1. Padre, estás delante y detrás de mí, a mi lado, allí donde me veo a mí mismo y dondequiera que voy. 2Estás en todo lo que contemplo, en los sonidos que oigo y en cada mano que busca la mía. 3En Ti el tiempo desaparece, y la idea del espacio se vuelve una creencia absurda. 4Pues lo que rodea a Tu Hijo y lo mantiene a salvo es el Amor Mismo. 5No hay otra fuente que ésa, y no hay nada que no comparta Su santidad, nada que se encuentre aparte de Tu única creación o que carezca del Amor que envuelve a todas las cosas dentro de Sí. 6Padre, Tu Hijo es como Tú. 7Hoy apelamos a Ti en Tu Propio Nombre, para estar en paz dentro de Tu eterno Amor.
2. Hermanos míos, uníos a mí en este propósito hoy. 2Ésta es la plegaria de la salvación. 3¿No deberíamos acaso unirnos a lo que ha de salvar al mundo y a nosotros junto con él?
Comentario:
La mayor parte de la lección de hoy es una oración preciosa, y mi sugerencia es que tomemos el tiempo no sólo de leerla, sino de leerla en voz alta, con todo el sentimiento de que seamos capaces. Jesús dice:
“Hermanos míos, uníos a mí en este propósito hoy. Ésta es la plegaria de la salvación”. (2:1-2)
¿Lo vas a hacer? Quizá podemos hacer una pausa al mediodía, cada uno en su zona horaria, y al hacerlo, darnos cuenta de que otros se están uniendo a nosotros en ese mismo momento para hacer juntos esta misma oración. Y Jesús se une a todos nosotros cada vez que repetimos: “Que a través nuestro, el mundo sea bendecido con paz” (L.360).
(Si no puedes hacer una pausa al mediodía, hazla en cualquier otro momento. Alguien, en alguna parte, se estará uniendo a ti.)
Imagínate el efecto en ti si por lo menos una vez por hora, y más si es posible, sencillamente te paras un instante y en silencio repites para tus adentros: “El Amor de Dios me rodea”.
“Dios es tu seguridad” dice la Lección 261. El propósito de estas diez lecciones es centrar nuestra atención sobre el amor, que es “invisible”, en lugar de prestar atención al cuerpo, que es visible. Un párrafo del Texto, que da la casualidad que estoy leyendo hoy, dice:
“Cuando hiciste que lo que no es verdad fuese visible, lo que es verdad se volvió invisible para ti… Es invisible para ti porque estás mirando a otra cosa”. (T.12.VIII.3:1,3)
Por lo tanto, lo que no se ve no ha desaparecido. El amor sigue estando en mi mente porque Dios lo puso allí. El amor sigue estando en todo, rodeándome, y lo veré si dejo de buscar otra cosa. Jesús dice que si miramos al amor el tiempo suficiente, lo que no existe se hará invisible para nosotros. Ese proceso es el cambio del que habla el Curso. Cuando dejamos de querer ver algo diferente al amor, sólo veremos amor. Ese resultado es inevitable porque el amor es lo único que existe.
Queremos ver separación, queremos ver cuerpos, porque pensamos que de algún modo eso nos mantiene a salvo. Mantiene nuestra individualidad. Sin embargo, nuestra verdadera seguridad está en el amor. Nuestra verdadera seguridad está en darnos cuenta de que somos parte de ese inmenso océano de amor que nunca termina. El cuerpo, el ego y la consciencia individual (separada del resto) no son lo que necesitamos conservar y aferrarnos a ello. Más bien, lo que necesitamos es unirnos a la Consciencia Universal y hacer nuestro papel en la unión con la Mente Universal, sin ningún propósito para esta parte pequeñita, sino únicamente un propósito que sirve al Todo.
El modo de sentir amor es dándolo. Pues si el amor es compartir, ¿Cómo ibas a poder encontrarlo excepto a través de sí mismo? (T.12.VIII.1:5). Hoy voy a abrir mi corazón para amar a todos. Que sepa que ésta es mi función. Cuando abro mi corazón para que el amor se extienda hacia fuera, el amor entra a raudales. Y lo que amo es a mí mismo, y no algo que está separado de mí. No soy sólo una parte, existo en relación con todo el universo. El Todo está en cada parte. Todo está relacionado con todo lo demás, y sólo el Todo tiene significado. El Amor de Dios me rodea.
Si buscas amor a fin de atacarlo, nunca lo hallarás, pues si el amor es compartir, ¿Cómo ibas a poder encontrarlo excepto a través de sí mismo? Ofrece amor, y el amor vendrá a ti porque se siente atraído por sí mismo. Mas ofrece ataque, y el amor permanecerá oculto, pues solo puede vivir en paz.
El Hijo de Dios se encuentra tan a salvo como Su Padre, pues el Hijo sabe que Su Padre lo protege y, por lo tanto, no puede temer. El Amor de su Padre lo mantiene en perfecta paz y, al no necesitar nada, no pide nada. Aun así, él se encuentra muy lejos de ti cuyo Ser él es, pues elegiste atacarlo y él desapareció de tu vista y buscó refugio en su Padre. Él no cambió pero tú si. Pues el Padre no creó una mente dividida ni tampoco las obras de ésta, y ni aquella ni éstas podrían vivir si tuviesen conocimiento de Él.
Cuando hiciste que lo que no es verdad fuese visible, lo que es verdad se volvió invisible para ti. No obstante, de por sí no puede ser invisible, pues el Espíritu Santo lo ve con perfecta claridad. Es invisible para ti porque estas mirando otra cosa. Mas no es a ti a quien le corresponde decidir lo que es visible y lo que es invisible, tal como tampoco te corresponde decidir lo que es la realidad. Lo que se puede ver es lo que el Espíritu Santo ve. La definición de la realidad es la que Dios provee, no la tuya. Él la creó, y, por lo tanto, sabe lo que es. Tú que sabías lo que era, lo olvidaste, y si Él no hubiera proporcionado la manera de recordar, te habrías condenado a ti mismo al olvido total.
Por razón del Amor que tu Padre te profesa, nunca podrás olvidarte de Él, pues nadie puede olvidar lo que Dios Mismo puso en su memoria. Puedes negarlo, pero no puedes perderlo. Una Voz responderá a cada pregunta que hagas, y una visión corregirá la percepción de todo lo que veas. Dios quiere que te reconcilies contigo mismo, y no te abandonó en tu desolación. Estás esperándolo a Él, mas no lo sabes, Su recuerdo, sin embargo, brilla en tu mente y no puede ser borrado.
No tienes mas que pedir este recuerdo, y te vendrá a la memoria. Mas el recuerdo de Dios no puede aflorar en una mente que lo ha borrado y que quiere que continúe así. Pues dicho recuerdo sólo puede alborear en una mente que haya elegido recordar y que haya renunciado al demente deseo de querer controlar la realidad. Tú que ni siquiera puedes controlarte a ti mismo, no deberías aspirar a controlar el universo. (T.12. VIII.1.2.3.4.5)
¿Qué es el cuerpo? (Parte 4)
L.pII.5.2:4-9
Nuestra identificación con el cuerpo parece protegernos del Amor. La locura del ego cree que la muerte “demuestra” que estamos separados. Sin embargo, en la realidad únicamente existe nuestra unidad. Si somos uno, la lección pregunta:
“Pues si su unidad aún permaneciese intacta, ¿Quién podría atacar y quién podría ser atacado? ¿Quién podría ser el vencedor? ¿Quién la presa?” (2:4-6)
Creemos que el ataque es real, que hay víctimas y asesinos. Si nuestra unidad aún permanece intacta (2:4), esto no puede ser real. Y por lo tanto esas apariencias deben ser ilusorias, o de otro modo la unidad habría sido destruida. Los horrores de este mundo son los intentos del ego de demostrar la destrucción de la unidad. La muerte es la prueba del ego de que “el eterno Hijo de Dios puede ser destruido” (2:9). Como alumnos del Espíritu Santo, negamos esto.
No negamos que, dentro de la ilusión, existan víctimas y asesinos. No fingimos que, debido a las bombas, niños hayan saltado por los aires, que no se practique el genocidio, que no haya atrocidades, que no esté habiendo guerras, que por todo el mundo no se estén destruyendo vidas y familias y estabilidad emocional. Todo esto es verdad dentro de la ilusión. Lo que negamos es toda la ilusión. Negamos que este cuadro represente a la realidad. Negamos que algo real pueda ser amenazado. Somos conscientes de que lo que vemos es sólo un sueño. Vemos a los personajes del sueño ir y venir, variar y cambiar, sufrir y morir. Mas no nos dejamos engañar por lo que vemos (M.12.6:6-8). Damos testimonio de la realidad, invisible a los ojos del cuerpo, pero que se ve con los ojos de Cristo.
La verdad es: la Unidad existe. El mundo, el cuerpo y la muerte, niegan esta verdad. Nuestra función como obradores de milagros es “negar la negación de la verdad” (T.12.II.1:5). Negamos la separación, que es la negación de la verdad. Estamos con las manos extendidas para ayudar y, sobre todo, para demostrar la verdad de nuestra eterna unidad con nuestras palabras, nuestras acciones y nuestros pensamientos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario