1. Hoy es un día de una consagración especial. Hoy vamos a adoptar una postura firme en favor de un solo bando. Nos vamos a poner de parte de la verdad y a abandonar las ilusiones. No vacilaremos entre una cosa y otra, sino que adoptaremos una firme postura en favor de Dios. Hoy nos vamos a consagrar a la verdad, y a la salvación tal como Dios la planeó. No vamos a alegar que es otra cosa ni a buscarla donde no está. La aceptaremos gustosamente tal como es, y desempeñaremos el papel que Dios nos asignó.
2. ¡Qué dicha tener certeza! Hoy dejamos de lado todas nuestras dudas y nos afianzamos en nuestra postura, seguros de nuestro propósito y agradecidos de que la duda haya desaparecido y la certeza haya llegado. Tenemos una importante función que desempeñar y se nos ha provisto de todo cuanto podamos necesitar para alcanzar la meta. Ni una sola equivocación se interpone en nuestro camino. Hemos sido absueltos de todo error. Hemos quedado limpios de todos nuestros pecados al habernos dado cuenta de que no eran sino errores.
3. Los que están libres de culpa no tienen miedo, pues están a salvo y reconocen su seguridad. No recurren a la magia, ni ingenian posibles escapatorias de amenazas imaginarias y desprovistas de realidad. Descansan en la serena certeza de que llevarán a cabo lo que se les encomiende hacer. No ponen en duda su propia capacidad porque saben que cumplirán debidamente su función en el momento y lugar perfectos. Ellos adoptaron la postura que nosotros vamos a adoptar hoy, a fin de que pudiésemos compartir su certeza y aumentarla mediante nuestra aceptación.
4. Todos aquellos que adoptaron la postura que hoy vamos a adoptar nosotros estarán a nuestro lado y nos transmitirán gustosamente todo cuanto aprendieron, así como todos sus logros. Los que todavía no están seguros también se unirán a nosotros y, al compartir nuestra certeza, la reforzarán todavía más. Y los que aún no han nacido, oirán la llamada que nosotros hemos oído, y la contestarán cuando hayan venido a elegir de nuevo. Hoy no elegimos sólo para nosotros.
5. ¿No vale la pena acaso dedicar cinco minutos de tu tiempo cada hora a cambio de poder aceptar la felicidad que Dios te dio? ¿No vale la pena acaso dedicar cinco minutos de cada hora a fin de reconocer cuál es tu función especial aquí? ¿Qué son cinco minutos si a cambio de ello puedes recibir algo tan grande que es inconmensurable? Has hecho por lo menos mil tratos en los que saliste perdiendo.
6. He aquí una oferta que garantiza tu total liberación de cualquier clase de dolor y una dicha que no es de este mundo. Puedes intercambiar una pequeña parte de tu tiempo por paz interior y certeza de propósito, con la promesa de que triunfarás. Y puesto que el tiempo no tiene significado, se te está dando todo a cambio de nada. He aquí un trato en el que no puedes perder. Y lo que ganas es en verdad ilimitado.
7. Ofrécele hoy tu modesta dádiva de cinco minutos cada hora. Él impartirá a las palabras que utilices al practicar con la idea de hoy la profunda convicción y firmeza de las que tú careces. Sus palabras se unirán a las tuyas y harán de cada repetición de la idea de hoy una absoluta consagración, hecha con fe tan perfecta y segura como la que Él tiene en ti. La confianza que Él tiene en ti impartirá luz a todas las palabras que pronuncies, e irás más allá de su sonido a lo que verdaderamente significan. Hoy practicas con Él mientras dices:
Aceptaré el papel que me corresponde en el plan de Dios para la salvación.
8. En cada uno de los períodos de cinco minutos que pases con Él, Él aceptará tus palabras y te las devolverá radiantes de una fe y confianza tan grandes e inquebrantables que iluminarán el mundo con esperanza y felicidad. No dejes pasar ni una sola oportunidad de ser el feliz receptor de Sus regalos, para que a tu vez puedas dárselos hoy al mundo.
9. Ofrécele las palabras y Él se encargará del resto. Él te ayudará a entender tu función especial. Él allanará el camino que te conduce a la felicidad, y la paz y la confianza serán Sus regalos, Su respuesta a tus palabras. Él responderá con toda Su fe, dicha y certeza que lo que dices es verdad. Y entonces gozarás de la misma convicción de que goza Aquel que conoce tu función en la tierra así como en el Cielo. Él estará contigo durante cada sesión de práctica que compartas con Él, e intercambiará cada instante de tiempo que le ofrezcas por intemporalidad y paz.
10. Pasa la hora preparándote felizmente para los próximos cinco minutos que vas a volver a pasar con Él. Repite la idea de hoy mientras esperas la llegada de ese feliz momento. Repítela a menudo, y no te olvides de que cada vez que lo haces, preparas a tu mente para el feliz momento que se acerca.
11. Y cuando la hora haya transcurrido y Él esté ahí una vez más para pasar otro rato contigo, siéntete agradecido y deja a un lado toda tarea mundana, pensamiento insignificante o idea restrictiva, y pasa un feliz rato en Su compañía otra vez. Dile una vez más que aceptas el papel que Él quiere que asumas y que te ayudará a desempeñar, y Él hará que estés seguro de que deseas tomar esa decisión, la cual Él ya ha tomado contigo y tú con Él.
La parte "asignada" es el perdón, una actividad únicamente de la mente, ya que el sueño no deja su fuente. Así la salvación está en la mente, y no puede ser encontrada donde no está; es decir, en el mundo o en el cuerpo.
Para que seamos felices, debemos darnos cuenta de que lo que creíamos que estábamos seguros estaba mal: "¿Prefieres tener razón o ser feliz?" (T-29.VII.1:9). Ser feliz significa estar verdaderamente seguro, identificándose con la certeza del Espíritu Santo, no con la arrogancia del ego al creer que es lo correcto.
Nuestro "poderoso propósito" es perdonar, y "todo lo que necesitamos... para alcanzar la meta"
Ten en cuenta que Jesús no nos envía lecciones, ni es el autor de nuestro guion. Él es su corrección, sin la cual es imposible perdonar nuestra especialidad. Esto no es algo que podamos hacer por nuestra cuenta.
Recuerda, que prestar atención significa reconocer que el mundo es un lugar miserable y doloroso. Puesto que no es nuestro hogar, y la felicidad se encuentra sólo cuando estamos en casa con Dios, no estar con Él, por definición, significa que no seremos felices. Reconocer nuestra infelicidad nos impulsa a gritar pidiendo ayuda: Debe haber otra manera y otro maestro dentro de nuestras mentes que pueda utilizar esta clase no para castigar o encarcelar, sino para liberar.
Sólo entendiendo que la culpabilidad sigue al uso de todos y de todo como sustituto del Amor de Dios, seremos motivados a pedir ayuda para ver nuestro pecado como el producto final de un pensamiento equivocado, el cual podemos cambiar con la ayuda de Jesús.
Por lo tanto, lo que veo en ti sólo puede ser lo que veo en mí mismo. Si busco crucificarte para escapar de mi culpa, yo también soy crucificado. "No puede ser sino a mí mismo a quien crucifico", nos dice una lección posterior (W-pI.196). Por otro lado, si te veo absuelto del pecado porque no eres responsable de mi pérdida de paz, también me estoy absolviendo a mí mismo.
Pensamos que el mundo nos da alegría, pero en realidad nos ofrece dolor; y lo que verdaderamente nos da alegría -aceptar la expiación-, el ego nos dice que es doloroso.
Cada hora de hoy, dale tu pequeño regalo de sólo cinco minutos.
Eso es todo lo que Jesús pide. No está pidiendo la hora completa. De hecho, si todo lo que le diste fueran tres minutos, sería suficiente.
Cuando elegimos aceptar las palabras de Jesús y liberar nuestros egos, recibimos mayores regalos de los que hubiéramos creído posibles. Son dones que no son sólo para nosotros, sino para toda la filiación, sin excepción.
Nuestra responsabilidad es dejar ir las barreras a nuestro perdón, no extenderlo. Si creemos que nuestra función es extender el perdón, permitimos que el ego se interponga en el camino de nuevo y nos guiamos para creer que nuestra función es perdonar a otro y predicar este santo Evangelio al mundo. Una vez que decimos que es nuestra función en el sentido de comportamiento o forma, estamos adoptando el punto de vista del ego.
La función correcta de la mente dividida es soltar el ego, y eso es todo. Al identificarnos con el amor de Jesús en nuestras mentes, hemos cumplido con nuestra única responsabilidad. Esto permite que su amor se extienda a través de la filiación porque ese amor ya está en la filiación. De hecho, ese amor es la filiación. Por lo tanto, todo lo que necesitamos hacer es liberar el problema de creer que estamos separados del amor. Esa es la simplicidad de la salvación (T-31.I).
Jesús nos recuerda continuamente los efectos felices de haber elegido al Espíritu Santo como nuestro Maestro. Jesús no quiere que subestimemos el efecto de un período de cinco minutos que le damos.
Esta no es una elección que el Espíritu Santo hace por nosotros, ni es una elección que hacemos por nuestra cuenta. Es una elección que hacemos con Él. Por lo tanto, necesitamos recordar que lo que da sentido a nuestra vida diaria no es la satisfacción de nuestras necesidades especiales, ni la destrucción de nuestros enemigos; el significado radica en ver todas las cosas -"buenas" y "malas"- como aulas en las que aprendemos de nuestro nuevo Maestro cómo perdonar. Cuanto más aprendemos, mayor es la alegría que inevitablemente viene cuando dejamos ir nuestra culpa. Eso es lo que refuerza nuestros "pequeños" esfuerzos.
Apoyo a la práctica:
Los párrafos 5 y 6 dan ánimo y energía. Hacen la pregunta: ¿No vale la pena dedicar cinco minutos cada hora a cambio de recibir una recompensa sin límites? Recomiendo leer estos párrafos lentamente y pensándolos con detenimiento, dejando que estas preguntas y promesas hagan su trabajo en ti. Los párrafos 2 al 4 también animan de un modo maravilloso. Nos dicen que al aceptar nuestra parte en el plan de Dios (que es la razón de la práctica de hoy) podemos dejar a un lado nuestras dudas y encontrar seguridad de propósito. Nos dicen que aquellos que ya lo han hecho, estarán con nosotros en nuestra práctica, ayudándonos a tomar la misma postura que ellos tomaron. Y estos párrafos también nos dicen
que nuestra postura ayudará a otros a tomar la suya, lo que a su vez reforzará la nuestra (como se nos dijo en la lección de ayer).
Comentario:
“Hoy es un día de una consagración especial. Hoy vamos a adoptar una postura firme en favor de un solo bando. Nos vamos a poner de parte de la verdad y a abandonar las ilusiones. No vacilaremos entre una cosa y otra, sino que adoptaremos una firme postura en favor de Dios”.
“¡Qué dicha tener certeza! Hoy dejamos de lado todas nuestras dudas y nos afianzamos en nuestra postura, seguros de nuestro propósito y agradecidos de que la duda haya desaparecido y la certeza haya llegado”.
Quizá mientras leo estas líneas acerca de la certeza, me encuentro dudando de esa misma certeza. Probablemente surja el pensamiento: “¿Tengo certeza?” Quizá me siento como que esta lección no me pertenece. El ego me recuerda maliciosamente que no he superado las dudas. ¿Cómo puedo decir: “La duda ha desaparecido”?
Sin embargo en las palabras de esta lección está el reconocimiento de mi estado: “Hoy dejamos de lado todas nuestras dudas”. Sí, las dudas están ahí. Jesús lo sabe. Él únicamente sugiere que en estos cinco minutos que pasamos con Él, dejemos las dudas a un lado. Únicamente abandónalas y quédate sin ellas durante unos pocos minutos. Mira cómo te sientes sin ellas. Si quieres puedes dudar luego; ahora, mira lo gozoso que es tener seguridad.
Dentro de mí hay un lugar que siempre está seguro. Nunca ha dudado. No puede dudar porque sabe. Ése es mi verdadero Ser. Las dudas son pensamientos que hacen preguntas acerca de la realidad de ese Ser, la realidad de la parte de mí que tiene seguridad, que es la única parte real. Esta lección me lleva a dudar de mis dudas. Me lleva a escuchar la seguridad, el eterno silencio del espíritu que sabe.
Cuando, aunque sólo sea por un momento, estoy dispuesto a dejar de lado mis dudas, a acallar el parloteo constante de la mente, el culebrón de mis pensamientos frívolos, encuentro una seguridad serena y silenciosa. No es una seguridad de ideas y palabras, es una seguridad del ser, una calma majestuosa. La quietud está más allá del espacio y del tiempo. No tiene nada que ver con el drama que se representa en este planeta.
Es de esto de lo que hablamos hoy. Es de aquellos que saben sentir esta calma eterna de los que la lección dice:
“Descansan en la serena certeza de que llevarán a cabo lo que se les encomiende hacer. No ponen en duda su propia capacidad porque saben que cumplirán debidamente su función en el momento y lugar perfectos”.
Ocupo mi lugar con aquellos que, antes que yo, han llegado a este lugar. Es el mismo lugar para todos. Es el mismo Ser el Que llegamos a conocer. Y sé, en ese instante santo, que si uno ha estado en este lugar antes que yo, todos lo encontraremos. Si uno ha estado en este lugar (y sé que muchos han estado) todos estaremos en él, pues uno no puede llegar a menos que sea para todos. La naturaleza de este lugar, de esta seguridad silenciosa, es que es de todos y para todos. No podría estar aquí para mí si no fuera también para ti. No podría haber estado ahí para Jesús si no fuera también para mí.
“Todos aquellos que adoptaron la postura que hoy vamos a adoptar nosotros, estarán a nuestro lado y nos transmitirán gustosamente todo cuanto aprendieron, así como todos sus logros. Los que todavía no están seguros también se unirán a nosotros y, al compartir nuestra certeza, la reforzarán todavía más. Y los que aún no han nacido, oirán la llamada que nosotros hemos oído, y la contestarán cuando hayan venido a elegir de nuevo. Hoy no elegimos sólo para nosotros”.
En medio de la tormenta de dudas e inseguridad está el centro de la calma. La tormenta ruge. Todavía podemos sentirlo. Sí, aquí, aquí en nuestro Ser estamos en calma. Estamos en silencio. Descansamos.
Por supuesto tienes dudas e inseguridades. ¡De eso es de lo que te vas a dar cuenta al hacer esta lección! Únicamente durante un momento estate dispuesto a que desaparezcan. Hay Uno contigo Que siempre está seguro, y Él está contigo, has olvidado eso. Por muy brevemente que sea, permítete identificarte con Su seguridad, y abandona tu identificación con las dudas. Haz esa elección, eso es lo único que se te pide.
“Él impartirá a las palabras que utilices al practicar con la idea de hoy la profunda convicción y firmeza de las que tú careces. Sus palabras se unirán a las tuyas y harán de cada repetición de la idea de hoy una absoluta consagración, hecha con fe tan perfecta y segura como la que Él tiene en ti. La confianza que Él tiene en ti impartirá luz a todas las palabras que pronuncies, e irás más allá de su sonido a lo que verdaderamente significan”.
“Ofrécele las palabras y Él se encargará del resto”. ¡Qué maravillosa afirmación! Él sólo te pide tu vacilante “Sí”. No se te pide que cambies tus dudas en fe. Él hará eso. “Mi parte en el plan de Dios” es muy sencilla: aceptarla. Mi parte no es un papel activo, sino pasivo. Es estar dispuesto a recibir, eso es todo. Mi parte es decir: “De acuerdo. Sí. Lo acepto”. Darle a Él estas palabras, eso es todo. Él responderá con toda Su fe, con todo Su gozo, y con toda Su seguridad que lo que dices es verdad.
Una y otra vez durante el día, una y otra vez a lo largo de tu vida, dale a Él estas palabras:
“Aceptaré mi papel. Sí.”
Esto es entregarse. Esto es todo lo que hacemos. No hay que hacer nada más. Tan sencillo. Tan difícil para ser tan sencillo. Tan difícil dejar de hacerlo por nuestra cuenta. Abandona todo intento de hacerlo por tu cuenta y déjaselo a Dios. “Sí, Dios. Sí, Espíritu Santo. Acepto mi papel.”
Dile a Él una vez más que aceptas el papel que Él quiere que hagas y que te ayudará a llevar a cabo, y Él se asegurará de que quieres esta elección, que Él ha hecho contigo y tú con Él.
Quizá no estés seguro de quererlo. Pero Él se asegurará de que lo quieras. Ven a Él tal como te sientes, con todas tus dudas y con todos tus miedos. Únicamente ven. Únicamente di: “Sí. Acepto”.
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