no son nada más que una petición inconsciente de amor (T.12.I.8:13), y por lo tanto no hay nada de lo que sentirse culpable.

Cuando era niño creía que toda enfermedad era causada por gérmenes. Tenía una idea muy clara de que un bicho invasor se metía en mi cuerpo y lo estropeaba, podía entender eso. Aunque metafísicamente esto no es una imagen verdadera, ni siquiera científicamente totalmente cierta, era lo que yo creía que era verdad. Eso era lo que la enfermedad era para mí.

Un día durante un largo viaje estaba sentado en la parte de atrás del coche, leyendo un tebeo. Empecé a sentirme mal. Supongo que nunca había sentido mareo antes, así que debía ser muy pequeño. Pensé que “me estaba poniendo enfermo” y les dije a mis padres que pararan el coche porque me iba a poner enfermo. Entré en la sala de descanso de una estación de servicio. Al entrar me sentí menos enfermo. Usé el baño, y pasados unos minutos me sentí mejor. Me sentí muy sorprendido, ¿Qué le había pasado a la enfermedad?

Cuando volví al coche y se lo dije a mis padres, ellos dijeron: “¡Oh! Debes haber sentido el mareo por viajar en coche”. Me explicaron que a veces el movimiento puede hacerte sentir mal, pero que no es lo mismo que tener la gripe. Recuerdo que dije algo como: “¿Queréis decir que no estoy enfermo? ¿Qué sólo me siento enfermo? Estuvieron más o menos de acuerdo con mi interpretación. Me explicaron que se debía a que la mente se sentía confundida porque mis ojos estaban mirando a cosas que no se movían mientras que el resto del cuerpo sentía el movimiento. En efecto, me dijeron que ¡la enfermedad se debía a la falsa percepción de mi mente!

En mi joven mente, algo se iluminó. ¡Quería leer aquel tebeo! Aunque mis padres me aconsejaron que no lo hiciese, continué leyendo. Empecé a sentirme mal de nuevo. Pero entonces sabía la verdad: ¡No estaba realmente enfermo! Era una falsa enfermedad. No había ninguna causa real (gérmenes) para estar enfermo. Era mi mente la que me lo estaba haciendo, así que mi mente podía deshacerlo. Así que a pesar de las náuseas y dolor de estómago, seguí leyendo. Me dije a mí mismo: “No estoy realmente enfermo”. Y la náusea desapareció, y ya nunca más he vuelto a sentir mareo en toda mi vida, excepto una vez en un trasatlántico durante una tormenta muy fuerte, después de todo mil cien personas vomitaron, excepto yo y una docena de personas, supongo que la “prueba” era demasiado aplastante.

Tal como aquel día me convencí a mí mismo que la enfermedad no era real (una lección muy clara en mi vida acerca del poder de la mente), el Espíritu Santo quiere convencernos de que nuestros miedos no son reales. Tal como aquel día que no había nada mal en mi cuerpo, Él quiere que sepamos que cuando sentimos miedo, no hay nada malo en nuestra mente. A pesar de lo que vemos en el mundo, el Espíritu Santo quiere que sepamos que el miedo es producido por nuestra propia mente; no es real, porque el Amor nunca está ausente y por lo tanto no hay ninguna razón para el miedo. Puedes sentir miedo en cualquiera de sus formas (Él nunca nos pide que neguemos eso, en lugar de ello nos pide que lo miremos y lo reconozcamos muy claramente), pero lo que sí nos pide es que nos demos cuenta de que lo que estamos sintiendo es falso. No tiene causa. Es sólo algo producido por una mente que se ha cerrado a la verdad. Ni siquiera tenemos que curar nuestro miedo, porque ¡la enfermedad no es real!

O amamos a nuestros hermanos o les tenemos miedo, ésas son las únicas dos emociones en este mundo, según el Curso (T.12.I.9:5). Entonces, dedicar el día al Amor significa que no reaccionaremos con miedo a nuestros hermanos. Queremos “dejar que todas las cosas sean como Tú las creaste” (1:1), y por lo tanto honramos a nuestros hermanos en su perfecta inocencia. Le daremos a cada uno de ellos, como Hijo de Dios, “el amor de un hermano hacia su hermano y Amigo” (1:1).

El camino del Curso se basa en esto, en aprender a abandonar nuestros miedos y en responder unos a otros con amor, honrando lo que todos somos en verdad, en lugar de temer lo que nuestros hermanos parecen ser. Así es como somos redimidos (1:2), así es como la luz reemplaza a toda la oscuridad del mundo (1:3).

“Este día le pertenece al Amor. Hoy no tendré miedo de nada”.




¿Qué es el Cristo? (Parte 4)

L.pII.6.2:4-5

El Cristo es la parte de nuestra mente en la que se encuentra la Respuesta de Dios (2:3). Esta parte de nuestra mente no se ve afectada por nada que los ojos del cuerpo puedan ver (2:4). Nuestra mente, tal como somos conscientes de ella, se ve más que afectada por lo que nuestros ojos ven, está dominada por ello, y sacudida como una hoja al viento (¡como muy bien saben los publicistas!). Pero hay algo en nosotros, en algún lugar de nosotros, que está de acuerdo con esta afirmación de que no se ve alterado o perturbado por las percepciones físicas. Permanece perfectamente en calma a pesar de lo que parezca suceder a nuestro alrededor. Permanece completamente amorosa, sin que importen qué ataques se le hagan a nuestro amor. Esto es el Cristo, nuestro verdadero Ser.

Lo que estamos practicando es hacernos conscientes de esta parte de nosotros mismos. En los instantes santos que pasamos escuchando en silencio estamos intentando conectarnos con este centro silencioso y sereno de nuestro ser. Ésta es la Voz que intentamos escuchar, una Voz de una quietud majestuosa y de una total serenidad. El Cristo no es un ser extraño, algo separado de nosotros que tenemos que aprender a imitar. Él es nuestro Ser. Él es como el ojo del huracán. Cuando nuestra mente está agitada y aparentemente sin control, si queremos abandonar lo que nos causa agitación, podemos entrar en ese ojo de la tormenta y encontrar la paz dentro de nosotros, que siempre está ahí. En el momento en que lo hacemos el cambio es tan sorprendente que no hay confusión posible. El estruendo del viento se para. La explosión de los elementos se detiene de repente. No hay nada más que paz. En este centro tranquilo de nuestro ser, todos los acontecimientos de nuestras vidas que nos han llevado de acá para allá, indefensos ante su agarre, no tienen efecto alguno. Y en ese momento sabemos: “Esto es lo que Yo soy”.

Debido a la confusión de nuestra mente, debido a que hemos inventado un aparente problema donde no hay ninguno, el Padre ha puesto en Cristo “los medios para tu salvación” (2:5), la Respuesta a nuestras ilusiones. Y sin embargo, este Cristo permanece sin ser afectado por los “problemas”, completamente puro, Él “no conoce el pecado” (2:5). La Respuesta al pecado está en Él y, sin embargo, en Él el problema al haberse Respondido ni siquiera existe. La perfección de Cristo no ha sido manchada por nuestra locura. Todavía es tan perfecto como en el instante en que fue creado. Y Él es yo. “Soy el santo Hijo de Dios Mismo” (L.191). Aquí, en la quietud del Ser de Cristo, sé que todos mis “pecados” no son nada, que no tienen ningún efecto. Aquí soy más que inocente, aquí soy santo. Todas las cosas son santas. Y nada irreal existe.























sábado, 28 de septiembre de 2024

Lección 273 Mía es la quietud de la paz de Dios.

 



1. Tal vez estemos ahora listos para pasar un día en perfecta calma. 2Sl esto no fuese posible todavía, nos contentaremos y nos sentiremos más que satisfechos, con poder aprender cómo es posible pasar un día así. 3Si permitimos que algo nos perturbe, aprendamos a descartarlo y a recobrar la paz. 4Sólo necesitamos decirles a nuestras mentes con absoluta certeza: "Mía es la quietud de la paz de Dios", y nada podrá venir a perturbar la paz que Dios Mismo le dio a Su Hijo.

2. Padre, Tu paz me pertenece. 2¿Qué necesidad tengo de temer que algo pueda robarme lo que Tú has dispuesto sea mío para siempre? 3No puedo perder los dones que Tú me has dado. 4Por lo tanto, la paz con la que Tú agraciaste a Tu Hijo sigue conmigo, en la quietud y en el eterno amor que Te profeso.



Comentario:

Me encanta el modo en que el Curso nos hace sitio a todos nosotros, sin que importe nuestro nivel de logros. Dice: algunos de nosotros pueden estar “listos para pasar un día en perfecta calma” (1:1). Y para algunos de nosotros esto puede no ser “posible” (1:2). Si hemos hecho las lecciones del Libro de Ejercicios desde el principio, ya hemos hecho 272 lecciones. Sin embargo, un día en perfecta calma puede que todavía no sea posible. “Posible” significa que “se puede lograr”. No hay sensación de desprecio aquí, ni la intención de decir: “Algunos de vosotros no habéis estado haciendo vuestro trabajo”. Simplemente dice que no es posible para ti todavía. Incluso el “todavía” tiene significado, porque afirma claramente que será posible para nosotros finalmente.

El autor del Curso tiene total confianza en cada uno de nosotros. No sólo en aquellos que estamos haciendo el Curso, sino en cada uno de nosotros. Un día será posible para mí, para ti, y para todos “pasar un día en perfecta calma”. ¿No es maravilloso pensar en ello, aunque todavía no hayas llegado?

“¿Deseas una quietud que no pueda ser perturbada, una mansedumbre eternamente invulnerable, una profunda y permanente sensación de bienestar, así como un descanso tan perfecto que nada jamás pueda interrumpirlo?

El perdón te ofrece todo eso y más”. (L.122.1:6-2:1)

La lección nos sugiere que si todavía no estamos listos para pasar un día en perfecta calma, nos contentaremos y nos sentiremos más que satisfechos (1:2). El camino a la paz es también un camino de paz. ¡No hay necesidad de disgustarse por no poder estar todavía en perfecta paz! Perder la paz que tenemos porque no estamos en perfecta paz no es un estado mental productivo en el que estar. Podemos estar en paz acerca de no estar en paz. Ése es el comienzo. Nos sentimos contentos y satisfechos de aprender cómo es posible pasar un día en perfecta paz.

Tenemos que ser alumnos felices, felices de estar aprendiendo cómo estar en paz, incluso aunque no estemos en paz. ¿Y cómo aprendemos eso?

“Si permitimos que algo nos perturbe, aprendamos a descartarlo y a recobrar la paz. Sólo necesitamos decirles a nuestras mentes con absoluta certeza: "Mía es la quietud de la paz de Dios", y nada podrá venir a perturbar la paz que Dios Mismo le dio a Su Hijo”. (1:3-4)

En otras palabras, simplemente enseñamos a nuestra mente que la paz nos la ha dado Dios. Cuando surge algo que nos perturba, lo “rechazamos”. Ésta es la práctica de la vigilancia mental que tan a menudo se enseña en el Texto. No permitimos que la alteración continúe, la reconocemos como algo que no queremos, y le ordenamos a nuestra mente que vuelva a la paz.

Dice que hagamos esto “con certeza”. Esto no es una lucha en la que tratamos de acallar al ego con nuestros gritos. Es una calma dulce pero firme, sin ansiedad. Estamos diciendo a nuestra mente: “Aquiétate, permanece en silencio”. El camino a la paz no es estresado. Las palabras: “Mía es la quietud de la paz de Dios” vienen de un lugar dentro de nosotros que siempre está en paz. Al decírnoslas a nosotros mismos con serena certeza, ya hemos conectado con ese lugar de paz dentro de nosotros.

“Por lo tanto, la paz con la que Tú agraciaste a Tu Hijo sigue conmigo, en la quietud y en el eterno amor que Te profeso”. (2:4)



¿Qué es el Cristo? (Parte 3)

L.pII.6.2:1-3

Cristo es el eslabón que nos mantiene unidos a Dios (2:1). Si de algún modo somos conscientes del Cristo dentro de nosotros, parece que Él es sólo una parte de nosotros, quizá una pequeña parte o una parte escondida. Ésa no es la realidad (3:2), pero así es como nos parece. Y sin embargo cada uno de nosotros es consciente de algo dentro de nosotros que es mucho más que lo que parecemos ser, algo que nos une a Dios. Probablemente no estaríamos leyendo este Curso si no tuviéramos esa consciencia. Y ésta por muy pequeña y escondida que pueda parecer, nos une a Dios. Sabemos eso de algún modo.

Si esa unión es real, entonces la separación no es real. “La separación no es más que una ilusión de desesperanza” (2:1). Si estamos unidos a Dios y somos uno con Él, entonces no estamos separados, y todo lo que parece decirnos que lo estamos no es más que una ilusión. En cada uno de nosotros, en el Cristo dentro de nosotros, “toda esperanza morará por siempre en Él” (2:1). Algo en nosotros sabe que esto es verdad. La unión con Dios no se ha roto. Cada uno de nosotros tiene este aliado escondido en su corazón. Dentro de mí, dentro de ti, dentro de todos, está el Cristo. El Curso confía en este hecho totalmente porque Jesús, que recordó a Cristo su Ser, sabe que es así.

“Tu mente es parte de la Suya, y Ésta de la tuya”. (2:2)

Él está ahí, en ti. Y tú estás en Él. Como la Biblia dice, todo lo que estamos haciendo es dejar que la mente de Cristo more en nosotros. Estamos reconociendo esta parte de nuestra mente que hemos negado y de la que hemos dudado. Su mente está en nosotros, y esto es nuestra salvación. Es parte de nosotros, no podemos perderlo, incluso aunque lo queramos.

En esta parte de nuestra mente “se encuentra la Respuesta de Dios” (2:3). La Respuesta a la separación. La Respuesta al dolor y al sufrimiento. La Respuesta a la desesperación. La Respuesta a todos los problemas. La Respuesta está en ti. La Respuesta es parte de ti. No está fuera, no puede encontrarse en nada del mundo, tampoco en nadie más. Ya la tienes. Ya lo eres. La Respuesta está en ti.

En esta parte de nuestra mente “ya se han tomado todas las decisiones y a los sueños les ha llegado su fin” (2:3). Lo que esto significa es tan maravilloso que apenas podemos creerlo. Hay una parte de nuestra mente en la que todos nosotros, cada uno de nosotros, ya ha decidido a favor de Dios. Ya hemos elegido la paz. Ya hemos abandonado todo ataque y todo juicio. Y todos nuestros sueños ya han desaparecido. Con este conocimiento podemos estar absolutamente seguros de que “lo lograremos”. Porque el Cristo en nosotros ya lo ha logrado.

Todo lo que queda por hacer es reconocer que esta “parte” de nosotros es todo lo que existe realmente. Todo lo que queda es abandonar todo lo demás, excepto esto. No necesitamos alcanzar la iluminación, necesitamos únicamente aceptar que ya se ha logrado. Ésta es la verdad, y todo lo que estamos haciendo en este mundo es aprender a “negar la negación de la verdad” (T.12.II.1:5), abandonar “los obstáculos que impiden sentirla presencia del amor, el cual es tu herencia natural” (T.In.1:7).



















Lección 272 ¿Cómo iban a poder satisfacer las ilusiones al Hijo de Dios?

 



1. Padre, la verdad me pertenece. 2Mi hogar se estableció en el Cielo mediante tu voluntad y la mía. 3¿Podrían contentarme los sueños? 4¿Podrían brindarme felicidad las ilusiones? 5¿Qué otra cosa sino Tu recuerdo podría satisfacer a Tu Hijo? 6No me contentaré con menos de lo que Tú me has dado. 7Tu Amor, por siempre dulce y sereno, me rodea y me mantiene a salvo eternamente. 8El Hijo de Dios no puede sino ser tal como Tú lo creaste.

2. Hoy dejamos atrás las ilusiones. 2Y si oímos a la tentación llamarnos e invitarnos a que nos entretengamos con un sueño, nos haremos a un lado y nos preguntaremos si nosotros, los Hijos de Dios, podríamos contentarnos con sueños cuando podemos elegir el Cielo con la misma facilidad que el infierno. Y el amor reemplazará gustosamente todo temor.




Comentario:

Como algunos anuncios de la televisión, el Curso nos dice que no aceptemos sustitutos. Queremos “la cosa real”. La ironía de ello es que la mayor parte del tiempo nos contentamos con ilusiones: ilusiones de amor (relaciones especiales), ilusiones de seguridad (seguridad económica), ilusiones de significado (fama, recompensas y reconocimiento del mundo). Nos contentamos con sueños, e incluso a veces con sueños dentro del sueño, como drogas y fantasías.

Necesitamos lecciones como ésta. Necesitamos preguntarnos a nosotros mismos: “¿Podrían brindarme felicidad las ilusiones?” (1:4).Si estamos dispuestos a hacer la pregunta, conocemos la respuesta. Un escritor y misionero cristiano, Jim Elliot, escribió una vez: “No está loco el que da lo que no puede conservar, para ganar lo que no puede perder”. Otra misionera, Amy Carmichael, escribió: “La vida que cuenta es la que no pierde el tiempo en cosas sin importancia”. Cuando el brillo del mundo nos atraiga, cuando una relación especial parezca prometernos significado y plenitud aquí en el mundo, que me recuerde a mí mismo: “No me contentaré con menos de lo que Tú me has dado” (1:6).

Podemos encontrar placer y satisfacción temporal en algunas de nuestras ilusiones. Sin embargo, a la larga nada puede satisfacernos, salvo el recuerdo de Dios (1:5). Nada puede darme completa satisfacción excepto el conocimiento de que “Tu Amor, por siempre dulce y sereno, me rodea y me mantiene a salvo eternamente” (1:7). ¿Voy a buscar otra ilusión hoy? ¿O voy a usar mi tiempo con sabiduría, y elegir el Cielo y la paz de Dios?




¿Qué es el Cristo? (Parte 2)

L.pII.6.1:3-5

Cristo es “el Pensamiento que todavía mora en la Mente que es Su Fuente” (1:3). El Curso nos enseña que nuestra realidad es un Pensamiento dentro de la Mente de Dios. Una y otra vez el Curso insiste en que las ideas no abandonan su Fuente. Permanecen en la mente que las está pensando. Una idea no puede separarse de la mente, es una parte de la mente, una función de la mente que la piensa. Y somos eso en relación con Dios. La separación entre nuestro Ser y la Mente de Dios es igual de imposible que la separación entre una idea y la mente que la piensa. Mi verdadero Ser, tu verdadero Ser, nuestro verdadero Ser, es el Cristo. Nuestro Ser jamás ha abandonado nuestro santo hogar (1:4) en la Mente de Dios. Eso es un hecho. Basado en ese hecho, cualquier cosa que parezca lo contrario debe ser una mentira, una ilusión. No estamos caminando sin rumbo en este mundo, “en Dios estás en tu hogar, soñando con el exilio” (T.10.I.2:1). Nuestra separación es sólo un sueño, no una realidad; por eso el Curso está tan seguro del resultado final.

No hemos abandonado a Dios, y puesto que no lo hemos hecho, no hemos perdido nuestra inocencia (1:4, también L.182.12:1). Todas las cosas horribles que podemos pensar que hemos hecho o dicho no tienen realidad en la verdad, son parte del sueño del exilio. Todavía estamos en el hogar. ¿Has soñado alguna vez que hiciste algo terrible o vergonzoso, y luego te despertaste aterrorizado, horrorizado, y sentiste luego un gran alivio de que no fuera verdad? “¡Sólo fue un sueño!” Algún día todos nosotros tendremos esa experiencia a gran escala, nos despertaremos y nos daremos cuenta de que todo este mundo fue un sueño, que nunca ocurrió. A pesar de todo lo que nos hemos imaginado, despertaremos y nos encontraremos a nosotros mismos “inmutables para siempre en la Mente de Dios” (1:5).





















jueves, 26 de septiembre de 2024

Lección 271 Hoy sólo utilizaré la visión de Cristo. ¿QUÉ ES EL CRISTO?

 


 ¿QUÉ ES EL CRISTO?


1. Cristo es el Hijo de Dios tal como Él lo creó. 2Cristo es el Ser que compartimos y que nos une a unos con otros, y también con Dios. 3Es el Pensamiento que todavía mora en la Mente que es Su Fuente. 4No ha abandonado Su santo hogar ni ha perdido la inocencia en la que fue creado. 5Mora inmutable para siempre en la Mente de Dios.

2. Cristo es el eslabón que te mantiene unido a Dios, y la garantía de que la separación no es más que una ilusión de desesperanza, pues toda esperanza morará por siempre en Él. 2Tu mente es parte de la Suya, y Ésta de la tuya. 3Él es la parte en la que se encuentra la Respuesta de Dios, y en la que ya se han tomado todas las decisiones y a los sueños les ha llegado su fin. 4Nada que los ojos del cuerpo puedan percibir lo afecta en absoluto. 5Pues aunque Su Padre depositó en Él los medios para tu salvación, Él sigue siendo, no obstante, el Ser que, al igual que Su Padre, no conoce el pecado.

3. Al ser el hogar del Espíritu Santo y sentirse a gusto únicamente en Dios, Cristo permanece en paz en el Cielo de tu mente santa. 2Él es la única parte de ti que en verdad es real. 3Lo demás son

sueños. 4Mas éstos se le entregarán a Cristo, para que se desvanezcan ante Su gloria y pueda por fin serte revelado tu santo Ser, el Cristo.

4. El Espíritu Santo se extiende desde el Cristo en ti hasta todos tus sueños, y los invita a venir hasta Él para que puedan ser transformados en la verdad. 2Él los intercambiará por el sueño final que Dios dispuso fuese el fin de todos los sueños. 3Pues cuando el perdón descanse sobre el mundo y cada, uno de los Hijos de Dios goce de paz, ¿Qué podría mantener las cosas separadas cuando lo único que se puede ver es la faz de Cristo?

5. ¿Y por cuánto tiempo habrá de verse esta santa faz, cuando no es más que el símbolo de que el período de aprendizaje ya ha concluido y de que el objetivo de la Expiación por fin se ha alcanzado? 2Tratemos, por lo tanto, de encontrar la faz de Cristo y de no buscar nada más. 3Al contemplar Su gloria, sabremos que no tenemos necesidad de aprender nada, ni de percepción, ni de tiempo, ni de ninguna otra cosa excepto del santo Ser, el Cristo que Dios creó como Su Hijo.



Hoy sólo utilizaré la visión de Cristo.

1. Cada día, cada hora y cada instante elijo lo que quiero contemplar, los sonidos que quiero oír y los testigos de lo que quiero que sea verdad para mí. 2Hoy elijo contemplar lo que Cristo quiere que vea; hoy elijo escuchar la Voz de Dios, así como buscar los testigos de lo que es verdad en la creación de Dios. 3En la visión de Cristo, el mundo y la creación de Dios se encuentran, y según se unen, toda percepción desaparece. 4La dulce visión de Cristo redime al mundo de la muerte, pues todo aquello sobre lo que Su mirada se posa no puede sino vivir y recordar al Padre y al Hijo: la unión entre Creador y creación.

2. Padre, la visión de Cristo es el camino que me conduce a Ti. 2Lo que Él contempla restaura Tu recuerdo en mí. 3Y eso es lo que elijo contemplar hoy.




Comentario:

Una vez más el Libro de Ejercicios nos enfrenta al hecho de que nosotros elegimos lo que queremos ver, y lo vemos. Nos dice que este proceso funciona continuamente, constantemente: “Cada día, cada hora y cada instante elijo lo que quiero contemplar, los sonidos que quiero oír y los testigos de lo que quiero que sea verdad para mí” (1:1). La última parte de esta frase es significativa porque nos dice el motivo de nuestra elección: elegimos ver lo que queremos que sea la verdad para nosotros. Por ejemplo, si constantemente veo personas que son víctimas, es porque hay una parte de mí que quiere ser una víctima. Puedo pensar que no quiero ser una víctima, pero si la alternativa es ser responsable de todo lo que me sucede, entonces ser víctima ¡suena estupendo! Cada vez que veo una víctima, secretamente deseo poder culpar a otro por mis faltas.

Sin embargo, lo importante de esta lección no son nuestras elecciones negativas. Lo importante es que hay elección. Hay otra posibilidad. Si escucho al ego, mi elección será ver pecado, culpa, miedo y muerte. Pero si escucho al Espíritu Santo, querré que la verdad acerca de mí sea algo diferente, y por lo tanto querré ver algo diferente en el mundo, y lo veré. Verlo en el mundo es el modo por el que sabré que es la verdad acerca de mí. En vez de querer ver los testigos del pecado, querré ver los testigos de la verdad, y lo que busco lo encontraré.

A medida que mi percepción se une cada vez más con la visión de Cristo, me acerco al momento en que la percepción desaparece por completo (1:3). Mi cambiada percepción me mostrará lo que el Curso llama el mundo real, la desaparición de la percepción se refiere al final del mundo y nuestro despertar al Cielo.

¿Cómo quiero verme a mí mismo? Si quiero verme como amor, que busque hoy amor en mis hermanos. Si quiero verme inocente, que busque la inocencia en otros. Si quiero verme sin culpa, que busque ver a los demás sin culpa. Que hoy recuerde:

“Cuando te encuentras con alguien, recuerda que se trata de un encuentro santo. Tal como lo consideres a él, así te considerarás a ti mismo. Tal como lo trates, así te tratarás a ti mismo. Tal como pienses de él, así pensarás de ti mismo”. (T.8.III.4:1-4)

“Cada hermano que contemples en la luz hará que seas más consciente de tu propia luz”. (T.13.VI.10:3)

“No le enseñes a nadie que él es lo que tú no querrías ser”. (T.7.VII.3:8)




¿Qué es el Cristo? (Parte 1)

L.pII.6.1:1-2

Cristo es el Hijo de Dios tal como Él lo creó. (1:1)


Esto es lo que estamos aprendiendo a ver unos en otros, para que podamos recordar verle a Él en nosotros mismos. Cristo es la creación original de Dios, antes de que nosotros lo “reinventáramos” y pintáramos otra imagen sobre la obra perfecta de Dios. Queríamos ser otra cosa, y por eso hemos percibido otra cosa en todos a nuestro alrededor. Ahora estamos aprendiendo a dejar a un lado las imágenes que hemos inventado para descubrir de nuevo la obra maestra debajo de la falsificación.

“Cristo es el Ser que compartimos y que nos une a unos con otros, y también con Dios”. (1:2) Cristo es el Hijo de Dios. Todos nosotros somos aspectos de ese único Hijo. (Creo que parte de la razón por la que el Curso usa “Hijo” en lugar de “hijos e hijas” es porque ésta última frase indica una separación que no existe en la creación de Dios). Nuestro Ser original, nuestro único Ser real, es un Ser que compartimos con todos. Una razón por la que nos resistimos a conocer este Ser es porque no es “mi” ser para mí solo, es nuestro Ser. Para reclamar a Cristo como mi Ser, no puedo excluir a nadie porque el Ser que estoy reclamando es un Ser universal, de Quien todos somos parte.

No sólo estamos unidos unos a otros en este Ser, sino que también estamos unidos a Dios (1:2). Sin Dios este Ser no existiría, Dios es Su Causa, Su Fuente y Su Sustento. No puede estar separado de Dios. No puede ser independiente de Él. Tampoco se puede oponer a Dios en ningún modo, todas las características de este Ser proceden y surgen del propio Ser de Dios.


Lección 270 Hoy no utilizaré los ojos del cuerpo.

 



1. Padre, la visión de Cristo es el don que me has dado, el cual tiene el poder de transformar todo lo que los ojos del cuerpo contemplan en el panorama de un mundo perdonado. 2¡Cuán glorioso y lleno de gracia es ese mundo! 3No obstante, ¡Cuánto más podré contemplar en él que lo que puede ofrecerme la vista! 4Un mundo perdonado significa que Tu Hijo reconoce a su Padre, permite que sus sueños sean llevados ante la verdad y aguarda con gran expectación el último instante de tiempo en el que éste acaba para siempre, conforme Tu recuerdo aflora en su memoria. 5Y ahora su voluntad es una con la Tuya. 6Ahora su función no es sino la Tuya Propia, y todo pensamiento salvo el Tuyo ha desaparecido.

2. El sosiego de hoy bendecirá nuestros corazones y, a través de ellos, la paz descenderá sobre todo el mundo. 2Cristo se convierte en nuestros ojos hoy. 3Y mediante Su vista le ofrecemos curación al mundo a través de Él, el santo Hijo que Dios creó íntegro; el santo Hijo a quien Dios creó como uno solo.



Comentario:

Por supuesto esto no significa que vaya a caminar con los ojos vendados, chocándome con las cosas. Sin embargo, no voy a dejar que mi vista se detenga en lo físico. No voy a “usar” la información de los ojos, no voy a depender de eso.

“La visión de Cristo es el don que me has dado, el cual tiene el poder de transformar todo lo que los ojos del cuerpo contemplan en el panorama de un mundo perdonado”. (1:1)

Ahí está otra vez esa palabra “transformar”. Lo que hoy quiero ver, Maestro mío, es un mundo perdonado. Quiero ver la verdad detrás de todas las apariencias. Mi función, la función de cada Hijo de Dios, es la de transformador o traductor. Estamos aquí para sanar al mundo al verlo de manera diferente, y así nos curamos también nosotros.

Uno de los componentes principales de esa visión es la ausencia de juicios. Sin condena. Sin culpa. Sin exigir cambios fuera. Viendo que todos y todo se merecen amor, tal como son. Sin comparaciones ni valoraciones, sin hacer diferencias, sino viendo a todo como parte de Un Todo.

“Perdonar es pasar por alto. Mira entonces más allá del error, y no dejes que tu percepción se fije en él, pues, de lo contrario, creerás lo que tu percepción te muestre. Acepta como verdadero sólo lo que tu hermano es, si quieres conocerte a ti mismo. Ve lo que él no es, y no podrás saber lo que eres porque lo estarás viendo falsamente”. (T.9.IV.1:2-5)

“No sabes cómo pasar por alto los errores pues, de lo contrario, no los cometerías”. (T.9.IV.2:2)

Se nos dice que pasemos por alto los errores. Luego se nos dice que no sabemos cómo hacerlo. Por lo que tenemos que volvernos hacia el Espíritu Santo. Una lección que me parece fundamental en el Curso es: “No confíes en tu percepción. No utilices los ojos del cuerpo. No pienses que ver empieza y termina con la vista física y con nuestras propias interpretaciones mentales.

Lo que hacemos mientras vamos por el mundo es algo parecido a esto: vemos algo. Nuestra mente lo interpreta y casi siempre con una valoración o juicio. En ese momento lo que tenemos que hacer es reconocer que no podemos juzgar y abandonarlo. Abandonamos nuestra percepción. No pensamos que es peligroso o temible o pecado, simplemente reconocemos que no significa nada (M.16.10:8). Ese abandonar nuestras percepciones es el paso fundamental. “Y a cambio de ese "sacrificio", se le restaura el Cielo en su conciencia” (M.16.10:10).

Nos hacemos a un lado y ocupamos lo que parece ser una posición inferior. Decimos: “No entiendo lo que significa esto”. Ésta es la primera lección del Libro de Ejercicios: “Nada de lo que veo… significa nada” (L.1).

Y luego nos abrimos al Espíritu Santo. “Quiero ver las cosas de otra manera”. Eso es. Si llegas hasta aquí, te quedarás encantado porque Dios contestará esa petición. Verás las cosas de otra manera. Quizá no inmediatamente, no en ese instante, pero sucede. ¿Cómo? ¡No lo sé! Entender el cómo de la Expiación no es nuestro trabajo ni nuestra función, sino la Suya.





¿Qué es el cuerpo? (Parte 10)

L.pII.5.5:4-8

“El amor es tu seguridad. El miedo no existe”. (5:4-5)


Cuando no utilice los ojos del cuerpo, esto es lo que veré. Cuando abandone mi fe ciega en la percepción de las cosas, veré amor. Los ojos del cuerpo se hicieron con miedo y se hicieron para ver miedo. Necesito poner fin a mi confianza en este mecanismo de la percepción, y pedir una nueva: la visión de Cristo.

La frase: “El miedo no existe”, me puede parecer increíble, especialmente al avanzar en mi práctica del Curso, porque una de las consecuencias de practicar el Curso es que todos los tipos de miedos enterrados en mi mente empiezan a salir. Sin embargo, el Curso me enseña que lo que ha sucedido es esto: para esconderme a mí mismo mi propia naturaleza de amor, mi ego ha inventado todo tipo de miedos, luego me parecieron tan aterradores que los reprimí o negué, y los tapé con disfraces engañosos apoyados por mi percepción del mundo. Ahora al abandonar mi confianza en la percepción, los disfraces están desapareciendo, y los miedos que yo había enterrado están saliendo a la superficie. Entonces, este sencillo mensaje es un remedio para esos miedos que salen: “El miedo no existe”. En otras palabras, lo que estoy viendo no es real, es una ilusión que yo me he inventado.

“Identifícate con el amor, y estarás a salvo. Identifícate con el amor, y estarás en tu morada. Identifícate con el amor, y hallarás tu Ser”. (5:6-8)

Cuando empiezo a mirar dentro, veo todas estas diferentes formas de miedo. En lugar de luchar con el miedo, o de escapar, o de enterrarlo de nuevo, necesito aprender a mirar más allá al amor que está ocultando. Tenemos que atravesar lo que el Curso llama “el anillo de temor” (ver T.18.IX, especialmente los párrafos 3 y 4). Aquí es donde la mayoría de nosotros nos quedamos atascados. El miedo parece demasiado real.

Voy a permitir hoy que el Espíritu Santo me muestre que esta aparentemente infranqueable muralla de miedo no es nada realmente. Está hecha de nubes que no pueden detener ni una pluma. Voy a tomar Su mano y dejar que Él me conduzca a través de esa muralla a la verdad, a mi Ser, y a mi hogar. Voy a identificarme con el amor y encontrar mi seguridad.


miércoles, 25 de septiembre de 2024

Lección 269 Mi vista va en busca de la faz de Cristo.

 



1. Te pido que hoy bendigas mi vista. 2Mi vista es el medio que Tú has elegido para mostrarme mis errores y para poder ver más allá de ellos. 3Se me ha concedido poder tener una nueva percepción a través del Guía que Tú me diste, y, mediante Sus lecciones, superar la percepción y regresar a la verdad. 4Pido la ilusión que trasciende todas las que yo inventé. 5Hoy elijo ver un mundo perdonado en el que todo lo que veo me muestra la faz de Cristo y me enseña que lo que contemplo es mío, y que nada existe, excepto Tu santo Hijo.

2. Hoy nuestra vista es bendecida. 2Compartimos una sola visión cuando contemplamos la faz de Aquel Cuyo Ser es el nuestro. 3Somos uno por razón de Aquel que es el Hijo de Dios, Aquel que es nuestra Identidad.





Comentario:

La lección de hoy trata del perdón, de elegir de antemano ver la inocencia en otros. Recordemos algunas cosas que nos han enseñado lecciones anteriores sobre el perdón.

Lección 126: La manera de recibir el perdón es dándolo.

¿Cómo se relaciona en esta lección “dar es recibir” con el perdón? Explica como, según el mundo entiende el perdón, no hay nada que nosotros podamos recibir del perdón. “Cuando "perdonas" un pecado, no ganas nada con ello directamente” (L.126.3:1). Si creo que el pecado de alguien es real y se lo “perdono”, es sólo un acto de caridad hacia alguien que no es digno del perdón. Es un regalo que no se merece. De hecho podría parecer que yo salgo perdiendo, y que no gano nada con ello. No hay ninguna liberación para mí en hacer esto.

Sólo cuando he recibido el perdón para mí, puedo darlo; y sólo al darlo reconozco que lo he recibido. ¡Ni siquiera conozco lo que es! ¿Cómo podría reconocerlo? Así que para saber lo que es el perdón, y para saber que lo tengo, tengo que darlo. Tengo que verlo “ahí afuera” para reconocerlo “aquí adentro”. Cuando lo haga, empezaré también a comprender que no hay diferencia entre ahí afuera y aquí adentro.

La idea de que dar es recibir, que “el que da y el que recibe son uno” (L.126.8:1) es una preparación necesaria para liberar nuestra mente de todos los obstáculos al verdadero perdón. El juicio se basa en la separación y las diferencias: el pecado está en otro y no en mí. Él es malo, yo soy mejor. El perdón se basa en la unidad y la igualdad. No hay “otro” a quien hacer o que me haga. Los dos somos inocentes. Nunca hubo pecado alguno. Todos somos parte del mismo Corazón de Amor.

Lección 134: El verdadero perdón perdona las ilusiones, no pecados reales.

Aquí aprendemos que el principal obstáculo para aprender el verdadero perdón es la creencia de que tenemos que perdonar algo real. Creemos que el pecado existe, que se ha causado daño realmente. Es imposible perdonar un pecado que creemos que es real. “Es imposible pensar que el pecado es verdad sin creer que el perdón es una mentira” (L.134.4:2). “La culpabilidad no se puede perdonar” (L.134.5:3).

Éste es un obstáculo muy importante. Puedo asegurar que es posible que algo que antes te pareció un pecado, verlo como un simple error y una petición de amor. Yo lo he sentido. Yo no hice el cambio. No podemos hacerlo nosotros. Pero sí que es necesario querer que el cambio ocurra. Sé que hay muchas cosas que, dándome cuenta o no, todavía juzgo y condeno como pecado, como malo. Cada vez que encuentro juicios en mi mente, no necesito hacer nada, sólo reconocer que está ahí y creer que hay otra manera de verlo. Afirmo que quiero verlo de manera diferente. Pido ayuda para entender el perdón por medio de esa experiencia. Y espero.

Me permito a mí mismo mirar a la ira, al miedo, al resentimiento que puedo estar sintiendo. No lo escondo, eso perpetuaría la mente errada. Quiero también ver mis sentimientos de manera diferente. Reconozco que quizá me estoy juzgando por sentirlos. Por eso, lo que hago con los juicios externos, también lo hago con los juicios internos: Afirmo que quiero verlo de manera diferente y pido ayuda para ello. Y espero.

Lo que entonces sucede es cosa de Dios. Se produce un cambio en mi mente. Puede ocurrir primero en relación con el otro, el “pecador”; o puede suceder primero en relación conmigo. Puesto que el otro y yo somos uno y lo mismo, no importa cómo ocurra o en qué orden. En el cambio, llego a ver algo que estoy juzgando, en el otro o en mí mismo, como una petición de amor. Llego a ver que, sea cual sea la apariencia que tenga, la inocencia está detrás del acto en sí. Puedo ver que estaba enfadado porque quería estar cerca de la otra persona y me alejó. Yo quería unirme, la unidad. No hay nada por lo que sentirse culpable en ello. Lo vi como ataque y ataqué. Ahora veo que no hubo ataque; los dos queremos lo mismo, así que abandono mi ataque y respondo con amor. O puedo ver que la otra persona tenía miedo, se sentía amenazada por mí de alguna manera (y sé que no soy una amenaza), y así perdí la cabeza. Mi ataque fue el mismo error. Veo que no hubo pecado en lo sucedido, y todo el asunto puede abandonar mi mente.

La lección de hoy: Vemos inocencia cuando elegimos verla.

“Mi vista va en busca de la faz de Cristo”. “Hoy elijo ver un mundo perdonado” (1:5). “Ver el rostro de Cristo” es una manera simbólica de decir que vemos inocencia, que vemos un mundo perdonado.

En esta lección vemos que el perdón es una elección. Cuando decidimos que sólo queremos ver inocencia, sólo vemos inocencia. El Espíritu Santo nos da el regalo de la visión. “Lo que contemplo es mío” (1:5). Si veo errores ahí fuera, son mis propios errores. Si veo inocencia, es también la mía propia. Si puedo ver inocencia (y la veré si elijo verla, la veré si lo pido), es la prueba de mi propia inocencia. Únicamente aquellos que ven inocencia en otros conocen su propia inocencia. Los que se sienten culpables siempre verán culpa. Ver inocencia en otros es el medio que Dios nos ha dado para descubrir nuestra propia inocencia. No la podemos encontrar si miramos directamente. Es como intentar verte tu propia cara, necesitas un espejo. El mundo es mi espejo, me muestra el estado de mi propia mente. La imagen en el espejo es sólo una imagen, una ilusión, pero en este mundo es una ilusión necesaria, y lo será hasta que haya conocimiento sin percepción.


¿Qué es el cuerpo? (Parte 9)

L.pII.5.5:1-3

Como se indicó en la Lección 261: “Me identificaré con lo que creo es mi refugio y mi seguridad” (5:1, y ver L.261.1:1). Si pensamos que nuestra identidad física y el ego son nuestra seguridad, nos identificaremos con ellos; si entendemos que ser el amor que somos es lo que nos da seguridad, nos identificaremos con él, en lugar de con el cuerpo y el ego. Si nos identificamos con el cuerpo, nuestra vida se vuelve un intento agobiante e inútil por conservarlo y protegerlo. Si nos identificamos con el amor, el cuerpo se convierte en un instrumento que usamos para expresar nuestro propio ser amoroso, que es Dios expresándose a través de nosotros.

“Tu seguridad reside en la verdad, no en las mentiras” (5:3). El cuerpo es una mentira acerca de nosotros, no es lo que nosotros somos. “Enseña sólo amor, pues eso es lo que eres” (T.6.I.13:2). Ahí es donde reside nuestra verdadera seguridad, y con eso es con lo que tenemos que aprender a identificarnos.

¿Qué me parece “más real” hoy? ¿Mi cuerpo o mi Ser amoroso? ¿A qué le doy más importancia? O ¿a qué dedico la mayor parte de mi tiempo y de mi atención? ¿Qué es lo que más cuido y lo que más me preocupa? La práctica de las lecciones del Libro de Ejercicios puede ser muy reveladora acerca de esto, al comenzar a darme cuenta de que raramente dejo de cuidar mi cuerpo: alimentándolo, vistiéndolo, limpiándolo, durmiendo. ¿Cómo cuido mi espíritu? Cuando la atención a mis necesidades espirituales y a la expresión de mi naturaleza interna sea lo más importante, cuando prefiera perderme el desayuno en lugar de mis momentos de quietud con Dios, sabré que he empezado a cambiar mi identidad de las mentiras a la verdad.

Si al observarme, me doy cuenta de que todavía no es así, que no me sienta culpable por ello. La culpa no sirve para nada positivo. Mi identificación con el cuerpo no es un pecado. Es sólo un error y una indicación de que necesito practicar desaprender esa identificación y, en lugar de ello, aprender a identificarme con el amor. Cuando estoy practicando la guitarra y me doy cuenta de que me estoy saltando algún acorde, no me siento culpable por ello, simplemente intensifico mi práctica de esa canción hasta que la aprendo.


Incluso puedo usar mi costumbre de identificarme con el cuerpo para ayudarme a formar un nuevo enfoque. Cuando me ducho o me lavo la cara, puedo usar el tiempo para repetir mentalmente la lección del día y pensar en su significado para mí. ¿Qué otra cosa más valiosa ocupa tu tiempo en esos momentos? Cuando como, puedo acordarme de dar gracias, y dejar que sea un indicador de que recuerde a Dios. Si estoy solo durante la comida, quizá puedo leer una página del Curso, o la lección. Puedo hacer del cuerpo un instrumento de ayuda para recorrer el camino a Dios.


martes, 24 de septiembre de 2024

Lección 268 Que todas las cosas sean exactamente como son.

 



1. No permitas que hoy sea Tu crítico, Señor, ni que juzgue contra Ti. 2No permitas que interfiera en Tu creación, desfigurándola y convirtiéndola en formas enfermizas. 3Permítaseme estar dispuesto a no atacar su unidad imponiéndole mis deseos, y así dejarla ser tal como Tú la creaste. 4Pues de esta manera seré también capaz de reconocer a mi Ser tal como Tú lo creaste. 5Fui creado en el Amor y en el Amor he de morar para siempre. 6¿Qué podría asustarme si dejo que todas las cosas sean exacta-mente como son?

2. Que nuestra vista no sea blasfema hoy, y que nuestros oídos no hagan caso de las malas lenguas. 2Sólo la realidad está libre de dolor. 3Sólo en la realidad no se experimentan pérdidas. 4Sólo la realidad ofrece completa seguridad. 5Y esto es lo único que buscamos hoy.





Comentario:

Vista a la luz del perdón, esta lección nos enseña que criticar lo que existe es juzgar y condenar a Dios. Dejar que todas las cosas sean lo que son es una forma de perdón. Insistir en que las cosas sean diferentes es juzgar y no perdonar. Como Paul Ferrini dice sabiamente en su libro Del Ego al Ser: “Sólo cuando me resisto a lo que está aquí, deseo lo que no está”.

Estamos llenos de deseos acerca de cómo deberían ser las cosas. Todos estamos descontentos con las cosas tal como son. ¿Está alguien contento con todas las cosas de su vida?

Sin embargo, esto es lo que nos aconseja esta lección. Podría parecer un consejo cruel, tanto para mí como para el mundo que me rodea. Si vivimos en condiciones desagradables (enfermos, atrapados en una relación destructiva, muriendo a causa de una enfermedad, pasando apuros económicos, muy desgraciados), ¿Cómo podemos decir con honestidad: “Que todas las cosas sean exactamente como son”? Parece decir algo horrible.

Si vemos situaciones horribles a nuestro alrededor, en la familia, amigos, el mundo, con personas en alguna de las situaciones que se han mencionado antes, ¿Cómo podemos decir: “Que así sea”?

Nuestra resistencia a decir estas palabras en tales circunstancias da testimonio de nuestra firme creencia de que tales condiciones son reales. Si creemos que el sufrimiento es real, ¡por supuesto que no queremos que continúe! No lo podemos decir si lo que significa para nosotros es: “Que mi hermano se muera en dolor”, o “Que mi marido siga bebiendo y pegándome”. ¡Por supuesto que no!

La lección es sencillamente una llamada a recordar que las condiciones que vemos no son reales. “Sólo en la realidad no se experimentan pérdidas” (2:3).Es una llamada a recordar que “nada real puede ser amenazado” y que “nada irreal existe” (T.In.2:2). No podemos decir: “Que todo sea como es” hasta que primero reconozcamos que “todo” se refiere únicamente a lo que es real, únicamente a lo que es de Dios. El resto es ilusión.

Decir: “Que todas las cosas sean exactamente como son”, es una afirmación de fe en que lo que parece ser dolor y sufrimiento no está ahí realmente. Es una respuesta a la llamada de Dios, que nos saca del mundo de las condiciones y nos lleva a la verdad sin condiciones. Es una frase que se aplica, no al mundo que vemos con los ojos del cuerpo, sino al mundo que podemos ver únicamente con los ojos de Cristo. Es una afirmación de que queremos ver la realidad que hay detrás de todas las ilusiones de sufrimiento.

No significa que le demos la espalda a un hermano que está sufriendo y con dolor, verle y cruelmente decir: “Que sea exactamente así”. Ése es el viejo error cristiano de: “Es la Voluntad de Dios”. No es la Voluntad de Dios que suframos y muramos. Pensar eso es creer que el error es real, y luego culpar a Dios por ello.

Esta lección habla de no ver ningún error.

“No veas el error. No lo hagas real. Selecciona lo amoroso y perdona el pecado, eligiendo en su lugar el rostro de Cristo”. (Canción 2.I.3:3-5)

Decir: “Que todas las cosas sean exactamente como son”, es una afirmación de que las condiciones no necesitan cambiar para que el amor sea real. Sólo el amor es real, sean cuales parezcan ser las condiciones, eso es lo que estamos afirmando.

El error, el dolor y el sufrimiento que vemos, no proceden de Dios. Por lo tanto, no son reales. Es sólo una proyección de nuestra mente colectiva. Están ahí porque hemos deseado ser diferentes a como Dios nos creó. Poner fin al deseo de que nuestras condiciones sean diferentes es el comienzo de la desaparición de la ilusión. Lo que se me pide es que renuncie a ser el creador del universo. Pensamos que podemos cambiar esto y arreglar aquello, remendar tal cosa, y el mundo será un lugar mejor. ¡Es nuestra intromisión en la realidad lo que lo ha hecho como es! Es nuestra intromisión lo que tiene que terminar.

Mientras estamos en el mundo de la ilusión, tenemos que actuar con sensatez. Si me corto el dedo, no lo dejo sangrar de manera descuidada aunque sé que el mundo no es real. No, le pongo una tirita. Sin embargo, al hacerlo, que me dé cuenta de que lo que estoy haciendo es “magia”. Sólo estoy remendando la ilusión, y no es realmente importante. Sólo contribuye a una ilusión más cómoda. Hacer que la ilusión sea más cómoda está bien, pero en realidad carece de importancia.

Lo mismo sirve para situaciones extremas. Supón que me estoy muriendo de cáncer. Por supuesto que lo trato. La manera en que lo trato no importa. Puedo usar tratamiento médico. Puedo intentar curarme con una dieta. Puedo hacer afirmaciones y condicionamiento mental. Todo ello es magia, todo ello está remendando la ilusión. Al final no importa si mi cuerpo muere o vive. “Que todas las cosas sean exactamente como son” en esta circunstancia significa que “Lo que importa no es lo que le sucede al cuerpo. Lo que importa es dar y recibir amor. No necesito librarme del cáncer para ser feliz, lo que le sucede a mi cuerpo no afecta a lo que yo soy”.

Cuando estoy enfermo, si continuamente insisto en que mi estado físico tiene que cambiar para que yo sea feliz, estoy perpetuando el error que me enfermó. “Que así sea” no significa que abandone todos mis esfuerzos por mejorar mi estado, sino que significa que abandono todo mi empeño en el resultado. Significa que no importa cómo evolucione y se manifieste el estado físico, descanso seguro de que no puede perjudicar al bien final de todas las cosas.

La lección 24 dice: “No percibo lo que más me conviene”. Decir: “Que así sea” es el resultado natural de darnos cuenta de nuestra ignorancia. Actuando desde nuestro limitado punto de vista, podemos intentar cambiar las condiciones, pero al hacerlo, reconocemos que hay muchas cosas que no entendemos, muchas cosas que todavía no hemos tenido en cuenta porque desde la perspectiva de una mente separada no podemos verlo. Por eso hacemos lo que vemos que hay que hacer, pero no nos apegamos al resultado, reconociendo que sean cuales sean nuestros esfuerzos, los resultados están en manos de Dios, y las manos de Dios son buenas manos. Como un ejemplo de esta actitud, orando en el Jardín de Getsemaní Jesús dijo: “Padre mío, si esta copa no puede pasar sin que yo la beba, hágase Tu Voluntad” (Mt 26:39). Desde su perspectiva como ser humano individual, Jesús no quería ser clavado a una cruz. Desde su confianza en Dios, todavía podía decir: “Hágase en mí Tu Voluntad”.

“Es necesario que el maestro de Dios se dé cuenta, no de que no debe juzgar, sino de que no puede”. (M.10.2:1)

Decir: “que así sea” es darse cuenta de esto, y afirmar que el juicio de Dios es perfecto. No vamos a juzgar nada de lo que suceda. “Hoy no juzgaré nada de lo que ocurra” (L.243). Eso significa que no juzgamos nada como malo, y que tampoco juzgamos nada como bueno. No juzgamos en absoluto. Lo que es, es. “Que así sea”.





¿Qué es el cuerpo? (Parte 8)

L.pII.5.4:3-4

Cuando cambiamos el propósito de nuestro cuerpo del asesinato a los milagros, de la búsqueda del infierno a la meta del Cielo, ¿Cómo se hace esto en la práctica? “El Hijo de Dios busca la mano de su hermano para ayudarlo a marchar por la misma senda que él” (4:3). Es así de sencillo. Extendemos la mano para ayudar a nuestro hermano. Ponemos la mano bajo su brazo cuando tropieza y le ayudamos a caminar con nosotros hacia Dios. Somos los primeros en darle la bienvenida con nuestra sonrisa. Abandonamos el orgullo y somos el primero que busca la reconciliación en una relación dolida. Visitamos a un amigo enfermo. Nos ayudamos el uno al otro.

Algunos dicen que puesto que nuestra única responsabilidad es aceptar la Expiación para nosotros mismos, no importan las acciones externas, que todo es mental. Yo digo: “¡Qué va!” Aceptar la Expiación para uno mismo es la única responsabilidad del “obrador de milagros”. Esto significa que si aceptas la Expiación, obrarás milagros. Si no estás obrando milagros (llevando la sanación a aquellos a tu alrededor), no estás aceptando la Expiación. Los dos van juntos. Lee el párrafo en el que aparece la frase “la única responsabilidad” (T.2.V.5), y date cuenta de lo que sigue a esa frase. Al aceptar la Expiación, tus errores son sanados, y luego tu mente sólo puede curar. Al hacer esto:

“… te colocas en una posición desde la que puedes eliminar la confusión de niveles en otros. El mensaje que entonces les comunicas es el hecho irrefutable de que sus mentes son igualmente constructivas”. (T.2.V.5:4-5, lee el párrafo entero)

Para ser un obrador de milagros tienes que aceptar la Expiación para ti mismo; para sanar los errores de otros, primero tienes que haber sanado los tuyos (M.18.4).

Si conoces la teología cristiana, esta confusión entre sanar yo y sanar a otros es parecida al viejo argumento de la salvación por la gracia y la salvación mediante acciones. La Biblia dice que hacer buenas obras no te salvará, que la salvación tiene lugar “mediante la gracia a través de la fe”. Y sin embargo también dice que si tienes fe, harás obras buenas; las obras buenas son la señal de la fe. Por lo tanto, “la fe sin obras es una fe muerta” (Santiago 2:20). De igual modo, aceptar la Expiación es todo lo que se necesita, pero la “prueba” de que has aceptado la sanación para tu propia mente es la extensión de los milagros de sanación a aquellos que te rodean. El Curso repite esto una y otra vez, diciendo que el modo en que tú sabes que has sanado es sanando a otros.

“Por eso es por lo que los milagros dan testimonio de que eres bendito. Si perdonas completamente es porque has abandonado la culpabilidad, al haber aceptado la Expiación y haberte dado cuenta de que eres inocente. ¿Cómo ibas a percatarte de lo que se ha hecho por ti, sin tú saberlo, a menos que hicieses lo que no podrías sino hacer si se hubiese hecho por ti?” (T.14.I.1:6-8)

Así que lo que estas frases están diciendo (volviendo a “¿Qué es el Cuerpo?”) es que el cuerpo se vuelve santo al usarlo al servicio de otros. Al extender la mano para ayudar, llevamos sanación a nuestra mente. Extendemos en lugar de apartarnos, buscamos sanar en lugar de herir, es la manera en que aceptamos la Expiación, o mejor dicho, la manera de demostrarnos a nosotros mismos que la hemos aceptado. La mente que ha aceptado la Expiación puede únicamente sanar, y mediante la sanación conocemos a nuestro Ser. Date cuenta aquí de que el cuerpo “sirve para sanar la mente” (4:5). Sí, la mente es lo que necesita sanación, pero el cuerpo sirve para sanarla al actuar con amor sanador con otros.


lunes, 23 de septiembre de 2024

Lección 267 Mi corazón late en la paz de Dios.

 



1. Lo que me rodea es la vida que Dios creó en Su Amor. 2Me llama con cada latido y con cada aliento; con cada acción y con cada pensamiento. 3La paz llena mi corazón e inunda mi cuerpo con el propósito del perdón. 4Ahora mi mente ha sanado, y se me concede todo lo que necesito para salvar al mundo. 5Cada latido de mi corazón me inunda de paz; cada aliento me infunde fuerza. 6Soy un mensajero de Dios, guiado por Su Voz, apoyado por Su amor y amparado eternamente en la quietud y en la paz de Sus amorosos Brazos. 7Cada latido de mi corazón invoca Su Nombre, y cada uno es contestado por Su Voz, que me asegura que en Él estoy en mi hogar.

2. Que preste atención sólo a Tu Respuesta, no a la mía. 2Padre, mi corazón late en la paz que el Corazón del Amor creó. 3Y es ahí y sólo ahí donde estoy en mi hogar.





Ya hemos visto que cuando Jesús usa la palabra corazón, quiere decir mente. El corazón es simplemente una representación más poética. Es mi mente la que late en la paz de Dios, ciertamente no una parte de mi cuerpo. Hemos visto cómo Jesús usa imágenes del cuerpo a lo largo de Un Curso de Milagros -en este caso imágenes que connotan amor- pero, huelga decir que no son más que símbolos que se encuentran con nosotros en la condición física en la que creemos que existimos (T-25.I.7:4).

Una vez más, Jesús indica que está hablando de propósito. Debemos tener cuidado de no cambiar su significado. Cuando mi corazón o mente late en la paz de Dios, es porque mi tomador de decisiones se ha unido con el Espíritu Santo en mi mente correcta, y así comparto Su propósito. El propósito del ego para este mundo es atacar, haciendo así que la separación sea real. El propósito del Espíritu Santo es deshacer la separación a través del perdón.

Mi vista sanada me muestra un mundo con un solo propósito, y todo está unido en esta visión del perdón. Mi mente está ahora liberada de la culpa y el odio que me mantenía alejada de los brazos amorosos de Dios, y como mi mente está abierta a recibir al Hijo de Dios, siento que la fuerza tranquila de mi Padre me rodea en Su Amor silencioso.

Que preste atención sólo a Tu Respuesta, no a la mía.

Esta es una oración a la persona que toma las decisiones de la mente, para que escoja la Respuesta de Dios en lugar de la suya propia. Así encontramos otra manera de decir que reconocemos nuestra elección equivocada por ilusión, y ahora nos decidimos por la verdad que descansa en nuestras mentes correctas, y que ha esperado pacientemente nuestra decisión de volver a unirnos a ella.


Comentario:

Ésta es una lección corta, pero muy poderosa. Es una de esas lecciones muy positivas que dice cosas maravillosas acerca de nosotros. Si os parecéis a mí, y estoy seguro de que en cierto modo sí, a menudo al leer una lección como ésta, hay como una especie de filtro mental actuando. La lección dice: “Ahora mi mente ha sanado”, e inmediatamente la corriges: “Bueno, ha sanado en parte” o “Algún día sanará” o “Mi mente está en el proceso de ser sanada”. Quitamos valor al significado. Cuando dice: “La paz llena mi corazón e inunda mi cuerpo con el propósito del perdón”, nos sentimos tentados a negar que es así y pensamos: “La paz no llena mi corazón”. El ego está continuamente intentando negar la verdad acerca de nosotros.

Lo que el Curso está diciendo acerca de nosotros no encaja con la imagen que tenemos en nuestra mente. La opinión tan mala acerca de nosotros mismos que continuamente intentamos mantener es uno de nuestros problemas más importantes. Cuando hacemos una meditación del Libro de Ejercicios, abandonar esa pobre imagen es lo que necesitamos practicar durante un rato. El Curso nos dice constantemente que activamente impedimos que llegue a nuestra consciencia una idea verdadera de Quién somos y de Lo Que somos. Las meditaciones del Libro de Ejercicios son parte de nuestro entrenamiento en abandonar la imagen que nos hemos inventado acerca de nosotros mismos, y en lugar de ella aceptar el Pensamiento que Dios tiene de nosotros. En algún lugar dentro de cada uno de nosotros hay un ligero resplandor de reconocimiento de que este párrafo habla de nosotros y no sobre un santo muy lejano. Es esa pequeña chispa, como el Curso la llama, que el Espíritu Santo quiere convertir en una llama.

De eso trata el Curso. Nuestra valoración de nosotros es increíblemente mala, nos menospreciamos. “Soy un mensajero de Dios”. De verdad lo soy. Puede que me sienta mucho menos que eso, pero siempre soy ese mensajero. Siempre tengo todo lo que necesito para salvar al mundo.

Hoy, al leer esta lección, intenta no corregir la lección en tu mente. Cuando dice: “Ahora mi mente ha sanado”, deja que eso sea verdad para ti ahora. No te preocupes por cómo pasaste ayer todo el día. No te preocupes por cómo estará tu mente después de la meditación. Deja que sea verdad en este momento. Estate de acuerdo con la manera en que Cristo te ve, y respóndele: “Sí. Ahora mi mente ha sanado”.

Lee despacio, para darte tiempo a absorber cada frase. Necesitamos tiempo, principalmente para localizar las respuestas negativas que la mente del ego inventará, y simplemente ¡no le hagas caso! No luches ni discutas con el ego. Únicamente decide, durante estos pocos minutos, no escucharle. Únicamente decide, durante estos pocos minutos, escuchar la Voz que habla en favor de Dios.





¿Qué es el cuerpo? (Parte 7)

L.pII.5.4:1-2

¡Qué cambio hay desde que empieza el párrafo cuatro! Se nos ha dicho que el cuerpo es una cerca para separar partes de nuestro Ser de otras partes (1:1), que no durará (2:1, 3), que su muerte es la “prueba” de que el eterno Hijo de Dios puede ser destruido (2:9), y que es un sueño hecho de miedo y para ser temeroso (3:1,4). Ahora, con un cambio de propósito, todo cambia de repente: “El cuerpo es el medio a través del cual el Hijo de Dios recobra la cordura” (4:1).

Merece la pena parar y repetirme a mí mismo: “El cuerpo es el medio a través del cual el Hijo de Dios recobra la cordura”. Con todas las cosas aparentemente negativas que el Curso dice del cuerpo, ésta es una afirmación sorprendente. A la mayoría de nosotros, a mí ciertamente, nos sientan bien pensamientos positivos de este estilo sobre nuestro cuerpo. Hacerlos personales me ayuda a sentirlos más vivamente: “Mi cuerpo es el medio por el que el Hijo de Dios recobra la cordura”.

En lugar de la actitud negativa y aborrecible hacia el cuerpo de algunas religiones, actitudes que hacen desear deshacerse del cuerpo y dejarlo de lado, esta afirmación del Curso nos da una actitud positiva hacia el cuerpo. “¡Este cuerpo es mi vehículo para regresar al hogar!” ¿Cómo puede el cuerpo ser el medio para recobrar la cordura?

Se convierte en eso cuando cambiamos su propósito. Sustituimos la “meta del infierno” por la “meta del Cielo” (4:2). Empezamos a usar el cuerpo para expresar y extender el amor que el cuerpo pretendía dejar afuera y para lo que se inventó. Está claro que esto supone una actividad física en el mundo, ya que todo lo relacionado con el cuerpo es físico. Recuerda lo que Jesús nos dijo antes en el Quinto Repaso:

“Pues esto es lo único que necesito: que oigas mis palabras y que se las ofrezcas al mundo. Tú eres mi voz, mis ojos, mis pies y mis manos, con los cuales llevo la salvación al mundo”. (L.rV.In.9:2-3)

Así es como el cuerpo se convierte en “el medio a través del cual el Hijo de Dios recobra la cordura”. Cuando ofrecemos nuestro cuerpo para que sirva a los propósitos del Espíritu Santo en este mundo, usando nuestra voz, nuestros ojos, nuestras manos y nuestros pies, para dar las palabras de Jesús al mundo (quizá con palabras, o con el ejemplo, o a través de ayuda física, ayudando y sanando), nuestra mente sana junto con la mente de aquellos a nuestro alrededor. En este sueño físico, Dios necesita mensajeros físicos. Y tú y yo somos esos mensajeros.


sábado, 21 de septiembre de 2024

Lección 266 Mi santo Ser mora en ti, Hijo de Dios.

 



1. Padre, mediste todos Tus Hijos para que fuesen mis salvadores y mis consejeros de visión; los heraldos de Tu santa Voz. 2En ellos Tú te ves reflejado y en ellos Cristo me contempla desde mi Ser. 3No permitas que Tu Hijo se olvide de Tu santo Nombre. 4No permitas que Tu Hijo se olvide de su santo Origen. 5No permitas que Tu Hijo se olvide de que su nombre es el Tuyo.

2. En este día entramos al paraíso, invocando el Nombre de Dios y el nuestro, reconociendo nuestro Ser en cada uno de nosotros y unidos en el santo Amor de Dios. 2¡Cuántos salvadores nos ha dado Dios! 3¿Cómo podríamos perdernos en nuestro trayecto hacia Él, cuando Él ha poblado el mundo con aquellos que señalan hacia Él, y nos ha dado la vista para poder contemplarlos?





Comentario:

Estas palabras no se las digo a Jesús o a Cristo como un ser abstracto. Estas palabras se las digo a la persona que está sentada a mi lado, a mi jefe, a las personas de mi familia, a cualquiera que esté en frente de mí o en mi mente. “Mi santo Ser mora en ti, Hijo de Dios”.

Si mi mente está iluminada, todo el mundo es mi salvador. Todos señalan el camino a Dios (2:2-3). Jesús aquí está diciendo: “¡Despierta! No puedes perderte. El mundo está lleno de personas, y cada uno te señala el camino a Dios. Cada uno refleja a Su Hijo. Tu Ser está en cada uno de ellos. Únicamente abre los ojos y yo te daré la visión para que Le veas”.

“La Voluntad de Dios es que tú encuentres la salvación. ¿Cómo, entonces, no te iba a haber proporcionado los medios para encontrarla? Si Su Voluntad es que te salves, tiene que haber dispuesto que alcanzar la salvación fuese posible y fácil. Tienes hermanos por todas partes. No tienes que buscar la salvación en parajes remotos. Cada minuto y cada segundo te brinda una oportunidad más para salvarte”. (T.9.VII.1:1-6)

Nada muestra tan claramente lo deformada que está nuestra percepción como nuestra reacción a esta lección. Quizá en este momento estás pensando: “¡Sí, seguro! ¡A mí no me parecen salvadores y portadores de la Voz de Dios!”. Si somos honestos, la mayoría de nosotros reconoceremos que percibimos a nuestros hermanos como obstáculos y barreras en el camino a Dios, o como claros enemigos. Entonces, pensemos en la posibilidad de que la razón por la que los vemos así no tiene nada que ver con ellos o con la verdad. Pensemos que quizá hemos puesto nuestros pecados sobre ellos, y los vemos devolviéndonos esa forma de mirar (L.265.1:1). Empecemos a darnos cuenta de que nuestra forma de ver todas las cosas está al revés, y necesita ser corregida.

Que hoy abra los ojos. Que hoy me recuerde a mí mismo que cada persona con la que me encuentro o en la que pienso “es mi salvador, mi consejero para la visión, y mi portador de la Voz de Dios”. Que yo pida: “Dios, dame la visión para reconocer a mi Ser en esta persona”. Que reconozca que si veo algo distinto a lo que Dios dice que es su realidad, es mi propia enfermedad mental, mi propia manera deformada de ver, y que le lleve esas percepciones al Espíritu Santo para que Él las sane.




¿Qué es el cuerpo? (Parte 6)

L.pII.5.3:4-5

Nuestra mente eligió inventar el cuerpo. Lo hicimos con miedo, y lo hicimos para ser temeroso. Una vez que comienza ese propósito, continuará a menos que se cambie de propósito. El cuerpo debe “cumplir el propósito que le fue asignado” (3:4), y continuará sirviendo al miedo mientras no pongamos en duda la base sobre la que se fabricó. Continuará protegiendo la separación, aislándonos, defendiendo nuestro pequeño ser contra el amor.

Sin embargo, nuestra mente tiene un gran poder. Nuestra mente puede elegir cambiar el propósito del cuerpo. Nuestra mente no está al servicio de nuestro cuerpo, sino que es el cuerpo el que sirve a la mente. Si en nuestra mente cambiamos lo que pensamos acerca de para qué es el cuerpo, el cuerpo empezará a servir a ese nuevo propósito. En lugar de usar el cuerpo para mantener alejado al amor, podemos empezar a usar el cuerpo para extender amor, para expresar amor, para sanar en lugar de hacer daño, para comunicarnos en lugar de separarnos, para unir en lugar de dividir. En lugar de ser una cerca, puede ser un medio de comunicación, el instrumento mediante el cual el Amor de Dios puede verse y oírse y tocarse en este mundo. Ésta es nuestra función aquí.

No dejes de llevar a cabo tu función de amar en un lugar falto de amor que fue engendrado de las tinieblas y el engaño, pues así es como se deshacen las tinieblas y el engaño. (T.14.IV.4:10)

Estamos aquí para manifestar el Amor de Dios, para ser el Amor de Dios en este lugar sombrío y sin amor. El Amor sin forma de Dios toma forma en nuestro perdón, y en nuestro reconocimiento misericordioso y agradecido del Cristo en todos nuestros hermanos (L.186.14:2), mientras extendemos nuestra mano para ayudarles en su camino (L.pII.5.4:3).

















































Lección 265 Lo único que veo es la mansedumbre de la creación.

 



1. Ciertamente no he comprendido el mundo, ya que proyecté sobre él mis pecados y luego me vi siendo el objeto de su mirada: 2¡Qué feroces parecían! 3¡Y cuán equivocado estaba al pensar que aquello que temía se encontraba en el mundo en vez de en mi propia mente! 4Hoy veo el mundo en la mansedumbre celestial con la que refulge la creación. 5En él no hay miedo. 6No permitas que ninguno de mis aparentes pecados nuble la luz celestial que refulge sobre el mundo. 7Lo que en él se refleja se encuentra en la Mente de Dios. 8Las imágenes que veo son un reflejo de mis pensamientos. 9Pero mi mente es una con la de Dios. 10Por lo tanto, puedo percibir la mansedumbre de la creación.

2. En la quietud quiero contemplar el mundo, el cual refleja únicamente Tus Pensamientos, así como los míos. 2Concédaseme recordar que son lo mismo, y veré la mansedumbre de la creación.




Comentario:

Esta lección afirma muy claramente cómo aparentemente el mundo viene a atacarnos:

“Ciertamente no he comprendido el mundo, ya que proyecté sobre él mis pecados y luego me vi siendo el objeto de su mirada: ¡Qué feroces parecían! ¡Y cuán equivocado estaba al pensar que aquello que temía se encontraba en el mundo en vez de en mi propia mente!” (1:1-3)

Me siento culpable por algo en mí. Proyecto esa culpa fuera, pongo mis pecados sobre el mundo y luego lo veo devolviéndome esa misma mirada. “La proyección da lugar a la percepción” (T.21.In.1:1). Hay más de un sitio donde el Curso dice que nunca veo los pecados de otro sino los míos (por ejemplo, T.31.III.1:5). El mundo que veo es el reflejo externo de un estado interno (T.21.In.1:5). La Canción de la Oración dice:

“Es imposible perdonar a otro, pues son únicamente tus pecados los que ves en él. Quieres verlos allí y no en ti. Es por eso que el perdón a otro es una ilusión. Sin embargo, es el único sueño feliz en todo el mundo, el único que no conduce a la muerte. Únicamente en otro puedes perdonarte a ti mismo, pues le has declarado culpable de tus pecados, y en él debe buscarse ahora tu inocencia. ¿Quiénes sino los pecadores necesitan ser perdonados? Y nunca pienses que puedes ver pecado en nadie excepto en ti mismo”. (Canción 2.I.4:2-8)

“Nunca pienses que puedes ver pecado en otro, sino en ti mismo”. ¡Ah! ¡Qué afirmación más poderosa! “Son sólo tus propios pecados lo que ves en él”. Muchas personas, y yo también, tenemos problemas con esta idea. Verdaderamente pienso que nuestro ego lucha contra esto, y usa cualquier medio a su alcance para no aceptarlo.

Ante frases como ésta, una reacción frecuente es: “¡Imposible! Nunca he pegado a mi esposa. Nunca he matado o violado o traicionado como ha hecho él”. Donde creo que nos equivocamos es al mirar a las acciones concretas y decir: “Ellos hacen eso. Yo no”, pensando que hemos demostrado que el pecado que vemos no es el nuestro.

La acción no es el pecado. La culpa sí. La idea es más extensa que las acciones concretas. La idea de ataque es ésta: “Es el juicio que una mente hace contra otra de que es indigna de amor y merecedora de castigo” (T.13.In.1:2). La acción de la persona que estamos juzgando no es importante; estamos viendo a otra persona como “indigna de amor y merecedora de castigo” porque primero nos hemos visto a nosotros mismos de esa manera. Sentimos que somos indignos, no nos gusta ese sentimiento, y lo proyectamos sobre otros. Encontramos determinadas acciones que asociamos con ser indignas y que nosotros no cometemos (aunque a veces están en nosotros, sólo que reprimidas o enterradas), ¡ésta es la manera exacta en que intentamos deshacernos de la culpa!

La proyección y la disociación (separación de ello) continúan en nuestra propia mente así como afuera. Cuando me condeno a mí mismo por, digamos, comer en exceso, y pienso que me siento culpable por comer en exceso, estoy haciendo lo mismo que cuando condeno a un hermano por mentir o por cualquier otra cosa. En unos casos pongo la culpa fuera de mí; en otros casos la pongo en una parte oscura de mí que rechazo. “No sé por qué hago eso, yo sé hacer cosas mejores”.

Cuando me siento culpable, estoy rechazando una parte de mi propia mente. Hay una parte de mí que siente la necesidad de comer en exceso, o de enfadarme con mi madre, o de fastidiar mi profesión, o de abusar de mi cuerpo con alguna droga. Hago estas cosas porque me siento culpable y pienso que merezco castigo. La culpa básica no viene de estas cosas insignificantes, sino de mi profunda creencia de que realmente he conseguido separarme de Dios, de que he hecho de mí mismo algo diferente a la creación de Dios, de que soy mi propio creador. Y puesto que Dios es bueno, yo debo ser malo. Pensamos que el mal está en nosotros, que somos el mal. No podemos soportar esa idea, y por eso apartamos una parte de nuestra mente y de nuestro comportamiento y ponemos la culpa a sus pies.

El mismo proceso funciona cuando veo pecado en un hermano. Pero desde el punto de vista del ego, ver culpa en otro es mucho más atrayente y funciona mejor para esconder la culpa que quiere que conservemos; aleja completamente la culpa de mi vista. En realidad mi hermano es una parte de mi mente tanto como la parte oscura forma parte de mi mente. Todo el mundo es mi mente, mi mente es todo lo que existe.

“¡Y cuán equivocado estaba al pensar que aquello que temía se encontraba en el mundo en vez de en mi propia mente!” (1:3)

(En su propia identificación con el ego) “siempre ve este mundo como algo externo a él, pues esto es crucial para su propia adaptación. No se da cuenta de que él es el autor de este mundo, pues fuera de sí mismo no existe ningún mundo”. (T.12.III.6:6-7)

“Quítate las mantas de encima y hazle frente a lo que te da miedo”. (T.12.II.5:2)

Necesitamos mirar a aquello que nos da miedo y darnos cuenta de que todo ello está en nuestra propia mente. Finalmente, cuando nos demos cuenta de la verdad de todo esto, podremos hacer algo para solucionarlo. Hasta entonces somos víctimas indefensas.

Vemos pecado en otros porque creemos que necesitamos ver pecado en otros para no verlo en nosotros mismos. Creemos en la idea de que algunas personas no son dignas de amor y que merecen castigo. Dentro de nosotros sabemos que nosotros mismos somos uno de los que condenamos, pero el ego nos dice que si podemos ver la culpa en otros de afuera, verlos como peores que nosotros, podemos escaparnos del juicio. Por eso proyectamos la culpa.

Lo que esta lección dice es que si le quitamos al mundo la mancha de nuestra propia culpa, veremos su “mansedumbre celestial” (1:4). Si puedo recordar que mis pensamientos y los de Dios son lo mismo, no veré pecado en el mundo porque no lo veo en mí mismo.

Por lo tanto, el mundo a nuestro alrededor nos ofrece miles de oportunidades de perdonarnos a nosotros mismos. “Únicamente en otro puedes perdonarte a ti mismo, pues le has declarado culpable de tus pecados, y en él debe buscarse ahora tu inocencia” (Canción 2.I.4:6). Cuando alguien aparece en nuestra vida como pecador, tenemos una oportunidad de perdonarnos a nosotros en él. Tenemos una oportunidad de abandonar la idea fija de que lo que esa persona ha hecho le hace culpable de un pecado. Tenemos la oportunidad de dejar a un lado sus acciones perjudiciales y ver la inocencia que sigue estando en él. Dejamos a un lado nuestro juicio condicionado y permitimos que el Espíritu Santo nos muestre algo diferente.

Parece que estamos trabajando en perdonar a otra persona. En realidad siempre nos estamos perdonando a nosotros mismos. Cuando descubrimos la inocencia en esa otra persona, de repente estamos más seguros de nuestra propia inocencia. Cuando vemos lo que han hecho como una petición de amor, podemos igualmente ver nuestra propia conducta equivocada como una petición de amor. Descubrimos una inocencia compartida, una inocencia total y completa, sin que haya cambiado desde que Dios nos creó.




¿Qué es el cuerpo? (Parte 5)

L.pII.5.3:1-3

“El cuerpo es un sueño”. (3:1)

Este melodrama de atacar y ser atacado, de vencedor y presa, de asesino y víctima, es un sueño en el que el cuerpo juega el papel principal. Piensa en lo que supone que mi cuerpo es un sueño. En un sueño todo parece completamente real. He tenido sueños terribles y aterradores acerca de mi cuerpo. Una vez soñé que mis dientes se estaban deshaciendo y cayéndose. Pero cuando me desperté, nada de eso estaba sucediendo. Estaba todo en mi mente mientras dormía.

Al decir que el cuerpo es “un sueño”, el Curso está diciendo que lo que le sucede a nuestro cuerpo aquí en realidad no está sucediendo, no es una cosa real. Realmente no estamos aquí como creemos, estamos soñando que estamos aquí. Mi hijo, que trabaja con ordenadores en el terreno de la realidad virtual, fue conectado a un robot a través de un ordenador, viendo a través de los ojos del robot y sintiendo a través de sus manos.

Tuvo la extraña sensación de sentirse a sí mismo al otro lado del laboratorio del ordenador, mientras que su cuerpo estaba en este lado, incluso miró a lo largo del laboratorio y “vio” su propio cuerpo llevando el casco de Realidad Virtual que le habían puesto. Nuestra mente se siente a sí misma como estando “aquí” en la tierra dentro, de un cuerpo; pero no está aquí. Aquí no es aquí. Todo ello está dentro de la mente.

Los sueños pueden reflejar felicidad, y luego repentinamente convertirse en miedo, la mayoría hemos sentido eso en sueños probablemente. Y lo hemos sentido en nuestras “vidas” aquí en el cuerpo. Los sueños nacen del miedo (3.2), y el cuerpo como es un sueño, ha nacido también del miedo. El amor no crea sueños, crea de verdad (3:3). Y el amor no creó el cuerpo:

“El cuerpo no es el fruto del amor. Aun así, el amor no lo condena y puede emplearlo amorosamente, respetando lo que el Hijo de Dios engendró y utilizándolo para salvar al Hijo de sus propias ilusiones”. (T.18.VI.4:7-8)

El cuerpo es fruto del miedo, y los sueños que son su resultado siempre terminan en miedo.

El cuerpo fue hecho por el miedo y para el miedo, sin embargo “el amor puede usarlo con ternura”. Cuando entregamos al Espíritu Santo nuestro cuerpo para Su uso, cambiamos el sueño. Pues ahora el cuerpo tiene un propósito diferente, dirigido por el amor.

































viernes, 20 de septiembre de 2024

Lección 264 El Amor de Dios me rodea.

 



1. Padre, estás delante y detrás de mí, a mi lado, allí donde me veo a mí mismo y dondequiera que voy. 2Estás en todo lo que contemplo, en los sonidos que oigo y en cada mano que busca la mía. 3En Ti el tiempo desaparece, y la idea del espacio se vuelve una creencia absurda. 4Pues lo que rodea a Tu Hijo y lo mantiene a salvo es el Amor Mismo. 5No hay otra fuente que ésa, y no hay nada que no comparta Su santidad, nada que se encuentre aparte de Tu única creación o que carezca del Amor que envuelve a todas las cosas dentro de Sí. 6Padre, Tu Hijo es como Tú. 7Hoy apelamos a Ti en Tu Propio Nombre, para estar en paz dentro de Tu eterno Amor.

2. Hermanos míos, uníos a mí en este propósito hoy. 2Ésta es la plegaria de la salvación. 3¿No deberíamos acaso unirnos a lo que ha de salvar al mundo y a nosotros junto con él?




Comentario:

La mayor parte de la lección de hoy es una oración preciosa, y mi sugerencia es que tomemos el tiempo no sólo de leerla, sino de leerla en voz alta, con todo el sentimiento de que seamos capaces. Jesús dice:

“Hermanos míos, uníos a mí en este propósito hoy. Ésta es la plegaria de la salvación”. (2:1-2)

¿Lo vas a hacer? Quizá podemos hacer una pausa al mediodía, cada uno en su zona horaria, y al hacerlo, darnos cuenta de que otros se están uniendo a nosotros en ese mismo momento para hacer juntos esta misma oración. Y Jesús se une a todos nosotros cada vez que repetimos: “Que a través nuestro, el mundo sea bendecido con paz” (L.360).

(Si no puedes hacer una pausa al mediodía, hazla en cualquier otro momento. Alguien, en alguna parte, se estará uniendo a ti.)

Imagínate el efecto en ti si por lo menos una vez por hora, y más si es posible, sencillamente te paras un instante y en silencio repites para tus adentros: “El Amor de Dios me rodea”.

“Dios es tu seguridad” dice la Lección 261. El propósito de estas diez lecciones es centrar nuestra atención sobre el amor, que es “invisible”, en lugar de prestar atención al cuerpo, que es visible. Un párrafo del Texto, que da la casualidad que estoy leyendo hoy, dice:

“Cuando hiciste que lo que no es verdad fuese visible, lo que es verdad se volvió invisible para ti… Es invisible para ti porque estás mirando a otra cosa”. (T.12.VIII.3:1,3)

Por lo tanto, lo que no se ve no ha desaparecido. El amor sigue estando en mi mente porque Dios lo puso allí. El amor sigue estando en todo, rodeándome, y lo veré si dejo de buscar otra cosa. Jesús dice que si miramos al amor el tiempo suficiente, lo que no existe se hará invisible para nosotros. Ese proceso es el cambio del que habla el Curso. Cuando dejamos de querer ver algo diferente al amor, sólo veremos amor. Ese resultado es inevitable porque el amor es lo único que existe.

Queremos ver separación, queremos ver cuerpos, porque pensamos que de algún modo eso nos mantiene a salvo. Mantiene nuestra individualidad. Sin embargo, nuestra verdadera seguridad está en el amor. Nuestra verdadera seguridad está en darnos cuenta de que somos parte de ese inmenso océano de amor que nunca termina. El cuerpo, el ego y la consciencia individual (separada del resto) no son lo que necesitamos conservar y aferrarnos a ello. Más bien, lo que necesitamos es unirnos a la Consciencia Universal y hacer nuestro papel en la unión con la Mente Universal, sin ningún propósito para esta parte pequeñita, sino únicamente un propósito que sirve al Todo.

El modo de sentir amor es dándolo. Pues si el amor es compartir, ¿Cómo ibas a poder encontrarlo excepto a través de sí mismo? (T.12.VIII.1:5). Hoy voy a abrir mi corazón para amar a todos. Que sepa que ésta es mi función. Cuando abro mi corazón para que el amor se extienda hacia fuera, el amor entra a raudales. Y lo que amo es a mí mismo, y no algo que está separado de mí. No soy sólo una parte, existo en relación con todo el universo. El Todo está en cada parte. Todo está relacionado con todo lo demás, y sólo el Todo tiene significado. El Amor de Dios me rodea.


Si buscas amor a fin de atacarlo, nunca lo hallarás, pues si el amor es compartir, ¿Cómo ibas a poder encontrarlo excepto a través de sí mismo? Ofrece amor, y el amor vendrá a ti porque se siente atraído por sí mismo. Mas ofrece ataque, y el amor permanecerá oculto, pues solo puede vivir en paz.

El Hijo de Dios se encuentra tan a salvo como Su Padre, pues el Hijo sabe que Su Padre lo protege y, por lo tanto, no puede temer. El Amor de su Padre lo mantiene en perfecta paz y, al no necesitar nada, no pide nada. Aun así, él se encuentra muy lejos de ti cuyo Ser él es, pues elegiste atacarlo y él desapareció de tu vista y buscó refugio en su Padre. Él no cambió pero tú si. Pues el Padre no creó una mente dividida ni tampoco las obras de ésta, y ni aquella ni éstas podrían vivir si tuviesen conocimiento de Él.

Cuando hiciste que lo que no es verdad fuese visible, lo que es verdad se volvió invisible para ti. No obstante, de por sí no puede ser invisible, pues el Espíritu Santo lo ve con perfecta claridad. Es invisible para ti porque estas mirando otra cosa. Mas no es a ti a quien le corresponde decidir lo que es visible y lo que es invisible, tal como tampoco te corresponde decidir lo que es la realidad. Lo que se puede ver es lo que el Espíritu Santo ve. La definición de la realidad es la que Dios provee, no la tuya. Él la creó, y, por lo tanto, sabe lo que es. Tú que sabías lo que era, lo olvidaste, y si Él no hubiera proporcionado la manera de recordar, te habrías condenado a ti mismo al olvido total.

Por razón del Amor que tu Padre te profesa, nunca podrás olvidarte de Él, pues nadie puede olvidar lo que Dios Mismo puso en su memoria. Puedes negarlo, pero no puedes perderlo. Una Voz responderá a cada pregunta que hagas, y una visión corregirá la percepción de todo lo que veas. Dios quiere que te reconcilies contigo mismo, y no te abandonó en tu desolación. Estás esperándolo a Él, mas no lo sabes, Su recuerdo, sin embargo, brilla en tu mente y no puede ser borrado.

No tienes mas que pedir este recuerdo, y te vendrá a la memoria. Mas el recuerdo de Dios no puede aflorar en una mente que lo ha borrado y que quiere que continúe así. Pues dicho recuerdo sólo puede alborear en una mente que haya elegido recordar y que haya renunciado al demente deseo de querer controlar la realidad. Tú que ni siquiera puedes controlarte a ti mismo, no deberías aspirar a controlar el universo. (T.12. VIII.1.2.3.4.5)



¿Qué es el cuerpo? (Parte 4)

L.pII.5.2:4-9

Nuestra identificación con el cuerpo parece protegernos del Amor. La locura del ego cree que la muerte “demuestra” que estamos separados. Sin embargo, en la realidad únicamente existe nuestra unidad. Si somos uno, la lección pregunta:

“Pues si su unidad aún permaneciese intacta, ¿Quién podría atacar y quién podría ser atacado? ¿Quién podría ser el vencedor? ¿Quién la presa?” (2:4-6)

Creemos que el ataque es real, que hay víctimas y asesinos. Si nuestra unidad aún permanece intacta (2:4), esto no puede ser real. Y por lo tanto esas apariencias deben ser ilusorias, o de otro modo la unidad habría sido destruida. Los horrores de este mundo son los intentos del ego de demostrar la destrucción de la unidad. La muerte es la prueba del ego de que “el eterno Hijo de Dios puede ser destruido” (2:9). Como alumnos del Espíritu Santo, negamos esto.

No negamos que, dentro de la ilusión, existan víctimas y asesinos. No fingimos que, debido a las bombas, niños hayan saltado por los aires, que no se practique el genocidio, que no haya atrocidades, que no esté habiendo guerras, que por todo el mundo no se estén destruyendo vidas y familias y estabilidad emocional. Todo esto es verdad dentro de la ilusión. Lo que negamos es toda la ilusión. Negamos que este cuadro represente a la realidad. Negamos que algo real pueda ser amenazado. Somos conscientes de que lo que vemos es sólo un sueño. Vemos a los personajes del sueño ir y venir, variar y cambiar, sufrir y morir. Mas no nos dejamos engañar por lo que vemos (M.12.6:6-8). Damos testimonio de la realidad, invisible a los ojos del cuerpo, pero que se ve con los ojos de Cristo.

La verdad es: la Unidad existe. El mundo, el cuerpo y la muerte, niegan esta verdad. Nuestra función como obradores de milagros es “negar la negación de la verdad” (T.12.II.1:5). Negamos la separación, que es la negación de la verdad. Estamos con las manos extendidas para ayudar y, sobre todo, para demostrar la verdad de nuestra eterna unidad con nuestras palabras, nuestras acciones y nuestros pensamientos.













































Lección 365 Tu llegada al hogar es segura.

  Te entrego este instante santo. Sé Tú Quien dirige, pues quiero únicamente seguirte, seguro de que Tu dirección me brindará paz. Y si nece...