miércoles, 13 de diciembre de 2023

Lección 348. "Ni mi ira ni mi temor tienen razón de ser, pues Tú me rodeas. Y Tu gracia me basta para satisfacer cualquier necesidad que yo perciba".

 






Padre, déjame recordar que Tú estás aquí y que no estoy solo. Pues estoy rodeado de un Amor imperecedero. No hay razón para nada, excepto para la paz y alegría perfectas que comparto Contigo. ¿Qué necesidad tengo de ira o de temor, cuando lo único que me rodea es la seguridad perfecta? ¿Cómo puedo sentir miedo cuando la eterna promesa que me hiciste jamás se aparta de mí? Estoy rodeado de perfecta impecabilidad. ¿Qué puedo temer, cuando la santidad en la que Tú me creaste es tan perfecta como la Tuya Propia?

La gracia de Dios nos basta para hacer todo lo que Él quiere que hagamos. Y eso es lo único que elegimos como nuestra voluntad, así como la Suya. (L.348)



Comentario:

"No tengo motivos para enfadarme ni para temer" porque soy invulnerable y, por lo tanto, ya no tengo que defenderme a mí mismo, preservando mi individualidad al enfadarme, temiendo lo que los demás me hagan. Esto refleja la creencia del ego de que la gracia de Dios no es suficiente. Así, queremos darnos cuenta de que cada vez que nos enfadamos o nos damos el gusto de hacer algo especial, le decimos a Jesús: "Tu amor y tu paz no son suficientes; deseo un amor especial y mi paz. Quiero las cosas a mi manera, no a la tuya, y si insistes en ayudarme, ten por seguro que será como yo quiero que sea". Dándonos cuenta de la locura de esta posición, finalmente somos libres de hacer otra elección: la suya.

Cuando nos damos el gusto de lo especial, estamos enojados o temerosos, es el dios del ego el que está con nosotros, no el verdadero Dios. Lo que hace que Un Curso de Milagros sea único entre las espiritualidades del mundo es la enseñanza de Jesús de que hay una motivación específica para la ira, el miedo y la especialidad: bloquear la conciencia de su amor y la memoria de Dios.

Cuando tengo miedo, estoy enojado y lleno de juicios, niego mi invulnerabilidad y seguridad porque el Amor de Dios está dentro de mí. Así he negado el Amor que es mi única necesidad, y la promesa que Dios me hizo cuando me creó.

Necesitamos darnos cuenta de cuánto no elegimos la Voluntad de Dios en nuestra vida diaria, y sin embargo tenemos el poder de escoger Su gracia como la guía bendita en nuestra actividad diaria.


“Tú me rodeas”. Cierra los ojos y permanece muy quieto y piensa en el Amor o en la Presencia de Dios como una luz dorada. Imagina que la luz está brillando en frente de ti. Siente su calidez, su luz dorada, como el resplandor del sol en un día radiante de verano. 

Ahora, hazte consciente de esa misma luz detrás de ti. El Amor de Dios está derramándose sobre ti, por delante y por detrás. Siente su seguridad.

La Presencia de Dios está también a tu derecha y a tu izquierda. Está por todos los sitios a tu alrededor, por encima y por debajo de ti. Estás rodeado por esta luz, sumergido en ella. Lo único que te rodea es la seguridad perfecta, perfecta bondad. Permítete a ti mismo sentir cómo se siente todo ello.

En este amor no hay razón para la ira o el miedo. No hay razón para nada excepto la perfecta paz y dicha que compartes con Dios.

“La gracia de Dios nos basta para hacer todo lo que Él quiere que hagamos. Y eso es lo único que elegimos como nuestra voluntad, así como la Suya”.

Hoy cada vez que puedas, detente por un momento e imagínate a ti mismo rodeado por el Amor de Dios.



¿Qué es un milagro? (Parte 8)

L.pII.13.4:2-3

Tiene que haber fe antes de un milagro: el deseo de verlo, la elección de pedir lo que no puedes ver, y creer que la percepción de nuestro ego es falsa. Pero cuando surge esa fe, cuando estamos en nuestra mente milagrosa, esa fe demostrará que está justificada y lo confirmará:

“No obstante, la fe convocará a sus testigos para demostrar que aquello en lo que se basa realmente existe”. (4:2)

Cuando pongo mi fe en un milagro, habrá evidencia y testigos para probar que verdaderamente existe aquello en lo que pongo mi fe. Por ejemplo, cuando estoy dispuesto a mirar más allá del ego de mi hermano y ver la llamada de Dios en él, algo sucederá que me demostrará que la llamada de Dios en él está ahí realmente. Quizá mi perdón se encontrará con el agradecimiento. Quizá mi respuesta de amor encontrará el amor volviendo a mí. Quizá veré una chispa de luz en alguien en quien jamás lo creí posible. La fe traerá sus testigos.

“Y así, el milagro justificará tu fe en él, y probará que esa fe descansaba sobre un mundo más real que el que antes veías: un mundo que ha sido redimido de lo que tú pensabas que se encontraba allí”. (4:3)

Mi voluntad de creer en la presencia del amor me mostrará la presencia del amor. Veré lo que elijo ver. Veré que el mundo del espíritu es más real que el mundo de la materia. La enfermedad será reemplazada por la salud. La tristeza será reemplazada por la alegría. El miedo será reemplazado por el amor. Y donde creía ver pecado y maldad, veré santidad y bondad.

Es el cambio de mi mente lo que trae un mundo diferente. Es mi voluntad de invitar al milagro la que le abre el camino. Los cambios del mundo que veo no son el milagro, sino sus resultados. El milagro trae testigos, muestra un mundo diferente del que pensé que era. Aunque primero tiene lugar el cambio de mi mente, la fe. Luego los testigos de la fe, justificándola, confirmándola.





































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